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Los conflitos y guerras africanos: viejos y nuevos mitos

Autor 28 junio 2015 by inaki

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Mbuyi Kabunda, (Galde 10, primavera 2015).
En la década de 2000, más de la mitad de los 34 conflictos en el mundo tuvieron como escenario el continente africano. Las guerras en aquella década afectaron a todas las regiones del continente: el Cuerno de África (Etiopía, Eritrea, Somalia), el África Occidental (Liberia, Sierra Leona, Costa de Marfil), el África Central y Oriental (Grandes Lagos, Centroáfrica, Chad), el África Austral (Angola, Mozambique), en Sudán entre el norte y el sur, y desde 2003 en el Darfur.
En 2015, la proporción de los conflictos armados en el continente ha caído a la cuarta parte en relación con aquella década. Es decir, el nivel de violencia armada se ha reducido considerablemente. Sin embargo, siguen persistiendo las violencias de “baja intensidad”, con carácter político, los conflictos alimentados por el saqueo de los recursos naturales, por la mera criminalidad, por la afirmación de una identidad étnica o confesional o inspiradas por el terrorismo yihadista en el espacio sahara-saheliano, que se extiende desde Mauritania hasta Somalia.
El presente análisis pretende identificar las causas estructurales, formas y manifestaciones de los conflictos africanos de las 5 ó 6 últimas décadas, enfatizando en los de la post guerra fría, siendo el objetivo comprender la esencia y las perspectivas de estos mercados de la violencia instaurados en el continente. En este período de la post bipolaridad, los conflictos africanos son más internos o dentro de los Estados que interestatales o entre los Estados (Etiopía-Eritrea, Camerún/Nigeria, Eritrea/Sudán, Uganda/Sudán o las indirectas entre la RDC y sus vecinos…)
Lecturas de los conflictos africanos post guerra fría
Para sólo referirse a las guerras de las dos últimas décadas o los llamados “nuevas guerras”, al margen de la guerras heredadas de la Guerra Fría (Angola, Mozambique), autores como Pierre Jacquemot distinguen las guerras de abundancia en torno a las minas y el petróleo, las guerras de escasez en torno a los recursos naturales escasos como la tierra o el agua, y las guerras de influencia, vinculadas con los movimientos separatistas o autonomistas. En definitiva, el modelo de la “economía de la guerra” distingue dos categorías de factores que conducen a los conflictos en África: el “modelo de grief” (grievance model) que insiste en las desigualdades, frustraciones y exclusiones étnicas y confesionales como factores generadores de conflictos, tal y como está sucediendo en el Sahel, (donde los tuaregs, los peuls y los tubúes responsabilizan a los poderes negro-africanos de su exclusión política y económica), en el Darfur o en Centroáfrica; y el “modelo de la codicia” (geed model) que enfatiza el papel de los recursos naturales en el surgimiento y mantenimiento de los conflictos armados, por influir su explotación en la financiación de la guerra y el aumento de tendencias separatistas o secesionistas. El conflicto de los Kivus e Ituri congoleños expresan a la perfección este último modelo por la proliferación de los señores de la guerra de los sucesivos movimientos de rebelión (RCD, CNDP, M23), que han convertido la guerra en un negocio y cuyo objetivo es el saqueo de las minas de oro, diamantes y coltán de la parte oriental de la RDC con la participación activa de los países vecinos.
Los intereses minerales explican la prolongación de la guerra en la RDC (ayer en Liberia, Sierra Leona, Angola), donde se ha pasado de la guerra al saqueo de los recursos naturales, sobre todo entre 1998 y 2002, con la implicación de 9 países de África Central, Oriental y Austral dando lugar a la llamada “primera guerra panafricana”. Se habla al respecto de la “maldición de los recursos naturales”.
Es preciso también añadir las sublevaciones o rebeliones internas (La Casamance en Senegal y la franja de Caprivi en Namibia, el enclave de Cabinda en Angola, los tuaregs en el norte de Malí y Níger).
Existe una instrumentalización de los viejos rencores o las raíces de la violencia, que son la trata negrera o la esclavitud y la colonización (que destruyeron la cohesión y coexistencia entre las comunidades tradicionales locales) o el trazado de las fronteras, avivados por los factores relacionados con la “modernidad” y la globalización, que han generado decepciones y frustraciones de la juventud. Junto a ello está también la instrumentalización de la etnicidad por los políticos cínicos con fines electorales o para realizar sus ambiciones políticas y económicas personales, tal y como sucedió, o está sucediendo, en la región de los Grandes Lagos o en Kenia entre autóctonos y alóctonos (extranjeros), entre nómadas ganaderos y sedentarios agricultores en el Darfur, o entre árabe-bereberes y negro-africanos en Mauritania, Malí o Sudán.
