Galde 45, Uda 2024 Verano. Erik Zubiaga Arana.-
La operación policial de Bidart contra la cúpula de ETA tuvo lugar pocos meses antes de la celebración en España de eventos multitudinarios de gran repercusión internacional, como la Exposición Universal en Sevilla, los Juegos Olímpicos en Barcelona y el Gran Départ del Tour de Francia en San Sebastián, en los cuales según fuentes policiales ETA preveía intervenir. Por lo que a la ronda gala respecta, el diario deportivo L’Equipe había advertido en febrero de 1992 sobre posibles sabotajes por parte de “independentistas vascos”. Esta advertencia adquirió mayor gravedad tras la operación en Bidart, descrita por el entorno social y político de ETA como “razzia gravísima” y “euforia colaboracionista”, pues el Tour de Francia fue públicamente colocado en el punto de mira: [Han] “elegido el peor camino para la normalidad y la paz (…) y por supuesto para la normalidad en un Tour de Francia cuya salida de Euskadi recibirá la justa réplica a la apuesta realizada por el Gobierno francés (…), [que] ha superado todos los listones en su colaboración y tiene que tener en cuenta que también le tocará recibir”, señalaba KAS. En la misma línea se posicionaron otros sectores del abertzalismo radical. Hasta entonces los únicos intentos de sabotaje ejecutados contra el Tour en Euskal Herria procedían de grupos vasco-franceses como Herritarrak o Iparretarrak.
El inicio de la edición de 1992 se organizó por primera vez en formato de tres días fuera de Francia. Habían pasado quince años desde la última vez en Euskadi, en 1977. En aquella jornada el pelotón fue neutralizado debido a la explosión de un artefacto colocado por Herritarrak en el alto de Izpegi, en la frontera. Las distintas ramas de ETA en aquel momento (milis, polimilis, autónomos) compartían la decisión estratégica de no atentar premeditadamente en suelo galo para no alterar la seguridad de su centro logístico, ubicado en el sur de Francia. A la altura de 1992, ETA continuaba fiel a esa estrategia, si bien desde 1979, cuando el Gobierno francés retiró el estatuto de refugiado político a sus miembros, la organización terrorista mantenía activa su particular campaña contra “intereses franceses” en España, atentando contra bienes supuestamente relacionados con capital o productos franceses. En este contexto se ubican los temores de los organizadores del Tour en 1992, pese a que su director, Jean-Marie Leblanc, tratase de calmar las aguas declarando que no había “ninguna razón para dramatizar”.
Leblanc sabía de lo que hablaba. Había cerrado un acuerdo en París con los emisarios de Herri Batasuna que garantizaba la disputa de las tres primeras etapas. Floren Aoiz, portavoz de la coalición abertzale, se mostró muy satisfecho por los acuerdos alcanzados, calificados como “una victoria” de la sociedad vasca, “no solo de HB”. Semanas antes del inicio se tuvo noticia del alcance de los acuerdos tras hacerse público un documento incautado a un miembro de ETA dirigido a las organizaciones del MLNV: 1. Celebración de una manifestación reivindicativa antes de la inauguración de la prueba. 2. Presencia del euskera y la ikurriña en los actos oficiales. 3. Libre exhibición y colocación de propaganda política. Asimismo, incluía un manual de actuación para cada uno de los frentes, el de “la lucha de masas” y “la otra lucha” (sic), dejando claro que cualquier adversidad “podría implicar un cambio de guion”. Al primer frente concernía participar activamente en las distintas movilizaciones reivindicativas que iban a tener lugar antes y durante la prueba. Al segundo le correspondía la ejecución de acciones violentas, el ataque “a los coches, autobuses… que acompañan a la movida del Tour, pero (…) sin meternos con la prueba deportiva”.
