Galde 45, Uda 2024 Verano. Alberto Surio.-
La crisis del PNV en la hegemonía nacionalista y el afianzamiento en Euskadi del eje izquierda-derecha marcan los tiempos de la nueva legislatura vasca. El ‘péndulo patriótico’, el que le permitía al PNV combinar pragmatismo y ortodoxia nacionalista en función de las coyunturas, ha entrado en crisis. El retroceso de las últimas elecciones europeas -ha perdido un tercio del electorado de 2019- unido al serio varapalo de las autonómicas, en las que ganó en votos, pero empató en escaños con EH Bildu, ha encendido las luces rojas de inquietud en Sabin Etxea. El PNV ha pasado a ser un partido más, sin la bula que la cuestión identitaria le otorgaba. Durante tiempo, la pervivencia de la violencia y de una izquierda abertzale que se situaba fuera del sistema le concedían el papel de partido ‘atrapalotodo’, una formación de orden, el dique de contención de voto moderado al que le asustaba el crecimiento de la izquierda independentista. Era su arma más eficaz para gestionar la hegemonía.
Los tiempos están cambiando en Euskadi aceleradamente. El eje derecha-izquierda ha entrado con fuerza en una sociedad vasca acostumbrada a que el factor nacional lo eclipsaba casi todo. La fractura nacionalistas-no nacionalistas parecía inamovible y eso le permitía al PNV jugar con ventaja en su interlocución con Madrid y con los gobiernos de turno. En su momento, en 2015 y 2016, la llegada de Podemos, que fue fulgurante en Euskadi al ganar dos elecciones generales consecutivas con su bandera de voto de castigo al PP, alteró esa fotografía convencional. La brecha soberanismo-constitucionalismo no ha desaparecido, pero sí incorpora múltiples matices.
Las costuras de la gestión. La dicotomía ideológica derecha-izquierda ha permitido ver con claridad las costuras de la gestión del sistema autonómico y sus deficiencias. Los problemas el Osakidetza, los controvertidos macroproyectos en infraestructuras, los déficits en Educación, y ahora la saturación turística y el colapso de la vivienda dibujan un paisaje con claroscuros en los que el PNV se ha colocado a la defensiva, con una función pública muy movilizada en defensa de sus intereses. La dirección jeltzale, que sabe que la sociedad se ha hecho mucho más compleja, no acierta a dar con la clave de la autocrítica. Pensaba que el lehendakari Iñigo Urkullu era ‘el problema’ después de tres legislaturas por representar el continuismo y el desgaste. Pero el relevo por Imanol Pradales, el profesor de Deusto que representa el recambio generacional, no ha funcionado como pensaban. Siguen sin encontrar la causa que provoca que parte de su electorado tradicional siga refugiado en la abstención. O que decida optar, cada vez de forma más intensa y natural, por opciones de ámbito estatal como el PSOE o como el PP que han dejado de arrastrar la imagen del prejuicio españolista del pasado. Este retrato revela, en parte, el fruto de una polarización política y mediática que ha trasladado el foco del debate a Madrid y al escenario español. Pero hay algo más. Ese voto útil o voto dual no es ya flor de un día. Ha venido para quedarse probablemente y eso transforma el imaginario. El ‘péndulo’ que oscilaba históricamente porque sabía leer muy bien el terreno sociológico de la realidad del país se ha quedado anticuado. Su mecánica analógica es anacrónica. La marca ha envejecido y no conecta con la nueva sociedad vasca, en especial con los más jóvenes. Y la avería resulta compleja de arreglar porque empieza a ser un problema cultural que tiene que ver con los cambios sociales que se han ido gestando durante años y que el mundo de las redes ha acelerado.
Cambio de ciclo. Vivimos en un momento de transición hacia un nuevo modelo político en Euskadi, hacia un cambio de ciclo en el que emergen crecientes contradicciones. Las vive el PNV, en donde sus sectores más conservadores, que haberlos haylos sobre todo en Bizkaia, comienzan a lanzar señales de preocupación por las alianzas jeltzales con la izquierda en Madrid. O por comprar acríticamente en Euskadi lo que entienden que es el marco ideológico de la izquierda o de los progresistas. Sobre todo en materias como inmigración o seguridad, las banderas de la derecha populista radical. Son círculos en el PNV que les preocupa su descenso en determinados núcleos urbanos o las críticas que recibe en sectores empresariales por no poner el pie en pared ante determinadas actuaciones del Ejecutivo de coalición PSOE-Sumar. En los próximos meses vamos a ver algunas actuaciones del PNV para contrarrestar ese sesgo demasiado socialdemócrata. El bloque PNV-Junts, con la complicidad de los empresarios catalanes alrededor de Foment Nacional del Treball, va a marcar su impronta. Si no al tiempo.
