Entrevista: «Frente a la emergencia climática hay que proclamar un «se acabó»»

 

Galde 43, Negua 2024 Invierno. Manu González e Iñaki Bolibar entrevistan a Cristina Monge.- 

Nuestra invitada en este Galde 43, Cristina Monge es politóloga y profesora de sociología en la Universidad de Zaragoza. Sus áreas de especialización son la sostenibilidad y la calidad democrática. Es autora de diversos trabajos sobre estas cuestiones y colabora habitualmente con distintos medios de comunicación como la Cadena Ser, El País, o Infolibre.

En un contexto de crisis medioambiental como la actual ¿Cuáles son los retos principales de la transición ecológica y de la gobernanza orientada a este fin?

Cristina Monge.- Los retos son múltiples y recorren todos los aspectos de nuestro modelo social, económico y político, sin dejar sector alguno al margen. Como reza el título del libro de Naomi Klein refiriéndose al cambio climático, «Esto lo cambia todo». No obstante, para mí en estos momentos el principal desafío tiene que ver con la gobernanza, con la manera en que conseguimos articular los procesos de toma de decisiones adecuados para cambios de esta magnitud.

Tenemos más conocimiento que nunca, disponemos de abundante tecnología, se están dando cambios en las inversiones importantes y cada vez hay más conciencia en la sociedad de la necesidad de acelerar la transición ecológica. Sin embargo, la transición no avanza al ritmo necesario. ¿Qué está fallando? Desde mi punto de vista el gran problema es cómo adoptar los acuerdos necesarios para que todo esto sea posible sin generar víctimas, es decir, la gobernanza de la transición.

Existen ya ejemplos de que todo esto es posible. El reciente acuerdo de Doñana, los convenios de transición justa en las zonas afectadas por el cierre del carbón, o iniciativas de mediación como las que se han dado en Aragón respecto a la gestión del agua, son algunos de ellos. Todos tienen en común la implicación de todos los actores en procesos de deliberación, acuerdos políticos que lo acompañen, y el compromiso de las inversiones -en ocasiones públicas, en otras privadas, y en la mayoría de ellas ambas-.

¿Cómo ves a nuestra sociedad frente a la emergencia climática? ¿Nos lo creemos? ¿Están los partidos políticos y los agentes sociales preparados para afrontar un reto como éste?

C. M.- Definitivamente, si. La sociedad es consciente de lo que nos jugamos, en especial a raíz de la pandemia, que fue un antes y un después en este sentido. Todos los estudios de opinión lo muestran, y además de forma bastante transversal aunque haya diferencias en función de la edad y la opción ideológica, pero así y todo es bastante transversal.

También, frente a lo que se suele decir, desde el ámbito político. Con la excepción de algunos partidos de ultraderecha -ni siquiera de todos, ya que algunos como el francés RN lo adopta como eje de reivindicación nacional- , la preocupación ambiental recorre todo el espectro político. Ahora bien, de forma distinta: nadie que no sea negacionista es capaz de poner en cuestión hoy la existencia de la emergencia climática y la necesidad de acometer una transición ecológica. Las diferencias emergen en el cómo afrontar esa transición, una decisión profundamente ideológica en la que cada cual proyecta sus criterios políticos. Desde quienes depositan su confianza en el mercado y la tecnología hasta los decrecentistas, pasando por quienes apuestan por la transición justa, distintas opciones ideológicas muestran caminos diferentes para llegar a un horizonte de sostenibilidad. Desde mi punto de vista, este es el debate político más importante y trascendente que debemos abordar.

Parece que el negacionismo a ultranza está siendo sustituido por un «retardismo» que niega la urgencia del problema ¿Es más peligroso esto último?

C. M.- Si, es bastante más peligroso. El negacionismo como tal se está quedando en posiciones muy minoritarias, insignificantes en el mundo científico y muy marginales en el político. Ahora bien, en ocasiones ese negacionismo se ha transmutado en retardismo, es decir, en retrasar las decisiones que hay que tomar alegando que no es el momento.