Ambos frentes actuaron según lo pautado. Cuatro vehículos de medios franceses y británicos fueron pasto de las llamas. HB se desvinculó “totalmente” de los hechos, sin condenarlos, atribuyéndolos a “un sentimiento de indignación y rechazo a la actitud represiva del Gobierno francés contra el colectivo de refugiados políticos vascos”. Por lo demás, el euskera dispuso de un uso preferencial, la exhibición de las ikurriñas fue masiva y elevada la repercusión mediática de las movilizaciones reivindicativas.
“Hemos tenido bastante resonancia, por lo que estamos muy contentos”, declaró Joseba Álvarez, uno de los encargados de liderar la “negociación”. La satisfacción mostrada por HB no se debió exclusivamente a la aceptación de sus demandas, sino sobre todo al modo de lograrlas. La fórmula empleada sancionaba el recurso de la violencia como herramienta política eficaz, puesto que la dirección del Tour, temerosa de un boicot, había cedido ante la amenaza, aceptando el grueso de los requerimientos. Álvarez equiparó la victoria estratégica con la alcanzada años atrás en la construcción de la autovía Leizarán, ambas “logradas por la vía del diálogo”. Gregorio Ordoñez, concejal del Partido Popular en el consistorio donostiarra, fue quien con mayor contundencia denunció “acceder al capricho de ETA de esta manera tan vergonzosa”. Ordoñez fue asesinado por un pistolero de ETA dos años y medio después, el 23 de enero de 1995.
No es de extrañar que el Gran Départ 1992 fuese interpretado por HB como “un punto de referencia” inevitable, al establecer esa experiencia como modelo para la celebración de futuros eventos deportivos en el País Vasco y Navarra. No así en Euskadi norte, donde operaban, como ya se ha comentado, otros cálculos. Sin embargo, la previsión no transcurrió enteramente según lo esperado. Mientras la amenaza terrorista de ETA se mantuvo, hasta octubre de 2011, la ronda gala no volvió a transitar por el País Vasco, aunque sí en dos ocasiones por Navarra, en 1996 y 2007. En la primera de ellas se reprodujo prácticamente el mismo escenario. El frente político de la izquierda abertzale volvió a cerrar un acuerdo con la dirección, después de haberse dado a conocer la carta amenazante de ETA: “a la sombra de esta imagen deportiva, pretenden dar una imagen de normalidad allí donde desgraciadamente no hay más que miseria y opresión (…). Es fácilmente constatable que no ha cambiado nada desde nuestra carta del 92, [por consiguiente] la seguridad y la integridad física de los ciclistas y del personal que acompaña la prueba pueden verse afectadas y usted será, igual que los Gobiernos español y francés, responsable de todo lo que pueda ocurrir”. En 2007 la situación había variado sustancialmente, al menos en lo que a la capacidad operativa de ETA respecta, de extrema debilidad a tenor de los informes policiales. Fue justamente en este escenario cuando la banda optó por materializar sus amenazas por primera vez colocando dos bombas en el tramo navarro. Las explosiones, de escasa potencia, se produjeron antes del paso del pelotón, sin ocasionar apenas desperfectos y sin incidir sobre el discurrir de la etapa.
En definitiva, la instrumentalización del Tour de Francia ha sido un objetivo estratégico del nacionalismo vasco radical, una ventana de oportunidad política para ejecutar una intensa campaña nacionalizadora a través de una estrategia coordinada centrada en una calculada amenaza coactiva y una elevada movilización social. Este mayúsculo interés se debe a las particularidades del evento: Por un lado,el carácter extranjerizante de uno de los bienes nacionales franceses por excelencia, lugar de la memoria comparable a La Marsellesa o la tricolor en palabras del historiador Pierre Nora. Por otro, es uno de los espectáculos deportivos de mayor repercusión y seguimiento mediático a escala mundial. Como se ha podido comprobar, la estrategia coactiva ejecutada por ETA y su entorno, siempre circunscrita a Hegoalde, les ha reportado evidentes beneficios políticos: resonancia internacional de sus reivindicaciones, la hegemonía y el control del espacio público y la satisfacción del grueso de las demandas por parte de la dirección del Tour de Francia.