«Hay diferentes maneras de organizar el capitalismo y hay diferentes maneras de superarlo ….- Hay que repensar los límites del mercado, los límites del capitalismo, y repensar también las instituciones democráticas». Thomas Piketty.-
Capitalismo ¿Tarjeta roja o amarilla?
Kepa Bilbao Ariztimuño. (Galde 09, invierno 2015). Puede resultar paradójico, pero en la situación actual, aun habiendo una enorme crisis de legitimidad del discurso neoliberal, de sus recetas económicas y, en cierta medida, de confianza en el sistema capitalista, estamos muy lejos de poder contemplar que un cambio radical del orden económico existente pudiera contar con un amplio apoyo popular.
Tampoco es que abunden las tarjetas rojas, las alternativas de transformación social y económica de conjunto. De hecho, si uno echa un vistazo a las distintas propuestas económicas de los principales partidos de izquierda, desde el PSOE a Podemos, pasando por IU, EH Bildu y ERC, estas no pasan de ser tarjetas amarillas, propuestas parciales de corrección del modelo capitalista neoliberal, unas un poco más audaces que otras, eso sí, nada desdeñables, pero todas ellas de corte keynesiano en lo económico y socialdemócrata clásico en lo político. Medidas al fin y al cabo conservadoras que tratan de minimizar las pérdidas de muchos de los logros sociales alcanzados. Nada que pueda ser considerado de socialista, revolucionario, disparate, quimérico, extremista o de medidas que nos puedan llevar al apocalipsis, como vienen siendo calificadas e interpretadas de forma interesada por una buena parte de analistas y tertulianos de las revistas especializadas y de los medios de comunicación y persuasión, la mayoría en manos de la banca y de las grandes empresas.
El keynesianismo nunca fue un programa de transformación económica, sino de conservación de un capitalismo en crisis. Es principalmente un programa para reavivar las economías nacionales, cosa que podría hacerlo a corto plazo, pero la hiperglobalización ha complicado de manera importante este problema.
No es mi intención entrar en el análisis de dichas propuestas neokeynesianas correctoras del capitalismo, de su viabilidad, sostenibilidad y enormes dificultades para ser llevadas adelante dado el estrecho margen de negociación en el marco de una Unión Europea en la que predomina el dogmatismo económico conservador, entre tanto ruido de los mercados, manejos de multinacionales, paraísos fiscales, intereses nacionales -en muchos casos antagónicos- y juegos de poder. Tampoco pretendo debatir acerca de la posibilidad de salirse de la dicotomía neoliberales/socioliberales versus neokeynesianos que ocupa el centro del debate hoy en Europa en los programas económicos, ni de la complejidad que entraña la construcción de un proyecto rupturista alternativo de transformación socio-económica de conjunto, de los límites existentes en Europa y en el mundo actual con los que se encontraría, si lo hubiera, o, por último, de discutir los fundamentos o su falta.- de quienes diagnostican la corrosión terminal del capitalismo y su inminente colapso.
En las siguientes líneas me centraré en hacer unas breves observaciones sobre el objeto central de discusión, de corrección en unos casos o de ruptura en otros, el capitalismo.
Expondré algunos de sus rasgos generales que considero son los fundamentales y que tienen una relación estrecha con la crítica. Mi propósito es que sirvan de marco reflexivo general introductorio, previo a poder abordar en otra ocasión con una mayor perspectiva las cuestiones anteriormente planteadas.
1.- La primera observación que quiero hacer es que el capitalismo no es un sistema diabólico sostenido por la maldad de unos pocos, ni un virus maligno instalado en el cuerpo sano de la humanidad. Esforzarse por tratar de huir de la tentación por las simplificaciones es la primera condición de todo observador crítico. El capitalismo es un sistema de interrelaciones muy denso y muy complejo en el que todos estamos involucrados, aunque en modo muy desigual y con muchas contradicciones.
2.- El capitalismo se inserta en un sistema institucional determinado, político, jurídico, ideológico, cultural e incluso moral. Hay distintos sistemas institucionales, y cada uno de ellos tiene consecuencias para la distribución de la riqueza y el poder, así como para el crecimiento, para la eficiencia, el cuidado del medio ambiente y la estabilidad. No todos funcionan de la misma manera ni producen los mismos resultados en cuanto a bienestar social.
