Enrique Bethencourt. (Galde 09, invierno 2015). El marxismo no es una ciencia exacta, aunque algunos lo vean así e incluso lo conviertan en una verdad absoluta, en algo más parecido a una religión que a un método de análisis y transformación social. Las controversias respecto a la figura de Pablo Iglesias lo confirman. Para unos se trata de un Lenin redivivo. Para otros un marxista, pero más en la línea del genial cómico Groucho.
Lo digo por cómo lo perciben dos dirigentes históricos de la izquierda española, de IU y del PCE, tanto monta, monta tanto. Para Julio Anguita, Iglesias y su formación política “son hijos ideológicos nuestros”. Y rendido al líder de Podemos asegura que lo considera “un sabio adaptador de Lenin a las actuales circunstancias”.
No es menor la admiración que suscita en Cayo Lara. El todavía coordinador federal de IU, también ve a Pablo Iglesias como hijo ideológico del marxismo, pero, en este caso, del que encarna Groucho. “Da la impresión de que algunos sólo tienen los principios de Groucho Marx, tengo unos pero si no le gustan, tengo otros”, asegura.
Resulta cuanto menos curioso que dos marxistas de prolongada trayectoria y asentadas ideas analicen de manera tan diferente a un dirigente político contemporáneo. El Pablismo, como el peronismo, tiene plurales formas de ser entendido. Por lo pronto cuenta con dos interpretaciones completamente antagónicas si hacemos caso a los puntos de vista de Lara y Anguita.
En mi época estudiantil la izquierda ofrecía una variada gama de configuraciones del original legado de Marx: leninistas, trotsquistas, maoístas y hasta acérrimos seguidores de Rosa Luxemburgo o Gramsci, a lo que se fueron sumando las influencias de las revoluciones latinoamericanas. Y, fraccionados en muy variadas organizaciones (PCE, PCE m-l, células del PCE, ORT, PTE, OIC, OCE-BR, MC, LC, LCR…) dedicaban buena parte de su tiempo a combatir las otras y desviadas formas de pensar y practicar el marxismo. Ahora, observando los enfrentamientos dentro de IU y en el seno de Podemos, al menos en el ámbito autonómico, se repiten buena parte de los peores estilos sectarios.
PASIONES. Volviendo a lo que nos ocupa, probablemente Anguita y Lara, Lara y Anguita, se hayan dejado llevar por sus pasiones, por sus filias y fobias. Y hayan sacralizado uno y denostado otro a un líder mucho más humano y del que es todavía prematuro saber hasta dónde llegará y cuál será su influencia y su capacidad política más allá de recoger el variado descontento de un país en crisis económica, política, social e institucional.
No parece, cierto es, que analizando los estudios sociológicos sobre lo que piensan los españoles, ubicados como mucho en el centro izquierda, los tiempos estén para soluciones leninistas. Ni que la gente, como se dice ahora, aspire a la dictadura del proletariado y a la socialización de los medios de producción.
Pero también resulta descabellado -pese a lo sano que resulta reírse, también de uno mismo- pensar que millones de hombres y mujeres del Estado español estén dispuestos a fiar su futuro a un humorista de extremadamente cambiantes posiciones ideológicas, aunque esté el precedente de Beppe Grillo en Italia.
Mientras se despeja la duda sobre cuál de los dos tiene razón, Cayo Lara o Julio Anguita, muchos se hacen un lío y no se aclaran quién dijo aquello de “Un paso adelante, dos pasos atrás” o calificó a la política del arte “de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
Eso sí, marxistas eran los dos. Groucho y Vladimir, digo.
«La parte contratante, sólo superada por Cospedal y su contrato simulado y en diferido». Vídeo en: https://youtu.be/XZwvAgU8UxY