El problema es que la ciencia nos muestra que no hay tiempo, que la ventana de oportunidad -como decía el IPCC en su último informe hace seis meses- se está cerrando y que cuanto más se tarde en acometer los cambios, más costará hacerlos. No es, por tanto, momento de retardismos. Mucho menos si se incorpora al análisis el coste de no actuar. Si se hace esta proyección, se puede comprobar que la factura del retraso sale carísima.

Además, nunca es buen momento. Primero fue la crisis financiera de 2008, luego la pandemia, después la guerra de Ucrania. En el fondo, todas estas crisis son muestras de la necesidad de cambio, pero para quien no tiene voluntad de cambiar, nunca es buen momento. Hay que proclamar un «se acabó», como ha hecho el movimiento feminista.

Cómo ves los debates existentes en el movimiento ecologista entre los «colapsistas» y los denominados «green-new-dealers»?

C. M.- Desde el punto de vista intelectual, todos los debates son bienvenidos y necesarios para profundizar en los desafíos, ver todas las aristas de un tema extremadamente complejo como este, valorar mil opciones y problematizar cada idea hasta encontrar las salidas óptimas.

El problema surge cuando estos debates en lugar de ayudar a entender y avanzar se convierten en un obstáculo, paralizan la acción, cortan alianzas creadas y llegan incluso a olvidar el objetivo común, convirtiendo al diferente en enemigo. No tenemos tiempo que perder. Lo que ayude a avanzar, adelante. Lo demás, como suele decirse, como el pesimismo, para los buenos tiempos. Ahora no nos lo podemos permitir.

Tu has colaborado activamente con la Asamblea Ciudadana por el Clima. ¿Qué puedes contarnos de esta iniciativa?

C. M.- La Asamblea Ciudadana por el Clima, la primera que se ha hecho a nivel de toda España, ha sido una experiencia de lo más enriquecedora y de la que se pueden extraer numerosas lecciones y aprendizajes tanto de lo que se ha hecho bien como de lo que se necesita repensar.

Cien ciudadanos y ciudadanas debatiendo durante seis fines de semana qué recomendaciones hacer para construir una España más segura y justa ante el cambio climático y con toda la dificultad añadida que supuso hacerlo en plena pandemia, y por tanto, cinco de las seis sesiones, on line. Ahí es nada.

Durante el proceso, que contó con un magnífico apoyo de equipos de facilitación, de personas expertas que apoyaron en todo momento y con una inteligente dirección, se pudo comprobar cómo, cuando hay buena información y condiciones para crear lo que se llama «un espacio de debate seguro» la ciudadanía es capaz de ponerse en la situación de lo que nos jugamos y hacer recomendaciones que curiosamente se parecen mucho a las que se elaboran desde ámbitos asociativos o científicos.

Lo más interesante, por otro lado, es que un año después de haber concluido la Asamblea, más de la mitad de participantes continúan activos en una asociación que ellos mismos constituyeron y siguen presentando las recomendaciones no sólo a las instituciones, sino a todo aquel que quiere oírles, así como difundiendo lo que aprendieron. Es pronto para sacar conclusiones muy firmes de cómo estas experiencias modifican percepciones y ayudan a crear compromiso más allá del corto plazo, pero de momento las señales son buenas.

Estos procesos de deliberación son más complejos de lo que habitualmente se hace en dinámicas de participación, pero están demostrando ser más eficaces en términos democráticos.

Hablemos un poco de la situación política en España ¿Cómo valoras el contexto de crispación actual y qué consecuencias puede tener sobre la acción política?

C. M.- Mentiríamos si dijéramos que la crispación política acaba de aparecer en nuestras vidas. No hace falta echar la mirada muy atrás para recordar momentos como el «Váyase Sr. Gonzalez», las ristras de insultos que se vertían sobre el Presidente Zapatero o los debates llenos de exabruptos de las últimas legislaturas. El contexto de crispación que se está viviendo en estos momentos no es nuevo, aunque en efecto, está subiendo de tono hasta acabar paralizando acuerdos que serían necesarios para avanzar en asuntos clave, especialmente en los que han irrumpido de forma más reciente en nuestra sociedad y necesitan, por tanto, mayor esfuerzo para gestionarlos.

