La militarización como contexto del potencial pacto nuclear con Irán

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(Galde 10, Udaberria 2015 Primavera). Moisés Garduño García. En abril de 2015 Irán y el G5+1 acordaron un documento en el cual se sentaron las bases de un potencial acuerdo nuclear que podría firmarse el próximo 30 de junio. Este acuerdo-marco se caracteriza por un contexto de violencia, tanto militar como epistémica, que está minando cada calle por donde pasaron las revoluciones árabes, aunque, hay que decirlo, dicha militarización no es producto de las revoluciones mismas sino por el contrario de las contrarrevoluciones perpetradas por diversas élites políticas estatales y no estatales interesadas en frenar esta ola de cambio que integraba a varios sectores de las sociedades árabes y no árabes de la región.

Al tiempo de escribir estas líneas, Arabia Saudí se encuentra en plena intervención en Yemen y hace unos meses lo hacía también en Bahréin. Libia está tomada por diversos grupos armados, algunos leales a Gadafi y otros leales a sí mismos. El pueblo sirio se encuentra entre la represión interna de su dictador y la brutal injerencia externa de los enemigos de ese dictador. En el caso egipcio el país está gobernado por un militar golpista. En el caso iraquí se nota la militarización de Daesh y la toma de la única ciudad donde se presentaron protestas contra la invasión estadounidense y contra la influencia iraní a la vez, es decir, Ramadi, esto sin mencionar la captura de Palmira y el epistemicidio inminente en dicha ciudad siria. En el caso israelí se habla de las posibilidades de enfrentarse nuevamente con Hezbollah en el Sur de Líbano cuando hace apenas un año las FDI estaban en Gaza creando una de las peores crisis humanitarias en lo que va del siglo XXI. Todo esto debe ir aunado a la renuncia de Tony Blair como enviado de Paz en Medio Oriente el pasado 27 de mayo de 2015, lo cual agudiza la incertidumbre de la región en términos políticos y económicos.

Visualizar el pacto nuclear en un contexto como este puede llevarnos a imaginar el alivio de ciertas tensiones geopolíticas en la zona, sobre todo si se le piensa como un ejercicio contrario a la guerra. Sin embargo, se debe decir que cualquier acuerdo potencial que se llegara a firmar en estas circunstancias no puede ser visto solamente como un catalizador romántico de cambios pacíficos a futuro sino también como un producto mismo de este contexto de contrarrevolución y militarización regional.

Como evidencia para este argumento, hay que recordar el consenso de 2010 alcanzado entre Turquía, Brasil e Irán para que el uranio iraní fuera enriquecido en Rusia, acuerdo que fue despreciado por Estados Unidos debido a que la situación regional pintaba muy mal para Irán a raíz de los levantamientos populares que se suscitaron en junio de 2009 contra el presidente Mahmoud Ahmadineyad pensando así que se podría lograr el debilitamiento del régimen sin tener que negociar nada a cambio. Hoy en día, con el documento de abril, parece que Teherán podría enriquecer uranio en suelo iraní a un 3.67%, y por un periodo de 15 años, situación que cuestiona las razones por las cuales Obama ha dado el visto bueno a este consenso y no a aquel acuerdo de 2010, el cual a todas luces tenía más ventajas que el de 2015. Una de las respuestas al por qué se está aceptando a un Irán con más centrifugadoras, con un reactor nuclear en funciones y con más uranio enriquecido con respecto a lo obtenido cinco años antes, es simplemente la imposibilidad que tiene Estados Unidos de lidiar con un Irán sin supervisión nuclear en el contexto actual, donde no hay un control total de otros escenarios donde Estados Unidos y sus aliados han intervenido militarmente tal como es el caso de Siria e Iraq.

Dicho de otra manera, debido a las intervenciones militares contrarrevolucionarias y sus consecuencias, el pacto nuclear se ha convertido en la herramienta más útil que Occidente se ha encontrado para controlar las actividades nucleares de Irán, ya que a través de los mecanismos de supervisión del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) Washington tendría la garantía de que Irán no está desarrollando armas nucleares al tiempo que podría planificar mejor sus intervenciones militares en la zona, algunas a pesar de Irán (como en Siria), y otras en conjunto con Irán (tal como ocurre en Iraq en contra de Daesh).

