Entrevista a Koldo Unceta. Realizada por Iñaki Bolibar y Manu Gónzalez Baragaña.-
Koldo Unceta, Catedrático de Economía Aplicada en la UPV/EHU y miembro del equipo editorial de Galde, fue galardonado el pasado mes de octubre con el premio “Ekonomista 2019”, otorgado por el Colegio vasco de Economistas, como reconocimiento a sus trabajos en el ámbito de la economía mundial y de los estudios de desarrollo, y por su labor como impulsor del Instituto Hegoa, del que fue director durante su primera década de existencia. Con este motivo, hemos hablado con él sobre distintos aspectos de la actualidad económica, y sobre algunos debates existentes en el seno de la profesión.
¿Cómo ves la situación de la economía mundial? ¿Estamos, como algunos señalan, en puertas de una posible recesión con consecuencias adversas sobre el empleo?
Efectivamente, se viene hablando, y algunos datos parecen confirmarlo, de cierto cambio en el ciclo económico, atisbándose una desaceleración y un próximo período de débil crecimiento, así como un posible retroceso en el comercio internacional. Sin embargo, ello no debería llevar a impulsar políticas que busquen recuperar el crecimiento y el comercio a cualquier precio -siguiendo los dictados de las élites económicas-, pues ello provocará el agravamiento de la crisis sistémica en que vivimos, la cual trasciende, con mucho, a los problemas del ciclo económico. Ya se hizo eso hace diez años, pese a las promesas de “refundar el capitalismo” y el resultado está a la vista de todo el mundo: más desigualdad, más crisis sociales, más problemas ecológicos.
¿Qué características tiene la crisis sistémica que comentas?
Lo que quiero decir es que la manera actual de entender el sistema económico, poniendo los recursos y las capacidades existentes al servicio del crecimiento económico y la expansión constante del mercado, no tiene viabilidad, ni social, ni ecológica. Nos encontramos, cada vez con más frecuencia, con problemas de difícil solución, relacionados con el empleo, con la desigualdad, con la pérdida de derechos, con el agotamiento de recursos naturales, con el cambio climático, etc. que muestran la existencia de problemas estructurales, de carácter sistémico, que no pueden ser resueltos sin un radical cambio de enfoque. El modelo económico actual no es viable, y nos lleva, inexorablemente, hacia una creciente violencia social, tensión política y caos ecológico. En mi opinión, la perspectiva a medio plazo es mala, o muy mala, y exige medidas de gran calado para revertir las tendencias actuales.
Sin embargo, desde el establishment se aduce que el crecimiento económico sigue siendo la única vía para generar empleo y proporcionar a la gente medios de vida con los que ganarse el sustento…
Bueno, aquí habría que matizar algunas cosas. Por un lado, basta observar la realidad para comprobar que –aunque la cosa varía de unos países a otros- la relación entre el incremento del PIB/hab. –o sea el crecimiento económico- de un lado, y la creación de empleo de otro, se ha ido haciendo cada vez más compleja a lo largo de las últimas décadas. Por un lado, por el efecto de la automatización de un gran número de actividades, que se traduce en cambios en la productividad y en la necesidad de un menor número de empleos en diferentes sectores. De hecho, los estudios más conocidos sobre el tema –Universidad de Oxford, OCDE, OIT, Banco Mundial- coinciden a la hora de afirmar que, en menor o mayor medida, una parte muy significativa de los puestos de trabajo están amenazados en todo el mundo como consecuencia de este fenómeno.
Pero es que, además, las reformas laborales de inspiración neoliberal llevadas a cabo en distintos países han contribuido a precarizar el empleo, fomentando el de carácter parcial y de peor calidad, y falseando las estadísticas. En algunos casos, donde antes se contrataba a una persona en condiciones de cierta estabilidad, ahora se contratan dos, a tiempo parcial, cobrando menos de la mitad, con carácter temporal, y en unas condiciones de precariedad absolutas.
