Galde 34, udazkena/2021/otoño. Mirene Begiristain Zubillaga.-
La mirada al sistema alimentario y la realidad de las mujeres*[1] nos permite conectar con una crisis sistémica que estos últimos meses ha entrado hasta nuestras cocinas.
Las evidencias científicas más recientes recogen de manera contundente que el sistema alimentario europeo actual tiene componentes sociales, económicos y ecológicos complejos y necesita un cambio radical para hacerse sostenible a largo plazo. Algo que organizaciones campesinas y movimientos sociales, que llevan años trabajando por un modelo basado en la agroecología y la soberanía alimentaria a nivel global y local, han subrayado reiteradamente, y que hoy ya reconocen, por ejemplo, la Comisión Europea, el Comité Europeo de las Regiones o FAO.
Para este cambio, son una base escalable la importante cantidad de propuestas que se han ido extendiendo desde la práctica local de las personas agricultoras, a las reflexiones teóricas en la investigación y la articulación de los movimientos sociales. Este crecimiento de las iniciativas que se han ido replicando son, también, consecuencia y causa de la muy importante expansión del discurso de la soberanía alimentaria y la agroecología. La agroecología es un enfoque fundamental, y actualmente prioritario y urgente, que mira las múltiples dimensiones del sistema alimentario (ecológico-socioeconómico-político-cultural), que ha sido capaz de proponer alternativas de producción y consumo sostenibles, con nuevos procesos y concepciones en la distribución, tanto para el planeta como para las personas.
Pero, si bien el análisis del sistema alimentario requiere un enfoque multidimensional y complejo, la perspectiva feminista sigue siendo, en gran medida, escasa, para situarnos en la realidad desigual que viven las mujeres en el sistema alimentario y el medio rural. Aun así, tenemos aportaciones pioneras como las de mujeres de La Vía Campesina y el Sindicato Labrego Galego, de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas-ANAMURI, de Enma Siliprindi y Marta Soleren la academia y las organizaciones multilaterales, o de Etxaldeko Emakumeak en Euskal Herria, entre otras.
Para este análisis, es muy útil volver a visualizar la metáfora del iceberg de la economía feminista, donde para mantener a flote la parte que aparece sobre el agua (todo aquello enmarcado en el mercado –capital y trabajo asalariado, aunque este sea precarizado- y que se considera “economía real” ) precisa la existencia de toda una serie de eslabones sumergidos, invisibles y vinculados con lo doméstico, lo privado, los trabajos no remunerados protagonizados por las mujeres, las comunidades, los barrios, la naturaleza,…Una lógica patriarcal, capitalista, colonialista, urbanocéntrica, capacitista, monolingüe,…prerrequisito para perpetuar el modelo y posponer y anular en nuestro cotidiano las necesidades humanas más esenciales.
Si proyectamos la metáfora del iceberg a la concepción clásica de “cadena alimentaria” y sus tres eslabones (producción-distribución-consumo) podemos visualizar la imagen de un iceberg que re-vela un sistema alimentario global donde en la punta del iceberg se sitúan las grandes corporaciones de distribución de alimentos y el modelo agroindustrial de producción, que concentran el poder y la toma de decisiones de la cadena alimentaria; sumergidas, por debajo del nivel del mar quedan supeditadas, invisibles y desvalorizadas la producción campesina y el consumo, generando una dinámica donde la distribución y la producción agroindustrial deciden y condicionan qué se produce, donde, cómo, cuándo, cuanto, a cuanto…y que tiene copia directa en nuestros platos. Si damos a estos platos su lugar en el iceberg, nos damos cuenta que rompemos la concepción clásica lineal del sistema alimentario de tres eslabones, y que aparece un cuarto eslabón, los hogares, un eslabón básico en nuestro cotidiano alimentario. Los hogares, junto a la producción campesina y el consumo, están en la parte sumergida del iceberg, a pesar de ser las fundamentales para la sostenibilidad de la vida cada día. Haciendo un zoom a la parte sumergida (producción campesina-consumo alimentario y hogares) nítidamente revelamos un álbum de datos, cuantitativos y cualitativos, que no se reproducen al azar: las estadísticas muestran que apenas el 2% de la tierra en el mundo está en manos de campesinos, campesinas y comunidades indígenas; entre el 3 y el 20% de las personas propietarias de tierras son mujeres. El 70% de la producción de los alimentos del planeta son producidos por la agricultura familiar.En el Sur global, la FAO reconoce que el 70% de la producción alimenticia es aportada por las mujeres, aunque son más del 60% de ellas las que sufren hambre en el mundo.En el Norte global, el sistema de opresiones múltiples también nos atraviesa de manera particular, y podemos re-velar que en el marco de la Política Agraria Común (la PAC) la presencia de las mujeres en los Planes de Desarrollo Rural en las distintas Comunidades Autónomas del estado español es minoritaria, como media ronda el 30% y dependiendo de los ámbitos apenas llegan al 15%. Además, en el estado español menos del 9% de las fincas están