Desde esta perspectiva, el pacto nuclear de junio podría ser visto como un resultado de cambios geopolíticos producidos por las fallas de algunos estrategas estadounidenses cuando planificaron las respuestas militares a las revoluciones árabes. Por tal motivo, y desde la óptica de Washington, tan importante es contar con un aliado como Abdel Fatah al Sisi en Egipto como contar con un Irán supervisado a través del pacto nuclear, porque ambos actores suponen un acuerdo en temas de seguridad donde Estados Unidos a cambio de un apostura fija de estos países entonces dotarías de ciertos compromisos, sobre todo en términos económicos, traducibles en la ayuda militar al ejército egipcio y en el desmantelamiento de las sanciones económicas y financieras en el caso de Irán respectivamente.

Lo anterior, irremediablemente, trae como consecuencia algo que Irán siempre ha anhelado desde el principio de las negociaciones, es decir, el reconocimiento de su derecho a enriquecer energía nuclear, factor que ha sido fundamental para presentarse ante la opinión pública nacional como una victoria política sobre Occidente, erosionando la desconfianza generada entre el gobierno y el pueblo iraní tras aquellas movilizaciones del año 2009.

Así, paradójicamente, la confrontación militar con Irán ahora no es una solución viable en un contexto de militarización regional justo porque los cambios geopolíticos creados por la inestabilidad en Siria, el surgimiento de Daesh y la necesidad de contar con aliados influyentes en escenarios como Iraq y Yemen, han generado un cambio de postura en ambas partes en el mismo proceso de la negociación. Dicho de otra forma, el mismo escenario contrarrevolucionario contra la protesta social ha sido el detonante para que las elites gubernamentales de los países en disputa se acerquen en la mesa de negociaciones para hablar de la cuestión nuclear a cambio de coordinar los efectos geopolíticos de ese potencial acuerdo. Como evidencia para este argumento, se pueden citar las operaciones militares conjuntas en el terreno iraquí que Washington y Teherán han llevado a cabo para mantener sus intereses respectivos en aquel país árabe desde marzo de 2015 haciendo ver que el pacto nuclear es resultado y detonante de cambios al mismo tiempo.

Sin embargo, ante el pacto existe otra teoría que ve a un Irán supervisado por el régimen de no proliferación nuclear como sinónimo de un país que tendría la capacidad de crear nuevos recursos económicos para seguir alimentando a los mismos grupos que causan los problemas por los cuales Estados Unidos y sus aliados siguen empantanados en la zona, esto es, grupos como Hezbollah en Líbano y otras organizaciones con conexiones pro-iraníes que trabajan en la misma sintonía en Iraq, Siria y Yemen. Esta teoría es la que ve al pacto nuclear solo como un detonante de otros cambios catastróficos en la región tales como, paradójicamente, una mayor militarización en Oriente Medio (aunada a la ya existente), pero encaminada no solo a minar los intentos revolucionarios de los pueblos sino a detener por medios no pacíficos las intenciones nucleares de Irán y producir una nueva carrera armamentista en la región pero a mayor escala.

Esta teoría es impulsada por Arabia Saudí e Israel, los dos oponentes principales al acercamiento entre Irán y Occidente, por lo que se puede decir que, independientemente de la firma del pacto en junio, las negociaciones del documento de abril se constituyeron ya como el detonante perfecto que propició el fortalecimiento de los arsenales y presupuestos militares de estos Estados.

Las evidencias para este argumento radican en la intervención que hizo Arabia Saudí en Yemen el 26 de marzo de 2015 (justo el día que iniciaron las negociaciones entre Irán y el G5+1 en la ciudad suiza de Lausanne) cuando Riad atacó a las milicias Houthies que habían tomado la capital Sanná y el aeropuerto principal del país, con la clara intención de provocar la reacción armada de Irán que se encontraba en plena mesa de negociaciones. Como es sabido, Irán reaccionó pocos días después enviando un barco que fue interceptado por el Reino Saudí el cual, al revisar la embarcación, se encontró con que iba cargada de ayuda humanitaria (y no de armas) provocando una reacción a favor de la posición iraní en la prensa internacional.