En este conjunto de circunstancias, el crecimiento económico, además de ser una propuesta inviable a medio plazo -pues estamos en un mundo finito-, no es ninguna garantía para la creación de empleo digno, como muestran las tendencias de los últimos años. Son precisos otros enfoques, incluyendo los que plantean el debate sobre la renta básica universal.
¿Qué opinas de las propuestas del decrecimiento que se platean desde algunos sectores?
En mi opinión, ni el crecimiento económico (esto es, el incremento del PIB/hab. medido en términos monetarios) garantiza el bienestar y la sostenibilidad, ni tampoco lo hace una disminución de la actividad productiva (que sería lo que, en términos estrictos y más allá de planteamientos retóricos, vendría a representar el decrecimiento). Todo ello depende de sectores, de países, del uso de materiales y energía que se haga, y hasta de la propia metodología contable, esto es, qué se mide y qué no se mide al hablar de crecimiento.
Por lo tanto, lo realmente sustancial es plantear los debates económicos sin estar atados a la cuestión del crecimiento, pasar a una fase y a una lógica de postcrecimiento, en la que la producción de bienes y servicios esté en función de las necesidades humanas y de la disponibilidad de recursos, y no al revés como se hace ahora. Nos hemos acostumbrado a oír que los derechos y el bienestar de las personas tienen que acomodarse a los requerimientos del crecimiento económico, a las “necesidades de la economía” como suele decirse. Y lo mismo ocurre con la sostenibilidad. Se dice frecuentemente que el empleo y el bienestar de la gente tienen que estar por encima de las consideraciones ecológicas, como si pudiera plantearse el futuro de la vida humana al margen del entorno físico en el que vivimos. Esos son los cambios realmente importantes, y no tanto la contabilidad de la producción en términos monetarios.
¿Cómo ves las propuestas de un “Green new deal” que están surgiendo en EE.UU. y en otros países?
Creo que son muy oportunas, pues ponen el dedo en la llaga en cuanto a algunos de los retos que debemos afrontar. Resulta impostergable avanzar hacia una transición ecológica, hacia una economía descarbonizada, y ya no hay tiempo que perder. Pero, lógicamente, esto no puede hacerse sin contar con la gente, sin buscar al mismo tiempo alternativas para las personas. El abandono de algunas tecnologías, de diversos procesos productivos, o de determinados modelos de transporte, debe hacerse a la vez que se invierte en otros sectores alternativos y/o se financia, con fondos públicos, las coberturas de aquellas personas que vayan a perder inexorablemente su empleo. Esto tiene que formar parte de un gran pacto, liderado por las instituciones públicas, que en ningún modo puede dejarse en manos del mercado. Las empresas y los agentes privados tendrían que adaptar sus inversiones y estrategias en el plano financiero y tecnológico, a los requerimientos de ese “green new deal”, no sólo en el plano medioambiental, sino en lo que se refiere a los derechos sociales y laborales, incluyendo los aspectos relativos a la equidad de género.
¿Qué papel crees que puede jugar Europa en todo ello?
Es evidente que, por ejemplo, en lo referente a la lucha contra el cambio climático, la mayoría de los países europeos defienden posiciones más avanzadas que las de los EE. UU., que se ha convertido en el gran obstáculo para avanzar en este terreno. Pero no podemos olvidar que la Unión Europea está a la cabeza en la defensa de muchas políticas macroeconómicas neoliberales, y también en la apuesta por mercantilizar todos los aspectos de la vida, mediante la aprobación de directivas que lo fían todo al mercado y que, en nombre de la competencia, niegan muchas veces legitimidad a las acciones encaminadas a defender a las personas.
¿Constituye la Unión Europea un impedimento insalvable para hacer una política económica alternativa?