3.- No existe un único modelo de desarrollo económico capitalista, las economías capitalistas se pueden situar en un continuo entre dos tipos ideales extremos, el conocido como modelo angloamericano y el modelo renano-nipón que se practica en Alemania, Suiza, el Benelux, en Europa del Norte y, con variantes en Japón. Por lo demás, estos dos modelos, desde hace más de treinta años, con la hiperglobalización económica y la hegemonía del neoliberalismo, no han dejado de aproximarse y cada vez resulta más forzado separar por una línea clara estas dos clases de capitalismo.
4.- El capitalismo es un producto histórico con una gran capacidad de adaptación que muta y evoluciona en respuesta a un entorno cambiante. Es un sistema relativamente joven y en constante evolución. Apenas tiene algo más de tres siglos desde que se originó en Occidente gracias al surgimiento en el temprano período moderno en Italia, los Países Bajos y Gran Bretaña de un sistema bancario que vinculó al Estado y a la naciente burguesía mercantil en la generación de dinero crédito para financiar la producción y el intercambio. No es lo mismo el capitalismo semiesclavista primitivo que el de los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, ni aquel al actual. Tampoco es lo mismo el capitalismo de hoy de la Europa occidental al existente en Rusia o en China. Tal vez habría que hablar de capitalismos más que de capitalismo.
5.- Derivado de lo anterior, podemos decir que el sistema económico capitalista no es un sistema abstracto que se aplique en todo tiempo y lugar con los mismos efectos, independientemente de las estructuras sociales, culturales y políticas. El capitalismo toma cuerpo en sociedades históricas concretas que le confieren características peculiares. Con esto no quiero decir que el capitalismo no posea un núcleo duro, que lo caracteriza y que no ha variado a lo largo de su historia: la transformación permanente del capital, de los bienes de equipo, de las materias primas y demás recursos como la fuerza de trabajo en mercancías, de la producción en dinero y del dinero en capital.
6.- En los dos últimos siglos, la economía capitalista ha mostrado un gran dinamismo, ha tenido mucho éxito en lo concerniente a la invención, la afirmación individual, la producción en masa y la distribución comercial de todo tipo de bienes y servicios, pero, a su vez, ha sido y es fuente de grandes problemas. Ha demostrado ser un sistema de mercados defectuoso que, cuando menos, si no se regula y limita su desarrollo, lleva a profundas depresiones periódicas, a crisis como la que estamos viviendo, a grandes desigualdades, guerras, a un imprudente tratamiento de los recursos naturales y agresiones al medio ambiente fruto de su voracidad congénita. Son demasiados los fallos del sistema, los daños que ha causado, causa y puede causar, como para caer en actitudes autocomplacientes y no sopesar, como mínimo, su esencial ambivalencia.
7.- Prescindir del mito de que los mercados son libres, que se bastan por sí solos y que son generalmente eficientes es el primer paso para la comprensión del capitalismo. Los mercados son el locus del conflicto y la lucha entre grupos económicos e intereses desiguales. Aquí, los precios no expresan simplemente un equilibrio eficiente entre la oferta y la demanda determinado espontáneamente por miríadas de individuos no relacionados que buscan maximizar su utilidad. Por el contrario, los precios representan el resultado de una lucha por el poder económico entre distintos intereses de grupos definidos por su posición en el sistema capitalista.
8.- Los mercados requieren necesariamente de instituciones ajenas para poder funcionar. Necesitan el Estado. El alcance de su intervención en la economía es objeto de controversia desde A. Smith y el que sea mayor o menor caracteriza las opciones políticas y las distintas variedades de capitalismo. La pregunta relevante no es si actúa o no, sino cómo actúa y en qué sentido orienta sus actuaciones. Si lo hace en la búsqueda del interés general o para satisfacer las demandas de un sector minoritario de la población que persigue en exclusiva el beneficio propio.
9.- El capitalismo tiene la codicia como principio rector del desarrollo económico. Aunque si bien es verdad que la codicia es algo profundamente arraigado en la naturaleza humana, también lo es que ha sido intensificada por el capitalismo hasta el punto de haberla convertido en los cimientos psicológicos de toda una civilización.
10.- El capitalismo se presenta como amoral. Este dejar en suspenso la moralidad cuando se actúa en el mercado, es algo bastante compatible con la idea de moralidad de los teóricos liberales y afines que consideran que la moralidad es cosa a tener en cuenta en otros ámbitos: familiares, lazos de amistad, ayuda a los muy necesitados, etc., pero que es cosa perjudicial cuando se entremezcla con la actividad económica.