Aunque en otros momentos podían encontrarse muestras de esta crispación en ambos lados del tablero político, hoy en día se sitúan principalmente en la derecha, como una consecuencia más de la emergencia de la ultraderecha y cómo está influyendo en la derecha no ultra.

Esta crispación tiene dos consecuencias claras: en primer lugar, impide llegar a acuerdos en asuntos fundamentales de la vida política, sobre todo en el ámbito del Congreso de los Diputados, y en especial en aquellas sesiones que concitan algún tipo de interés mediático. Si volvemos la mirada hacia parlamentos autonómicos o ayuntamientos, generalmente el clima es muy distinto.

Por otro lado, la crispación política se convierte en desinterés y desafección ciudadana. Cada vez más sectores sociales asisten a estos espectáculos como «discusiones de políticos», sintiéndose ajenos a lo que allí se debate y desconectándose del debate público, que es donde se teje y consolida la democracia.

Como resultante, la política aparece como incapaz de llegar a acuerdos para solventar los problemas cotidianos, en especial los que requieren nuevos consensos: crisis climática, revolución digital o movimientos de personas, entre otros. La presencia de esa ultraderecha y el seguidismo que de ella hace en buen número de ocasiones la derecha sistémica impiden estos nuevos consensos y cuestionan los acuerdos ya trabados en los que se asientan nuestras democracias.

La crispación, por tanto, tiene efectos corrosivos sobre las instituciones y el debate público, que es tanto como decir, sobre la democracia.

A medio plazo, ¿crees que las fuerzas políticas en España tienen la capacidad y la madurez suficientes para afrontar los retos de futuro que tenemos por delante?

C. M.- Sin duda. La política está llena de estupendos profesionales con vocación de servicio público y un concepto muy elevado del interés general. Muchos de ellos no protagonizan informativos, ni siquiera son conocidos por el gran público, pero miles de alcaldes y alcaldesas, concejales y concejalas, diputados y diputadas autonómicos, etc., trabajan día a día tratando de afrontar estos retos. Olvidarse de esto es contribuir a esa enmienda a la totalidad que es la interesada proclama «todos son iguales». ¿A quién le interesa proyectar esa imagen? Desde luego, a quien está preocupado por la democracia y la convivencia, en absoluto.

Por otro lado, no podemos olvidar que esos retos que tenemos por delante presentan, cada uno de ellos por separado y todos en conjunto, una enorme complejidad. Si se piensa en la transición ecológica, por ejemplo, se verá que se trata de nada menos que de repensar las bases de nuestro modelo económico y social de desarrollo. Se podrá pensar que no se hace lo suficiente o que lo que se avanza es muy lento, y en efecto, yo también lo creo. Sin embargo, cuando pienso qué lugar ocupaba la crisis climática hace apenas un lustro en las preocupaciones sociales, en las estrategias empresariales, en las directrices financieras o en los programas políticos, constato que la botella se está llenando. Más despacio de lo necesario y plagada de incertidumbres, pero se está llenando, y eso es importante. Necesitamos tomar conciencia de estos avances para constatar que el cambio es posible y que está en marcha. A partir de ahí, toca acelerar.

¿Qué líneas van a regir esta legislatura que empieza ahora?

C. M.- Indudablemente, el eje territorial y de identidad nacional va a ser el que articule el debate político más allá de las diferencias izquierda-derecha. Es curioso porque la campaña electoral se construyó sobre este último, tanto desde el punto desde las fuerzas progresistas, que se ponían en valor para parar a la extrecha derecha, como desde las conservadoras, que lo personificaban en aquello de «derogar el sanchismo».

