Entrevista a Yayo Herrero

YayoHerrero

(Galde 06, primavera/2014). Yayo Herrero es una activista, investigadora y divulgadora de temas vinculados a la ecología social y el feminismo. De formación ingeniera técnica agrónoma, educadora social y antropóloga social y cultural, es profesora de Educación Ambiental de la UNED y de la Cátedra Unesco de Educación Ambiental de la UNED. También es coordinadora de Ecologistas en Acción y directora de FUHEM, fundación impulsora de iniciativas en los ámbitos de la educación, la investigación para la paz, las preocupaciones ecológicas y medioambientales y el desarrollo social en general. Con una larga trayectoria militante en los movimientos sociales hemos querido recoger su visión global de lo que se viene denominando crisis y los retos y respuestas  que se pueden dar desde el activismo social.

«La humanidad quiera o no quiera tendrá

que vivir con menos energía y materiales»

Manu Gonzalez entrevista a Yayo Herrero.

Hagamos ese ejercicio de amargura como alguna vez lo has definido y dinos ¿cuáles son para ti las principales características de la actual crisis que venimos padeciendo?

Creo que estamos viviendo un momento extremadamente grave para el conjunto de la humanidad. La llamada crisis económica esconde una crisis estructural que presenta múltiples dimensiones que a su vez están interconectadas. Vivimos un momento de riesgo de colapso ecológico, de profundización de las desigualdades en todos los ejes de dominación (clase, etnia, centro-periferia, género) y de angustiosa urgencia en las posibilidades de afrontar los peores efectos que se pueden derivar de estas situaciones.

En lo referente a la situación de riesgo destacaría, aunque no son los únicos elementos de riesgo el calentamiento global y la crisis energética y de materiales.

Según el 5º Informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), de no aplicarse drásticas reducciones en las emisiones globales de gases de efecto invernadero en el primer tercio de este siglo podemos habernos situado en un aumento de 4,8ºC sobre la temperatura media de la época preindustrial. Se trata de un aumento muy superior a los 1,6ºC – 2,6ºC, la línea roja que no se debía traspasar si se pretendían evitar cambios potencialmente catastróficos.

A esta situación se suma un proceso derivado del propio calentamiento global: el derretimiento de las capas de permafrost del Ártico que puede liberar cantidades ingentes de metano a la atmósfera, amplificando de manera sustantiva el propio calentamiento. Si, como previenen la práctica totalidad de los informes científicos, estos fenómenos se concatenan, pueden producirse profundas y rápidas alteraciones en la organización de la biosfera: inundación de territorios litorales muy poblados; aumento de los eventos extremos y de largos periodos de sequías severas; colapso de los sistemas agrícolas mundiales por su incapacidad de adaptarse a cambios atmosféricos tan bruscos; inutilización de las grandes infraestructuras y colapso de las grandes metrópolis… Evidentemente como seres ecodependientes que somos, estas situaciones afectan a los seres humanos y sus sociedades. Estamos a las puertas de un aumento de la vulnerabilidad sin precedentes de la especie humana ante la desesperante ignorancia de la mayor de las personas – que no de los poderes económicos  – que ya se están situando acaparando tierra y recursos para seguir sosteniendo sus estilos de vida aunque la mayor parte de las personas puedan quedar fuera.

Algo más de preocupación va generando el declive de la energía fósil barata y de la extracción de muchos de los materiales que se consideran hoy imprescindibles en el metabolismo económico global. Los límites de la biocapacidad de la tierra se encuentran desbordados y, ya en el presente, pero desde luego en el futuro más inmediato, vamos a conocer crecientes limitaciones de acceso a materiales y energía. Este agotamiento es dramático en un mundo que se ha construido sobre un uso irracional de recursos finitos.

¿Que consecuencias más inmediatas está acarreando para la gente este panorama que acabas de describir?

No es difícil relacionar esta situación de riesgo con la profundización de las desigualdades.

Por una parte, el impulso de la economía capitalista bajo el fundamentalismo neoliberal, ha producido un deterioro profundo del pacto social que permitía mantener unas instituciones y servicios públicos que, aunque fuesen criticados por insuficientes o inadecuados por parte de movimientos sociales o izquierdas transformadoras, cumplían cierto papel redistributivo y de protección.

La explosión de la burbuja inmobiliaria y la crisis económica derivada de ella, han desencadenado una ofensiva neoliberal durísima. La aplicación de la Doctrina de Shock, tal y como la describía Naomi Klein, ha caído con todo su peso sobre las personas más vulnerables, al principio, y según avanza el tiempo se extiende a grupos sociales cada vez más amplios. Las personas desempleadas, pero también muchas personas con empleo se encuentran en una situación de precariedad inimaginable en la rica Europa hasta hace muy poco.

El conflicto de clase se profundiza y comienzan a aparecer problemas sociales absolutamente ligados a la crisis ecológica como es el de la pobreza energética, pero que sin embargo no son relacionados ni en los discursos políticos mayoritarios ni en los imaginarios de las personas.