Otra evidencia para lo anterior se encuentra en la conducta de Israel, el otro férreo oponente al pacto nuclear, a quien se le han documentado una serie de asesinatos contra  combatientes pertenecientes a Hezbollah mediante ataques aéreos en terreno sirio, esto como parte de sus labores de contención y disuasión en esta zona. En enero de 2015 Israel asesinó a 6 combatientes de Hezbollah mediante dicha estrategia con la intención de provocar una reacción de Hezbollah (e indirectamente de Irán) en contra del régimen de Netanyahu lo cual, no obstante, no causó una guerra entre las facciones convocadas sino más bien una cooperación más fuerte entre las Fuerzas Armadas Nacionales de Líbano y el ala armada de Hezbollah en aras de salvaguardar las fronteras libanesas y facilitar el acceso de armamento más sofisticado para ambas partes.

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No obstante esta reacción, Israel aumentó su presupuesto de defensa en 2.2 billones de dólares para el 2015 al tiempo que la prensa israelí comenzó a insinuar a lo largo del mismo año la posibilidad de crear una nueva guerra entre Israel y Hezbollah como mecanismo que pueda obstaculizar la firma del acuerdo de junio. Esto podría pasar como un argumento especulativo a no ser de los análisis hechos por investigadores como Trita Parsi, quien ha documentado algunas declaraciones de funcionarios israelíes diciendo que en el contexto actual ellos «golpearían muy fuerte a Hezbollah», entendiendo que el efecto deseado es convencer al congreso estadounidense y a la opinión pública internacional de que Irán es una amenaza a la seguridad internacional poniendo como prueba su apoyo logístico, financiero y armamentista a Hezbollah. 1

En efecto, una de las formas en las que se puede evitar el pacto de junio es una guerra entre Hezbollah e Israel, una herramienta que Tel Aviv no puede descartar si se encuentra en la misma sintonía que Arabia Saudí en Yemen, estrategia que obligaría a Hezbollah a abrir un segundo frente en su escenario de operaciones reclamando la ayuda de Irán, metiéndolo en esa hipotética confrontación en el marco de un potencial acuerdo de paz.

Ante este escenario algo es claro, esto es, que Irán enfrenta el 30 de junio con el reconocimiento implícito de su derecho a enriquecer uranio y con el know how del ciclo nuclear en la bolsa, elementos con los que espera el levantamiento de las sanciones económicas por parte de Occidente para cerrar el tan esperado acuerdo con varios puntos a favor que, de concretarse, le obligarían a aceptar las limitaciones temporales que se han propuesto para su programa y otorgar así, finalmente, la garantía de que no irá por la bomba nuclear.

A pesar de lo anterior, la garantía de que Irán no vaya por una arma nuclear no significa el fin de la militarización de todo Oriente Medio, sino por el contrario puede significar la intensificación de esta militarización en los Estados árabes del Golfo e Israel tal como los planes de venta de armas de Estados Unidos a estos países también lo ha demostrado, siendo el caso de Arabia Saudí un ejemplo claro pues el Reino ha obtenido una promesa de venta de armas por 1900 millones de dólares, una cantidad muy similar a la que se venderá a Israel (aprobada en 1870 millones de dólares) según lo anunciado por el Departamento de Estado de Estados Unidos el pasado 20 de mayo de 2015.

Así, los conceptos “pacto” y “paz” no siempre van de la mano, y en el caso particular de Oriente Medio, el pacto nuclear con Irán puede implicar el alistamiento para la guerra por parte de los detractores del pacto, aumentando así la militarización de la zona en detrimento de las  sociedades donde ya se están viendo nuevas intervenciones armadas, es decir, no solo Siria, Iraq, sino también Yemen y potencialmente el Sur de Líbano abriendo la siguiente pregunta: ¿Este es el precio que hay que pagar para tener el pacto con Irán?; ¿y si no, cuál es el precio de no tener un acuerdo como tal? A final de cuentas, nunca hay que perder de vista que en el pacto nuclear, se firme o no, los rostros de los negociadores también representan los rostros de los militares, quienes aunque no están en la mesa de negociación ciertamente están muy pendientes de ella.

Moisés Garduño García.
Centro de Relaciones.
Internacionales.Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
(UNAM).

Notes:

  1. http://www.nytimes.com/2015/05/13/world/middleeast/israel-says-hezbollah-positions-put-lebanese-at-risk.html?_r=1

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