EH Bildu, entre la ventana de oportunidad y las paradojas. La izquierda independentista se consolida como alternativa al nacionalismo conservador, pero necesita aún construir unas alianzas viables. Este movimiento del PNV por alejarse de una imagen de izquierdas que le abre, supuestamente, un boquete en una parte de sus votantes es compatible con una izquierda independentista que tiene que saber gestionar su victoria para no morir de éxito y que, aunque progresa en todos los terrenos, necesita aún construir un sistema de alianzas con otros partidos. En concreto, con el Partido Socialista, que es el que a día de hoy le permitiría ganar al PNV el control de las instituciones.
En todo caso, EH Bildu sigue creciendo, es cierto, y conecta cada vez más con los más jóvenes y con la bandera del cambio social, no con la de una independencia cuyo apoyo ha tocado suelo en la gran mayoría de las encuestas.
EH Bildu presentará su alternativa con Pello Otxandiano, el director de Programas de su Mesa Política. Un ingeniero de brillante trayectoria que pretende simbolizar la apertura a nuevos sectores si bien la ‘mochila’ del pasado aún pesa e impide una normalización plena de las alianzas. Quizá haya que esperar a una nueva legislatura en la que EH Bildu se desmarca con mayor claridad de ETA.
En este contexto hay que situar la marea de EH Bildu como una recompensa a un trabajo muy bien organizado. Su crecimiento en todos los ámbitos y generaciones apunta a que estamos ante un fenómeno social y político. Ahora tiene que cultivar el papel de la oposición y no le resultará sencillo alejarse de la permanente pancarta del no que puede distorsionar su estrategia a medio y plazo de alternativa al nacionalismo conservador. De hecho está en esa batalla, en la que reivindica un perfil de Frente Amplio progresista y opositor en las principales instituciones.
A EH Bildu, en donde sus responsables trazan una hoja de ruta viable, le plantea un desafío el debate del estatus de autogobierno, en donde ha comenzado cierta modulación discursiva al admitir que Pedro Sánchez ha abierto ‘una ventana de oportunidad’ en la cuestión de la plurinacionalidad. Se trata de un debate antiguo, que interpela sobre la reflexión pendiente del modelo de Estado, y sobre la interpretación que se hace de una Constitución que se fundamenta en la «indisoluble unidad de la nación española”, «patria común e indivisible de todos los españoles o españolas”.
A EH Bildu se le ha abierto, eso sí, un problema con la aparición de EHKS. Los herederos de Ikasle Abertzaleak que en su momento se situaban en la órbita de la izquierda soberanista han quedado fuera de espacio al optar por la articulación de una formación comunista ortodoxa, no abertzale, que reivindica el internacionalismo proletario, condiciona los avances hacia la autodeterminación al servicio de la construcción del socialismo. EHKS le plantea un grano incómodo a EH Bildu que intenta conllevar a pesar de la ferocidad de algunos debates y de polémicas, por ejemplo sobre las txoznas, que inciden en una discusión sobre la gestión de la pluralidad interna en todo el movimiento social que se ha comentado en torno al activismo en los últimos años.
EH Bildu, con su tendencia al alza, se ha metido en el jardín de las paradojas. Logra capitalizar el perfil de izquierdas que le permite, a su vez, atraer a electores de Sumar y de Podemos, desconcertados y desnortados por la imagen de división que casi siempre se paga en las urnas.
Una de las apuestas de EH Bildu en la actual legislatura pasa por lograr un pacto de país sobre el autogobierno que impulse una gran reforma del Estatuto de Gernika. Después del fiasco catalán, los partidos vascos llegan a la conclusión de que el Estado tiene que mover pieza para propiciar el reconocimiento nacional de Euskadi, conseguir un nuevo sistema de garantías que permita ampliar el autogobierno sin temor a una interpretación lesiva de la autonomía.