Pero ante la actual situación, existe un discurso “esperanzador” de que esta situación pasará, como ha ocurrido en otros momentos.

Se sueña con volver a retomar la senda del crecimiento anterior sin ser conscientes de que el modelo de crecimiento keynesiano que permitió remontar después de la Segunda Guerra Mundial nunca más va a volver. La humanidad quiera o no quiera tendrá que vivir con menos energía y materiales.

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Aprender a vivir con menos….y también a cuidarnos, no?

En este momento, se agudizan también las diferencias de género. Las sociedades viven bastante de espaldas al hecho de que la vida humana transcurra encarnada en cuerpos vulnerables que envejecen, enferman y mueren. Es imposible la supervivencia de un ser humano en solitario. Sobrevivimos gracias a que hay personas que cuidan de nuestros cuerpos a lo largo de nuestro ciclo vital. En las sociedades patriarcales ese trabajo ha sido asignado fundamentalmente a las mujeres dada la división sexual del trabajo que impone este tipo de organización social.  A lo largo de la historia, y también en este momento, se ha construido toda una mística que esencializa a las mujeres como las cuidadoras “naturales” de las personas. La idea del amor, el deber o el miedo han sido las formas de imponer a la mitad de la población lo que es una responsabilidad social que debe ser asumida por mujeres y hombres.

En los sistemas capitalistas se ha establecido una división férrea entre el mundo de la producción y el de la reproducción, ignorando que toda actividad económica es reproducción social.

Cuando se imponen los recortes en sanidad, comedores escolares, escuelas infantiles, atención a la dependencia; cuando arrojan a la calle a las familias desahuciadas y pierden las prestaciones las personas… ¿ en dónde se cubren las necesidades básicas de reproducción de quien queda desamparado? Básicamente en los hogares de las familias. Son las familias quienes actúan de amortiguador de la precariedad y dentro de ellas las mujeres soportan la mayor carga, porque muchos hogares son espacios de profundas desigualdades. Los hogares, en ocasiones son  los entornos más peligrosos para las mujeres.

«Debemos vivir con sencillez para que otros sencillamente puedan vivir» Esta vieja máxima ecosolidaria levantaba en su momento la bandera de la «austeridad».  ¿Cómo lo definirías hoy? 

Hoy ya no es una máxima o un deseo. Los seres humanos vamos a ser más austeros en lo material obligatoriamente. La clave está en cómo se reparta la austeridad. La cultura de la suficiencia tiene que ser asumida por todas las personas y muchas, las más poderosas no están por la labor. O combatimos la excesiva riqueza para poder repartirla o no habrá forma de que las mayorías sociales lleguen a un suelo mínimos de recursos que les permitan vivir vidas dignas.

Quiero señalar que el principio de suficiencia, la austeridad ecosolidaria, no tiene nada que ver con la austeridad que pregona  el gobierno del estado español o la Troika. Lo que ellos llaman austeridad es la resignación ante el expolio. La austeridad ecofeminista se inserta de forma profunda dentro del marco de la lucha de clases y es profundamente materialista a la hora de asumir los límites del planeta y la ficción irresponsable que alimenta los sueños de quienes siguen fiando la emancipación y la justicia a la posibilidad de un crecimiento económico basado en un inviable uso creciente de recursos naturales que nunca, insisto, nunca, será capaz de cubrir las necesidades de todos y todas. Aportar por una vida buena para todos y todas pasa por estilos de vida mucho más austeros en lo material, cargando la reducción, obviamente, en las personas que sobreconsumen por encima de lo que permite garantizar unos mínimos a todas las personas.

Al hilo de campañas y marchas por el Decrecimiento, que en su momento se formuló como «una ocurrencia publicitaria provocadora» al decir de algunos y no como una meta o alternativa al actual modelo. ¿No es un reduccionismo del enfoque económico clásico? ¿Qué debe crecer y que no?
Naredo reivindica «Mejor con menos»

El necesario decrecimiento de la esfera material de la economía, en mi opinión, no es ninguna ocurrencia, es un dato. En algunas ocasiones sí que he escuchado a sectores que lo reducían erróneamente, a mi modo de ver, al decrecimiento del PIB y en ese caso evidentemente sería un reduccionismo típico del enfoque de la economía convencional.

Sin embargo, creo que ese enfoque ha sido minoritario. Las redes por el decrecimiento que han crecido en muchos puntos del estado presentan visiones más complejas y son un empuje y complemento a trabajos como el de José Manuel Naredo, que lleva décadas desarrollando un pensamiento, a mi juicio fundamental y valiosísimo.

Con la que está cayendo, a mí la verdad es que me importan bastante poco los conflictos semánticos. Si alguien me plantea una pega metodológica, conceptual o epistemológica sobre el crecimiento, no invertiré ni dos segundos en debatirla. Me importa que las personas nos arremanguemos organizadas en colectivos, plataformas y movimientos amplios para tratar de revertir este desastre que afecta ya a tanta gente y que amenaza un futuro que ya se mide en décadas. Si hay personas que se sienten cómodas con el término decrecimiento, bien, si otras no lo quieren usar, pues también. Lo importante es compartir, -dentro de la diversidad-, diagnósticos, propuestas y energía para luchar y reconstruir.

