La librería, vista antes de vista
(Galde 20 – invierno/2018). Soledad Frías.
Lamento llevar la contraria ante La librería, la última película de Isabel Coixet, adaptación de la novela homónima de Penelope Fitzgerald. La directora catalana ha alcanzado una perfección visual que se compadece regular con el guión o la construcción de personajes. Su historia está hecha a base de retales con los que el espectador debe rellenar huecos de cierta vida rural inglesa a mediados del siglo XX. Excepto la firmeza de la protagonista, encantadora Emily Mortimer, los motivos para los comportamientos de los demás quedan velados. Parece que cierto porte o cierto vestuario o cierta posición social explicasen de antemano las decisiones. O que ya hemos visto tantas películas de jerarquía y mansión que ya sabemos colocar en su rol a niñas humildes, damas malévolas, intrigantes de profesión y dignos caballeros. Reconozcámoslo, preguntarnos por el pasado de los personajes que encarnan Patricia Clarkson y Billy Nighy nos ha despertado las osadías. Se agradece la vocación de servicio público atribuida a la cultura libresca. Trasladar a la pantalla el placer de lecturas vindicadas (Bradbury, Nabokov) ya hubiera rozado el milagro.