Causas profundas y estructurales de los conflictos africanos
Los conflictos africanos nacen de varios factores, que no se deben reducir a aspectos étnicos, tal y como suele suceder en los medios de comunicación europeos y norteamericanos. Se trata de un enfoque erróneo o de una verdad a medias. Muchos africanistas e investigadores en ciencias sociales rechazan este análisis superficial y simplificador, que consideran sin fundamento científico, por ser las guerras africanas conflictos con un carácter específico y fundamentalmente político: luchas por el poder y abusos de poder, y por nacer muchos de estos conflictos de las rivalidades sociales por el acceso a las tierras cultivables y al poder local (Ruanda, Costa de Marfil, Darfur…). En este contexto particular, es preciso recordar que Ruanda tuvo antes del genocidio una densidad de 350 hab/km2 y una población al 90% rural. La falta de recursos que compartir profundizó los odios étnicos, instrumentalizados por los políticos integristas de ambos bandos y amplificados por los medios de comunicación, dando lugar al genocidio de 1994.
Además, en estos conflictos no se puede responsabilizar sólo a los actores económicos africanos o a los aspectos exclusivamente nacionales o locales, sino también a las redes internacionales privadas y oficiales, formales e informales, que sacan importantes beneficios en el comercio de recursos naturales y de armas. Globalmente, estos conflictos nacen del carácter inacabado y del subdesarrollo del Estado africano tanto a nivel nacional como a nivel internacional, y en particular de los factores siguientes: la negación del carácter multiétnico o multinacional del Estado africano por los gobiernos centrales; el desarrollo desigual o la modernización diferencial, práctica heredada de la colonización y profundizada por las elites poscoloniales; la gestión étnica del Estado (etnocracia o etnonacionalismo), junto a la personalización del poder y la manipulación de los integrismos étnicos y confesionales por los dirigentes por fines políticos, como queda subrayado. Fundamentalmente, es la ruptura entre el Estado y la sociedad, o las relaciones difíciles entre el Estado y la nación, que es la fuente de la crisis de gobernabilidad, generadora de las rebeliones internas y de los conflictos intra- e interestatales. En consecuencia, no deberían pasarse por alto las dimensiones regionales e internacionales de estos conflictos o la interconexión entre los factores internos y externos.
Desde esta perspectiva, hemos de dejar constancia del hecho de que no se puede atribuir las guerras o los conflictos en África a causas exclusivamente étnicas o “tribales”, cuando en realidad se trata de unas realidades más complejas y diversas donde intervienen, en la opinión acertada de Michel Gaud, las herencias del pasado, los factores económicos y políticos, las injerencias de las potencias extraafricanas internacionales y las especificidades africanas . La etnicidad sólo sirve de excusa o de consecuencia, y raras veces de factor desencadenante. Por lo tanto, es preciso la deconstrucción de este concepto, producto de la antropología colonial y de los intereses económicos, políticos y sociales de unos u otros.
En realidad, las reivindicaciones “tribales” o étnicas son la manifestación del “derecho a la autodeterminación de los pueblos” o la expresión de fuerzas de cambio políticas, económicas, sociales y culturales, y con la misma legitimidad que se expresan en otras regiones del mundo. Nacen de la miseria económica, la opresión política, la injusticia social y las desigualdades de toda índole. Por ello, y de acuerdo con el profesor Roland Marchal, se debe evitar en el análisis de los conflictos africanos una serie de errores de apreciación que se suelen cometer: considerar a África como un continente por naturaleza violento (tratamiento patológico de los africanos); la reducción de los conflictos a los únicos aspectos étnicos y “tribales” o a la crisis del Estado, obviando otros factores no menos importantes; la criminalización de los movimientos armados pasando por alto sus reivindicaciones y dimensiones políticas; el concentrarse sólo en los aspectos internos sin referirse a los contextos regionales e internacionales, y por fin, el no considerar como únicos protagonistas sólo a los jóvenes o a los miembros de la sociedad civil, olvidando a otros actores . En pocas palabras, es preciso alejarse de los clichés y de algunos reflejos intelectuales inconscientemente interiorizados, y de la intoxicación de los medios de comunicación occidentales que sólo hablan de “conflictos étnicos” en las que se enfatizan la barbarie y la violencia de los africanos.
