El parto de los montes
Parirán los montes, nacerá un ridículo ratón (Horacio).
(Galde 10, Udaberria 2015 Primavera). Santi Burutxaga. Probablemente algo de esto es lo ocurrido cuando el pasado Abril la Consejería de Educación del Gobierno Vasco anunciaba, por fin, el nacimiento de la Escuela Superior de Arte Dramático y Danza de Euskadi. Por una parte se daba satisfacción a la reivindicación de todos los sectores de la escena vasca de contar con una formación reglada y pública de rango superior equiparable a la universitaria, pero también cabría pensar si para que se crease un centro que acogerá el próximo año a unos cuarenta alumnos era necesaria una pelea de más de diez años con los sucesivos gobiernos de Lakua e innumerables gestiones en todas las instancias administrativas, incluyendo el Parlamento.
Una larga espera. La historia de Dantzerti, o Eszenika como se iba a denominar, es la crónica de la tenacidad, casi empecinamiento, con el que las asociaciones de actores, compañías de teatro y de danza, guionistas, técnicos y demás gentes implicadas en la escena vasca, agrupadas en la Plataforma pro Eszenika, han puesto encima de la mesa de todos los responsables de las políticas culturales y educativas, la reivindicación de que sus especialidades pudieran estudiarse en igualdad de condiciones que el resto de actividades profesionales. No era una petición extraña puesto que las enseñanzas del Teatro y la Danza están reguladas y equiparadas con las titulaciones universitarias desde la LOGSE de 1990, y están implantadas en la mayoría de las comunidades autónomas del Estado. ¿Por qué no en Euskadi?, se han preguntado siempre los miembros de la Plataforma. Nadie argumentaba en contra, pero las promesas incumplidas y las demoras han sido la constatación de que la formación de intérpretes y creadores escénicos no forma parte de ninguna prioridad, ni aquí ni ahora.
Unas enseñanzas postergadas. Las enseñanzas artísticas se ubican en el sistema educativo español en un limbo que las hace bastante desconocidas para la opinión pública. Los estudios de interpretación, coreografía, dirección de escena y el resto de especialidades escénicas comparten con las musicales, los idiomas, el diseño y algunas más, lo que la ordenación académica denomina Enseñanzas de Régimen Especial. Todo tiene su origen en la Ley General de Educación de 1970, la de Villar Palasí, que propició que muchas enseñanzas dispersas, entre otras las de Bellas Artes, se ubicaran en las universidades, no ocurriendo lo mismo con la Música, el Teatro y la Danza por su especificidad, y quizás también por determinados intereses corporativos. El resultado final es un elevado número, en torno a un centenar, de conservatorios y escuelas superiores de reducido tamaño que a falta de una regulación específica, se equiparan en la práctica a centros de secundaria, lo que da origen a disfunciones y a un clima permanente de insatisfacción de profesorado y alumnado. El malestar se acentúa desde el momento en que el nuevo Espacio Europeo de Educación Superior plantea nuevos desafíos y oportunidades muy difíciles de abordar desde las minúsculas estructuras de la mayoría de los centros artísticos.
A esta singularidad de la formación superior habría que sumar la progresiva desaparición de los contenidos artísticos y culturales en la educación primaria y secundaria. La reciente LOMCE los relega prácticamente, junto con la Filosofía, al rincón de las materias optativas. La reforma del Ministro Wert constituye la última vuelta de tuerca a una concepción retrógrada, unidireccional y utilitarista de los contenidos educativos, concepción que desprecia el valor de las humanidades y su contribución a la educación de la sensibilidad, la creatividad y el desarrollo humano y su aportación a la construcción de una ciudadanía democrática, justa y solidaria.
Un escaso interés institucional. En el País Vasco tan solo la formación musical puede considerarse en una situación normalizada, con una variedad de centros formativos que va de las escuelas municipales o privadas de música, los conservatorios profesionales de las tres capitales y Musikene, que prepara para la dedicación profesional en el nivel más alto. Muy al comienzo de la restauración democrática se creó la Orquesta de Euskadi y se apoyó a la ya existente Sinfónica de Bilbao, sin olvidar la apuesta turístico-cultural por los museos y otros equipamientos y grandes eventos. El Teatro y la Danza nunca contaron con un apoyo institucional tan decidido. La desatención a la escena muestra las lagunas y contradicciones de las políticas culturales impulsadas, sobre todo, por el nacionalismo gobernante. El Teatro, más allá de su consumo como entretenimiento trivial, puede ser transmisor de ideas, palabra crítica aquí y ahora, y esto le hace potencialmente molesto, al igual que ocurre con el Cine. Lo de la Danza es más difícil de explicar, ya que tiene más tradición. Es sabido que Voltaire, de manera más pintoresca que exacta, definió a los vascos como ese pueblo que canta y baila al pie de los Pirineos. Tal vez tenga que ver con que el predominio actual en la danza de los lenguajes vanguardistas contemporáneos, resulte difícil de digerir para las mentalidades conservadoras tradicionales.
