Galde 27, negua/2020/invierno. Jason & Argonautas.-
I. CULTURA CONTANTE Y SONANTE. Con el fin de año llegan los balances. Es hora de contar pérdidas y ganancias. También en lo que a cultura se refiere. Los gobiernos y otras organizaciones hace ya años que crearon sus observatorios y departamentos de estudios y estadísticas, y en estas fechas publican sus conclusiones. La Fundación SGAE, el Ministerio de Cultura o el Observatorio vasco nos muestran el libro de contabilidad de nuestros hábitos y prácticas culturales.
Al parecer, todo va bien. Pasada la tormenta, y en tanto no caigan nuevos chaparrones, nos dicen que las aguas están volviendo a su cauce. Así, nos enteramos de que la cultura da muestras de buena salud. Se lee más, se va más al teatro, a los museos, se escucha más música, e incluso, se ve más cine. Y lo que es más grato, sobre todo para los autores, se hace de manera legal. La piratería musical y de contenidos audiovisuales, siguiendo la tónica europea, decae notablemente. Por ejemplo, las descargas ilegales de música han pasado en los últimos cuatro años de un 18,30% a un 5,10%. Será por la eficaz persecución del delito, por el aumento de conciencia cívica o, más probablemente, por el éxito del streaming y de las plataformas digitales (Spotify y Netflix a la cabeza), que ofrecen música y producción audiovisual a precios competitivos. Ya más de la mitad de la población está suscrita a alguna plataforma.
Como suele ser habitual, las mujeres ganan en casi todos los epígrafes, siendo en la lectura donde más se distancian de los hombres. Estas saludables estadísticas valen también para la música y la literatura en euskera. Así se percibía en la pasada Feria de Durango. El Premio Nacional de las Letras a Bernardo Atxaga, así como el merecido reconocimiento a los creadores vascos de La Trinchera Infinita y El Hoyo ilustran este estado de gracia de nuestra cultura.
Los responsables políticos muestran su satisfacción y anuncian incrementos de inversión en los próximos presupuestos. Está bien, pero tampoco deberían excederse en los ditirambos. Cuando se dice que se lee, se refiere a que casi dos tercios de la población manifiesta haber leído al menos un libro el año anterior. Creámoslo, aunque no encaja bien con la constatación de que el gasto cultural por persona ha disminuido, si bien ha aumentado entre la población joven. ¿Será porque se incluye un apartado de «servicios de móviles e Internet»?
II. ACTIVOS Y PASIVOS INTANGIBLES. Los números son fríos y también engañosos. Simulan ser neutrales, pero no lo son. Late en su mecánico corazón una lógica cuantitativa de mercado que excluye lo que sale de las grandes rutas marcadas por el comercio y la industria. El modelo Iceberg de la cultura señala que el 90% de la misma queda por debajo de la superficie formada por los hechos que se pueden reconocer fácilmente y por tanto, medir y clasificar en dominios y categorías. Por debajo quedan los intangibles culturales: las reglas tácitas o inconscientes, formas de pensar y de sentir heredadas o adquiridas, los rituales, los mitos o los valores. Es decir, la brújula personal que sirve para no perderse en el camino que cada cual se ha trazado. El mecanismo por el cual buscamos las respuestas a las preguntas que nos vamos formulando.
No todos los hechos culturales tienen el mismo valor ni el contexto en que se producen es indiferente. Lo saben los que ya están de vuelta.» Se publica demasiada literatura banal, estúpida, tonta», dice José Balza, escritor venezolano. «Los superhéroes de Marvel no son cine», clama Scorsese, y el gran Coppola lo remata: «son despreciables». Una película, para él, debe suponer «un aprendizaje y una inspiración». Los creadores, dice, «deberíamos preservar la diversidad cultural para no vivir en un mundo homogéneo, pero veo muchas tendencias que se oponen a lo que, en realidad, deberíamos estar haciendo».
Dicen las estadísticas que el pasado año se estrenaron en EEUU unas 500 series de ficción y en torno a 1.000 realities. Este año serán bastantes más, y se verán, por supuesto, en todo el mundo. El atracón televisivo en la soledad del sofá tiene ya un nombre: bingewatching. ¿Qué dicen los números sobre el aislamiento, la estandarización y la pérdida de un acervo cultural común que nos permita entendernos en un mismo lenguaje? «Los tiempos en los que existía el otro se han ido», dice categórico Byung-Chul Han (La expulsión de lo distinto). Para este filósofo coreano, vivimos en el reino de lo igual. Personas «cebadas como ganado consumiendo imágenes sin límite, porque todo el mundo lo hace y porque (los algoritmos) las diseñan para que gusten».
En su reivindicación de la literatura al recibir el Nobel, Olga Tocarczuk alertaba también sobre un mundo reducido a la condición de objeto y dominado por una Red «completa e irreflexivamente sujeta a los procesos de mercado». Un Internet que debía «unir, generalizar y liberar» para «escuchar la armonía del mundo», ha acabado siendo un lugar de «una cacofonía de sonidos insoportable». Una gigantesca cantidad de datos que sirve para «programar el comportamiento de los usuarios». Y concluye, parafraseando a Shakespeare: la Red es cada vez más «una historia contada por un idiota, llena de ruido y de furia».