Las nuevas guerras y conflictos de baja intensidad en África
En la actualidad, la naturaleza de algunos conflictos africanos más recientes da cuenta de una realidad que se termina olvidando por no afectar o amenazar los grandes equilibrios mundiales, siendo considerados por tanto como de “baja intensidad” (low intensity conflicts), como es el caso de los que están teniendo lugar en la parte oriental de la RDC o en la franja sahelo-sudanesa con Boko Haram y Al Shabaab.
El movimiento o la secta Boko Haram, aterroriza a la población desde 2009 y quiere imponer la sharía o la teocracia a los Estados de la zona (Nigeria, Camerún, Chad, Níger), para luchar contra las élites corruptas y crear un mundo mejor, mediante la yihad. La emergencia de esta secta se explica por la creciente pobreza e injusticia social en el norte de Nigeria o la región sabeliana de este país. Se trata, por lo tanto, de una lucha política que se ha dotado de unas bases religiosas para conseguir sus fines.
Por su parte, Al Shabaab, desde su retaguardia somalí, desestabiliza a los Estados vecinos considerados como aliados de Occidente, en particular a Kenia (ataque del mall o supermercado Westgate y la Universidad de Garissa) acusado de haber enviado tropas en Somalia contra los tribunales islámicos Shabaab, en 2011, y a Yibutí por haber acogido en su territorio las bases militares norteamericanas y francesas.
Se puede mencionar también los enfrentamientos en Centroáfrica, desde 2013, por razones de poder, entre las milicias musulmanas, los selekas, y las cristianas, los anti-balakas. Por fin, Sudán de Sur, que accedió a la independencia en 2011, conoce desde hace dos años un conflicto entre las dos principales etnias: los dinka, la etnia del jefe de Estado Salva Kiir, y los nuers, del hasta hace poco vicepresidente de este país, Riek Machar, en torno al control del poder y de los ingresos procedentes del petróleo, que constituyen el 98% de los presupuestos estatales.
El surgimiento de todos estos movimientos se explica en buena medida por la corrupción endémica, el mal gobierno, la exclusión de algunas capas de la población por los poderes establecidos, la ausencia de perspectivas sociales para millones de jóvenes sin futuro y decepcionados por los fracasos del modelo de desarrollo occidental, y por lo tanto candidatos al yihadismo, con los consiguientes ataques espectaculares a los símbolos de la modernidad occidental (aeropuertos, estaciones, supermercardos, etc), siendo el objetivo hacer el mayor número de víctimas posible en muy poco tiempo, y conseguir de este modo la mediatización del terror y de la extrema violencia.
Resolución de conflictos africanos y perspectivas
La mejor resolución de los conflictos africanos es su prevención, y no pueden resolverse sólo con la organización de conferencias internacionales, el suministro de la ayuda humanitaria o la celebración de elecciones como suele suceder, sino por la instauración de un verdadero proceso de desarrollo y de educación que permita a los jóvenes de esta zona no considerar la guerra como la única actividad de supervivencia.
Se debe saludar, a pesar de sus imperfecciones, la legislación adoptada por el Parlamento Europeo, el 20 de mayo de 2015, destinada a la lucha contra el comercio de los minerales procedentes de las zonas en conflicto, para impedir que los grupos armados africanos, ─y de la RDC en particular─, puedan financiarse con la explotación y comercialización del estaño, bauxita, coltán, wolframita y oro, y ello mediante el certificado de origen de estos minerales para determinar su procedencia y las distintas etapas de su recorrido. Es decir, el equivalente al protocolo de Kimberley, adoptado en mayo de 2000, y que estableció las condiciones de producción y comercialización de los diamantes limpios (que no deben proceder de las zonas en conflicto), y que tuvo un impacto en el fin de los conflictos de Liberia, Sierra Leona y Angola.
En definitiva, si la solución militar, que se suele privilegiar, se justifica a corto plazo por razones de urgencia (operación Serval, operación Barkhane en Malí, operación Sangaris en Centroáfrica), etc., sin embargo, a largo plazo la solución ha de ser política, económica y social.
Es preciso atacar a las causas profundas de estos conflictos y guerras, que son: la corrupción de los poderes establecidos, la ausencia de estrategia de desarrollo, el mal gobierno, los desequilibrios entre las regiones y las comunidades (respeto de la diversidad cultural y religiosa), el deterioro económico y el bloqueo de cualquier perspectiva de progreso profesional y social para la juventud. Es decir, la lucha contra el subdesarrollo, la injusticia y la dependencia y a favor de la democracia ciudadana o de cercanía, participativa y reivindicativa, y de la descentralización como instrumento del desarrollo y de la gobernanza.
Mbuyi Kabunda (Profesor del Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo y miembro del Grupo de Estudios Africanos –GEA- de la Universidad Autónoma de Madrid)

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