en manos de mujeres. El 82% de mujeres que se dedican al campo trabajan en explotaciones dirigidas por hombres, y de ese porcentaje el 59% no cotizan en la Seguridad Social. En Euskal Herria, solamente el 38% de las titularidades están en manos de mujeres; el 31% de las ayudas de la PAC llegan a ellas y en cantidades inferiores, dada la escala y los modelos productivos sostenibles que priorizan. Además, tal y como afirma Sandra Moreno del Sindicato Andaluz de trabajadoras y trabajadores, en el estado español existe en las zonas rurales un alto grado de machismo y una mayor carencia de servicios, haciendo que la violencia de género sea mucho más compleja de combatir y con una mayor falta de reparto de las responsabilidades domésticas. Enfocando esto en Gipuzkoa, el 80% de los hogares del medio rural en los que viven personas dependientes las mujeres son las que se encargan de las tareas de cuidados. En contextos urbanos, en cuanto a las disparidades de tiempos dedicados a la alimentación (limpieza, preparado, conserva…), las mujeres le dedican 1 hora 45 minutos y los hombres 55 minutos de media al día. Respecto al impacto del acceso a una alimentación saludable también se revela injustamente en la salud de las mujeres en latitudes de acá, tal y cómo mostró el informe Dame Veneno de Justicia Alimentaria: “La salud no la elige quien quiere sino quien puede”. Las enfermedades asociadas a una mala alimentación (que suponen un gasto público en la EU equiparable al 7,8% de su PIB) tienen un claro componente de clase social y, por lo tanto, en un sistema neoliberal donde las mujeres salen peor paradas, tiene un impacto directo en sus condiciones de vida.
Poner zoom feminista al sistema alimentario relata un sistema de discriminaciones múltiples y cruzadas sobre las mujeres campesinas y rurales. Esos cruces generan consecuencias con derivas comunes por ser mujeres y campesinas en el norte y en el sur; pero también consecuencias diferenciadas en términos de colonialismo. La mirada decolonial en este análisis es esencial y apremiante, aunque no podemos entrar aquí en más detalle; aun así, todos esos cruces son resultado de, entre otras: los intereses y lobbies económicos extractivistas; las costumbres sociales relacionadas con ciertos estereotipos binarios respecto a roles y quehaceres que impactan en los tiempos y proyectos de vida; la desigualdad en el acceso a recursos productivos como la tierra y a oportunidades económicas y derechos laborales como un empleo con una remuneración digna, situaciones de baja laboral, cotizaciones, pensiones,..; las relaciones de poder en los hogares y en los espacios públicos, también reflejados en la falta de valoración positiva de la participación de las mujeres en la vida pública local rural y agraria (asociaciones, sindicatos, colectivos…); los marcos legales, modelos educativos, servicios de movilidad…que no tienen en cuenta un diagnóstico situado en- y participado por-la realidad de las mujeres; los espacios sexistas normalizados y de violencia contra las mujeres invisibilizados, más si cabe, en el medio rural.
Próximamente se cumplen 6 años desde que se aprobó en la CAV el Estatuto de las Mujeres Agricultoras que tiene por objeto hacer efectivo el principio de igualdad de mujeres y hombres en el sector agrario; una legislación pionera en el estado español, pero con escaso desarrollo. Así mismo, en los próximos meses se prevé aprobar en el parlamento vasco de Gasteiz una nueva Ley de Desarrollo Rural. Aunque, una y otra vez, la realidad nos muestra lo contrario, las políticas públicas pueden ser herramientas estratégicas para la transición agroecológica, inaplazables en este contexto de crisis climática.
Este zoom permite ponerle flash a esa realidad; incidir para visibilizarla, valorizarla y redistribuirla. Pero, requiere una mirada de transición agroecológica integral, al menos si queremos que esas transiciones sean justas y resilientes, a distintas escalas y en diversidad de ámbitos. También el ecofeminismo de la sostenibilidad de la vida reconoce que la praxis más desarrollada la encontramos en la soberanía alimentaria y la agroecología y en las luchas de resistencia ambiental ante proyectos extractivistas, igualmente en Euskal Herria. Destacar esto es importante para reconocer que el medio rural es parte y protagonista del cambio social y cultural que vivimos en estos tiempos de posibilidades disruptivas y de decrecimiento inevitable.
Mirene Begiristain Zubillaga
Facultad de Economía y Empresa UPV/EHU (Donostia)
Notas.-
- Hay que precisar que este texto se escribe desde los territorios del norte global y esto tener presentes mayoritariamente a “mujeres CIS, autóctonas, blancas, heterosexuales y sin diversidad funcional”, por lo que, a lo largo del texto, cuando hablamos de mujeres productoras o baserritarras mayoritariamente se hace referencia a ellas o datos generados o vinculados desde esa significación. En este sentido, es evidente el sesgo del trabajo, la necesidad de otros análisis y fuentes y que la investigación no recoge la especificidad que sería necesaria para englobar la diversidad completa de las que se autodefinen como mujeres productoras o baserritarras. ↑