Bueno, pese a lo que acabo de señalar, dentro de la UE hay cierto margen para que los gobiernos hagan usos diferentes en algunas materias, como la política fiscal, esto es, para que decidan cómo y cuánto ingresar (impuestos), y cuánto y cómo gastar, aunque siempre dentro de los límites que se imponen desde la ortodoxia económica que impera en Bruselas, lo que limita bastante el alcance de las decisiones que se pueden tomar para períodos de cuatro años. Por otra parte, como ya he dicho, la legislación comunitaria –especialmente todo lo relacionado con el funcionamiento de los mercados- impide que los gobiernos controlen el funcionamiento de ámbitos fundamentales de la economía o de los servicios públicos. Por ello, como señala Varoufakis, es preciso que la izquierda trabaje con mentalidad de unir fuerzas a escala europea si desea realmente cambiar este panorama. Mientras ello no se haga, se podrán mejorar cosas –muchas de ellas valiosas, y no hay que restarles importancia-, pero dentro de ciertas limitaciones, y teniendo que hacer frente al mismo tiempo a la desestabilización proveniente de los poderes económicos y sus medios de comunicación afines. Creo que buena parte de la izquierda europea tiene todavía pendiente hacer una lectura en profundidad de lo sucedido en Grecia hace casi 5 años
¿Es posible avanzar hacia un paradigma económico alternativo al actualmente dominante?
Es posible y, además, necesario. Los mimbres están ahí desde hace tiempo, y tienen que ver con los debates abiertos desde diversos ámbitos como la economía ecológica y la necesidad de superar una visión del mundo basada en los flujos monetarios, para dejar paso al examen del metabolismo social, de los flujos de materiales y de energía; o desde la economía feminista y los requerimientos ineludibles de integrar en el análisis todo lo que tiene que ver con el ámbito reproductivo y de los cuidados… u otros valiosos aportes que existen dentro del análisis social. Recomiendo a este respecto el trabajo de varios colegas y amigos-as que, con el título “Por una economía inclusiva, Hacia un paradigma sistémico” se publicó hace ya algunos años en la Revista de Economía Crítica.
Y, junto a todo ello, considero básico una apuesta decidida por revertir el actual proceso de mercantilización de todos los ámbitos de la vida.Como señalaba Polanyi hace ya 80 años, las sociedades humanas han establecido, a lo largo de la historia, distintos tipos de relaciones económicas: unas, mediante el intercambio a través del mercado; otras asentadas en la colaboración y el trabajo en común; y otras, finalmente, basadas en la redistribución a través de un tercero (el Estado, las instituciones públicas) que recauda y reasigna en función de criterios establecidos por todos. Sin embargo, durante las últimas décadas, la penetración del mercado en la vida de las personas -y su entronización ideológica y mediática- ha sido de tal magnitud, que la mayoría de la gente considera normal un tipo de relación económica casi exclusivamente mercantil, la cual, en muchísimos casos, es sumamente ineficiente tanto desde el punto de vista social como desde el punto de vista ecológico.
Lo cierto es que la Economía, ha perdido su significado aristotélico, vinculado al oikos, a la administración prudente de la casa, para convertirse en crematística, cuyo objeto ha pasado a ser el estudio de cómo incrementar el lucro.Y es imprescindible revertir esta tendencia.
En relación con esto último, en algunos de tus trabajos sueles hablar de la necesidad de un proceso de desmercantilización. ¿A qué te refieres con ello?
Como acabo de señalar, durante las últimas décadas hemos asistido a un proceso de mercantilización imparable. El mercado ha invadido todas las esferas de nuestra vida, hasta aquellas que creíamos más a salvo. No hace mucho leía un anuncio de una clínica de reproducción asistida, cuya propaganda decía “tu bebé recién nacido o te devolvemos el dinero”. Es sólo un ejemplo, pero podían ponerse muchos, de cómo la lógica mercantil puede llegar a invadirlo todo.
Esto tiene muchas consecuencias. Por un lado, crea la ilusión de que todo se puede comprar y, por lo tanto, que lo mejor que pueden hacer los seres humanos es ganar mucho dinero. Y este objetivo se vuelve más importante que la amistad, la justicia social, o la colaboración entre los seres humanos. Y, por otra parte, se ha impuesto socialmente la idea de que el mercado es el mecanismo más eficaz para la asignación de los recursos y que, en consecuencia, es preciso seguir liberalizando la actividad económica y eliminar cualquier obstáculo al libre mercado.