Los resultados electorales, sin embargo, han cambiado el eje, como se ha podido ver en la investidura de Pedro Sanchez. En un lado, ocho fuerzas, tanto conservadoras como progresistas que tienen en común el rechazo al bloque formado por PP y Vox y la voluntad de articular algún tipo o grado de país diverso. En el otro, la ultraderecha, la derecha institucional y el apoyo de UPN, unidos por el rechazo a cualquier planteamiento basado en el reconocimiento de la diversidad y la pluralidad y con enormes dificultades a llegar a acuerdos o alianzas con otras fuerzas.

Sabedores los conservadores, además, de que el debate territorial suele meter en apuros a los progresistas, van a poner todo su empeño en hacer de ésta la cuestión clave de toda la legislatura, algo en lo que coincidirán con los socios que hicieron posible la investidura de Pedro Sánchez.

Desde el punto de vista estratégico, es de esperar que el gobierno progresista insista en cambiar el escenario de la conversación pública para situarlo en temas que le son más favorables, especialmente la agenda social y ambiental. Está por ver si lo consigue.

Y en el plano internacional ¿crees que la Unión Europea está en condiciones de jugar algún papel en cuestiones tales como la guerra de Ucrania o el conflicto palestino-israelí?

C. M.- La Unión Europea se construye sobre diferencias y articula intereses diversos, como puede verse en los dos conflictos, especialmente en el genocidio que se está cometiendo en Palestina.

Europa, además, había olvidado la guerra, como si fuera una pesadilla propia de otros tiempos que jamás se volvería a dar, al menos en suelo europeo. La que recordamos como más cercana, la guerra de Yugoslavia, se narró y entendió como un asunto interno, una guerra civil. Ahora, de repente, Europa se despierta con dos conflictos a sus puertas que sacan numerosas contradicciones.

Estos años hemos visto cómo los refugiados ucranianos eran recibidos con los brazos abiertos mientras los procedentes de otras geografías eran víctimas de una política miope de migración y de actitudes racistas. De repente, hemos sido conscientes de que buena parte de nuestro bienestar se ha construido gracias a combustibles fósiles (responsables de los gases de efecto invernadero) baratos procedentes de socios como Rusia, al que ahora rechazamos pese a seguir comprándole gas con los intermediarios correspondientes. La reacción de Israel masacrando al pueblo palestino tras el ataque de Hamás nos recuerda la incapacidad de actuar con una sola voz y la dificultad de gestionar los traumas del pasado con el pueblo judío sin que se convierta en una sumisión a Israel. ¿Tienen derecho las víctimas, acaso, a convertirse en verdugos?

Por si fuera poco, el mundo entero y especialmente el Sur Global está percibiendo un doble rasero de la Unión Europea a la hora de implicarse y actuar en relación a la guerra en Ucrania y al conflicto en Palestina.

Pese a todo, necesitamos una Europa capaz de superar esas diferencias y encontrar caminos comunes. Poco a poco la idea de que el rechazo al brutal atentado de Hamas no es excluyente con la condena a la respuesta que está dando Israel, haciendo caso omiso de cualquier principio de proporcionalidad y de respecto al más elemental derecho internacional, se va abriendo paso. Ojalá sea el inicio de un proceso en el que Europa, liderando junto a otros, sea capaz de facilitar una propuesta de paz en Palestina que además, sea justa y duradera. A algo similar debería aspirarse en Ucrania; no sólo a pararle los pies a Putin ante una invasión injustificable, sino también a construir una paz justa. Se dice que Europa crece en cada crisis, y aquí tenemos dos magníficas oportunidades para fortalecernos y de paso, robustecer los valores que dieron vida a la creación de lo que hoy es la Unión Europea. Si las desaprovechamos, estaremos haciéndonos una enmienda a nosotros mismos y a nuestras formas -en plural- de entender y mirar el mundo.

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Un mundo en cambio, Iñaki Gabilondo. STM | Galde

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Shushi (Karabakh Garaiko errepublika —Artsakh—, 2020/10/08)
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"El instante decisivo" Iñaki Andrés
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