11.- Es un sistema con una visión del progreso reducida exclusivamente a la rentabilidad y productividad económicas y en el que impera una economía fuertemente competitiva y monetarizada que nos somete a una presión contínua de querer cada vez más y más.
12.- Uno de los rasgos más significativos del capitalismo que se desarrolla a partir de la década de los 80 es, junto a la financiarización de la economía, la expansión de los mercados y de los mercados de valores hacia las esferas de la vida a los que no pertenecen. La intromisión de los mercados -y del pensamiento orientado hacia los mercados- en aspectos tradicionalmente regidos por normas no mercantiles ha producido un fuerte proceso de mercantilización de la vida. Esta invasión de nuestras sociedades por la cultura de mercado ha tenido consecuencias significativas en nuestras relaciones sociales, personales y en nuestro bagaje ético. Ha propiciado el desprestigio de lo público y lo común frente a lo privado, la sobrestimación de la rentabilidad monetaria frente a la subestimación de la rentabilidad social y el elogio del individualismo, ahí está, como ejemplo, el insistente discurso de que la salida de la crisis es cosa de la promoción del esfuerzo individual, encarnado en la figura del ¨emprendedor¨.
13.- El capitalismo ha logrado un progreso incomparable en la creación de riqueza, pero nos ha quitado la principal ventaja de esa riqueza: la conciencia de tener suficiente, nos ha incapacitado para hacer un uso civilizado de ella.
14.- La historia del capitalismo está marcada por una interacción constantemente cambiante entre el progreso tecnológico y los ciclos financieros, en un proceso permanente de autodestrucción y recreación.
15.- Su mayor fortaleza radica en su maleabilidad, en su capacidad para abordar sus propias contradicciones internas y relanzar su dinámica a partir de ellas, así que la cuestión de su fin o de su superación no es un tema para profecías baratas. El capitalismo desde que surge está siendo modificado por factores que no tienen que ver siempre con los intereses de los capitalistas sino con las luchas sociales, con la crítica social, las teorías económicas, las políticas de los gobiernos, los intereses nacionales, por factores internacionales, por tensiones dentro de los capitalistas capital productivo y capital financiero.-, etc.
16.- El capitalismo segrega ideología o, dicho de otra forma, las prácticas económicas van acompañadas de un mundo de ideas nada desdeñable, derivadas del propio capitalismo y que influyen a su vez en su desarrollo. Quienes tienen la riqueza la utilizan para comprar el poder político, científico y mediático y de este modo, no solo aumentar su riqueza o reforzar sus posiciones económicas sino también intentar condicionar nuestra forma de pensar, hacer que parezca aceptable y necesario lo intolerable.
17.- Además de la dimensión ideológica, estas prácticas económicas son dotadas de sentido por un conjunto de teorías económicas como son el carácter autoregulador de los mercados, la teoría de los mercados eficientes, la teoría de las expectativas racionales, la teoría del goteo o de la filtración descendente -la peculiar idea de que enriquecer a los de arriba redunda en beneficio de todos, incluido los pobres-, la teoría de los ciclos económicos reales o los modelos de evaluación de riesgo, que, a su vez, destilan creencias, en la base de estas se encuentra una antropología reductora del ser humano: el homo economicus; conceptos como los de racionalidad, competitividad, flexibilidad, productividad, que juegan un papel muy definido; culturas como la del enriquecimiento rápido y sin esfuerzo y subculturas como las del virus especulativo, la del capital impaciente, la cultura del riesgo y del consumismo; legitimaciones para justificar lo que hacen los capitalistas y financieros así como el apoyo que de forma privilegiada les brinda el Estado. Entre estas justificaciones destaca la sumisión a las leyes de la economía, esta sumisión a la ciencia económica ha dado lugar a una representación del mundo en la que se separan los aspectos económicos del tejido social constituyéndose así la economía como un ámbito autónomo, independiente de la ideología y de la moral, que obedece a leyes positivas.
Keynes dijo en una ocasión que incluso «los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto». Se podría decir con Dani Rodrik que se quedó corto y apostillar que las ideas que han dado lugar a las políticas de los últimos 50 años proceden de economistas que están, en su mayor parte, muy vivos.