Sabemos de sobra que esto es falso, que el mercado es sumamente ineficiente para algunas cuestiones. Sabemos que el avance del proceso de mercantilización ha traído una gran concentración del poder, una expansión enorme de la corrupción en todo el mundo, un incremento constante de las actividades ocultas e ilegales, el menoscabo de los derechos humanos, o el desprecio hacia los límites de la naturaleza. Por ello, para poder salir de esta situación, considero imprescindible reducir la esfera del mercado a aquellos ámbitos en los que puede realmente ser eficiente, preservando otras esferas para la colaboración entre las personas, o para las políticas públicas. Ello supone revertir la consagración que se ha hecho de la plena mercantilización como una especie de Deus exMachina, pues ello es incompatible con cualquier alternativa de progreso. Y supone también dar pasos para derogar buena parte del entramado legal que se ha ido levantando para salvaguardar unos supuestos “derechos” del mercado frente a cualquier intento de proteger los derechos humanos o el medio ambiente. Hay que decir alto y claro que las leyes que rigen la actividad económica son complejas, y que no pueden identificarse con las leyes del mercado, como algunos pretenden.
¿Por qué crees que la economía y los economistas ocupan un lugar tan relevante en el mundo actual a la hora de tomar decisiones, frente a lo que ocurre con otros científicos como los que, por ejemplo, vienen advirtiendo desde hace décadas de la amenaza del cambio climático?
En mi opinión, hay dos aspectos fundamentales a considerar. Por un lado, está la creencia, fuertemente instalada en la sociedad, de que la prosperidad y el bienestar humano dependen del crecimiento económico. Esto ha derivado en una hegemonía de lo productivo, y de su valor monetario, pues el crecimiento se mide por el valor de cambio de las cosas. En ese contexto, las consideraciones sobre cómo producir más, para tener acceso a más cosas y, supuestamente, crear más empleos -es decir, el reducido mundo de la economía convencional-, ocupan el lugar central de las decisiones políticas, dando una preeminencia excesiva a algunos economistas.
Pero, además, en segundo lugar, la ortodoxia económica dominante ha logrado imponer la idea de que las cosas tienen que hacerse de una determinada manera, de que “desde el punto de vista económico no hay más alternativa que…”, como si la economía fuera una ciencia exacta, que no admite interpretaciones diferentes de la realidad, y no lo que realmente es, una ciencia social. Algunos economistas alardean de una precisión de la que la economía, como ciencia social, carece. Ello constituye una poderosa herramienta de dominación pues, en nombre de una supuesta verdad inapelable, se consigue no sólo apuntalar un sistema injusto e inviable, sino también poner en un segundo plano las consideraciones que provienen de otros campos científicos, las cuales deben aceptar, como inevitables, los dictámenes que se emiten desde esa ortodoxia económica dominante.
¿Cuál debería ser en tu opinión el papel de los economistas?
El análisis social, y las alternativas que se propongan, deberían partir de un diálogo interdisciplinar y del intercambio de ideas. No puede pretenderse que los demás adapten sus propuestas al marco establecido por los economistas, sino que es necesario buscar caminos nuevos que respondan a la realidad del funcionamiento social y tengan en cuanta asimismo las leyes de la naturaleza.
Desde Galde siempre hemos tratado de abrir espacios al pensamiento crítico, también en el campo de la economía.¿Supone este premio que te han dado un respaldo hacia las personas que intentáis impulsar una economía crítica y la apertura a paradigmas alternativos?
Me gustaría que así fuera. Lo que parece claro es que la ortodoxia que hasta ahora ha dominado el pensamiento económico, hace aguas por todas partes, y que cada vez hay más ámbitos en los que se apuesta por abrir las ventanas, y escuchar otras propuestas y otras visiones. En ese sentido, pienso que este es premio es también un reconocimiento del pluralismo existente en el campo de la economía, y de la necesidad de tener en cuenta algunos puntos de vista que hasta el momento habían estado marginados.