Y sin embargo, merece la pena. Hay razones educativas, culturales y económicas para reclamar una mayor atención a estas artes antiguas y supervivientes. La creación escénica, indisolublemente unida a la audiovisual, es una de las expresiones más vivas del vigor creativo de una comunidad. Son expresiones emocionales, sensitivas e intelectuales con un gran potencial transformador que contribuyen al desarrollo del ser humano y que le ayudan a comprender e interpretar tanto su propia condición como los conflictos sociales en los que está inevitablemente inmerso.
La práctica profesional de las artes escénicas tiene, además de la cultural, una dimensión económica. Es una forma de vida. Detrás de actores, bailarines y técnicos del espectáculo hay empresas de producción, de difusión, de comunicación… que generan empleo y riqueza a la comunidad. Las profesiones artísticas están, además, directamente relacionadas con las industrias creativas y la innovación social.
Anualmente las funciones de teatro y danza rondan el millón de espectadores en los escenarios del País Vasco, sin contar los numerosos festivales y actuaciones al aire libre. Sin embargo, el número de espectáculos producidos en Euskadi que acceden a los principales escenarios es bajo en comparación con la producción foránea. Sin una formación sólida no existe competitividad posible, y menos en una situación de crisis como la actual. La formación artística profesional tiene la misión de detectar el talento y acompañarlo para que pueda crecer y desarrollarse, todo ello en un contexto muy exigente que implica grandes dosis de vocación, esfuerzos y renuncias.
Más dudas que certezas. El sistema educativo vasco tenía la responsabilidad de atender esta demanda de formación, reclamada desde hace tanto tiempo, para dotar a estas profesiones de visibilidad y legitimidad social, normalizando su existencia.
Tras muchos avatares, el nuevo centro comenzará a funcionar compartiendo espacio con el Conservatorio de Bilbao. Atrás han quedado las promesas de ubicarlo en La Alhóndiga o el proyecto, que llegó a licitarse, de unos locales junto a la sede de EITB. En paralelo, ha ido creciendo la opacidad en torno a sus contenidos. Si algo han reclamado las asociaciones profesionales para que la formación cumpliese una función dinamizadora de la producción escénica vasca, es que se vinculase con el tejido creativo existente y que contase con la autonomía académica y organizativa suficiente para poder hacerlo. El reto, para la Plataforma, consiste en aunar el nutriente de las raíces culturales propias con la apertura a la creación internacional, sobre todo europea, y la capacidad de ofrecer al alumnado una formación polivalente, porque va a desarrollar su trabajo en pequeñas estructuras de producción cuya supervivencia depende de su dinamismo y versatilidad. La capacidad de iniciativa, la creatividad, la adaptación a distintos lenguajes artísticos, el sentido crítico, junto a los conocimientos en gestión de proyectos artísticos son competencias a adquirir en la formación y tan valiosas como las específicas de la práctica artística.
Todo esto casa mal con la rigidez administrativa de un centro gestionado directamente desde el Departamento de Educación. De hecho, el diálogo previo entre los actuales responsables educativos y la Plataforma de los profesionales escénicos vascos se ha roto en vísperas de la materialización del proyecto. Quienes a lo largo de estos años han venido aportado de manera altruista ideas, estudios y proyectos que pretendían definir el modelo de formación más idóneo para la escena vasca, no se han sentido escuchados ni suficientemente informados sobre aspectos esenciales del funcionamiento del futuro centro, su proyecto educativo, la hondura de la apuesta y las estrategias para imbricarlo en el entramado creativo de nuestro País. Al día de hoy, realizándose ya las pruebas de admisión del alumnado, poco se sabe sobre la selección del profesorado y ni siquiera sobre en qué idioma se impartirá cada asignatura y el peso que cada una tendrá en el currículo del alumnado.
Un silencio y una falta de claridad que sigue reflejando las dudas, los miedos y el desconocimiento que quienes hemos tomado parte en la Plataforma pro Eszenika hemos podido constatar a lo largo del tiempo en muchos de nuestros responsables educativos. «¿Formar teatreros, para qué?» «¿Pero eso se estudia?»