Lo que, al menos en mi experiencia, tengo claro, es que el uso del término decrecimiento para convocar ha permitido hacer llegar los planteamientos de la economía ecológica a sectores sociales que antes no se había preocupado por ella, Yo viví en mi propio cuerpo el paso de las salas con tres o cuatro personas para escuchar temas sobre los límites del planeta a los espacios abarrotados cuando se convocaba bajo el lema del decrecimiento. Obviamente entiendo que en algunos lugares no convoque, pues no lo usemos en esos lugares.

Los llamados movimientos «en transición», los mercados sociales, etc., son iniciativas sociales críticas con el actual modelo de producción, reproducción, y consumo y que se dibujan y presentan como alternativas.

En los últimos años, estamos conociendo el nacimiento de una enorme multitud de proyectos autogestionados que tratan de dar respuesta colectiva a problemas económicos, políticos y de la vida cotidiana (alimentación, cuidados, etc.). Son experiencias políticas valiosísimas que contribuyen a disputar la hegemonía en todas las dimensiones de la vida. Estos proyectos tienen una base común: la de la justicia y el apoyo mutuo. La cooperación e intercooperación en forma de mercados sociales, cooperativas de trabajo y consumo, banca ética, comunicación alternativa o las expresiones políticas de democracia radical, cumplen un papel cada vez más importante en la generación de alternativas.

Sin embargo, creo que es también importante disputar las instituciones. Como integrante de los movimientos sociales me sitúo más en el trabajo de base y creo que los movimientos sociales deben tener expresiones políticas diferenciadas y autónomas, pero creo que afrontar las urgencias a las que me refería antes, requiere pensar en la organización de lo global. Reducir la presión sobre la naturaleza, sin que sea a costa del exterminio de amplios sectores de la población, requiere planificación, reparto de recursos, reformas fiscales, atender las necesidades de quienes todavía no saben autoorganizase, garantizar un mínimo a las personas articuladas en colectivos y a las que no lo están, poner freno a los poderes político y económico… No se me ocurre cómo hacer eso a partir de proyectos autogestionados y centrados sólo en lo local, aunque, estos, insisto son imprescindibles. En mi opinión, autoorganización y representación en un marco de democracia profunda, no son incompatibles.

¿Y en esa proyección política, cómo gestionar la diversidad?

El gran reto es como crear un movimiento de mayorías. Yo, la verdad, es que creo que ayudaría bastante que mucha más gente conociese e interiorizase la posibilidad nada desdeñable del colapso. Hay quien dice que mirar la realidad cara a cara desmotiva y que el miedo paraliza. A mí, lo que me da miedo es estar sola y no hacer nada. El no hacer nada es lo que da pavor, porque conduce directamente a una situación en la que los conflictos y la violencia crecerán inevitablemente.

Es la organización política y la confluencia la que permite acumular fuerzas, conjurar el miedo y enfrentarlo por la vía de la cooperación y de ser “más humanos”. La individualización y el miedo en solitario es el que conduce a una profunda regresión antropológica y permite la emergencia de movimientos populistas y neofascistas.

Se acaban de celebrar elecciones, en este caso al Parlamento Europeo ¿en dónde crees que se deberían centrar los esfuerzos del activismo social?

Las elecciones al Parlamento Europeo abren un panorama bastante movido. En una buena parte de Europa crece la extrema derecha. Y por otra, en los países de la periferia europea se produce un desmoronamiento del bipartidismo y un cierto crecimiento de la izquierda. La irrupción de Podemos, unido a lo anterior ha supuesto un cambio importante en el panorama político institucional.

La sorprendente reacción del PSOE, que ni siquiera ha escenificado ningún tipo de reflexión política crítica, me hace pensar que se trata de una estructura absolutamente irreformable, aunque en sus bases seguramente hay muchas personas que podrían sumar en otros proyectos.

Todo parece indicar que en los próximos meses las hipotéticas confluencias electorales van a estar en el centro de debates y movilizaciones. El gran reto para los movimiento sociales es ver cómo, desde el papel que queremos ocupar fuera de las dinámicas electorales, somos capaces de poner los elementos estructurales de la crisis en el centro. En concreto para el ecologismo las cuestiones de la crisis ecológica, la urgencia de actuar, la reconversión del  modelo productivo y el reparto de la riqueza, todo ello superando la lógica patriarcal, son los temas centrales. Si los grupos políticos que pretender confluir no tienen estos debates y establecen propuestas coherentes con ellos, estarán abocados a hacer  lo mismo que quienes les precedieron o a abandonar.

No será fácil, teniendo en cuenta las dinámicas añejas y decrépitas que tienen algunos partidos políticos – y también algunos movimientos sociales. Habrá que hacer un enorme esfuerzo para ser capaz de gestionar la diversidad y hacer hueco a la diferencia; habrá que aprender a trabajar en alianzas complejas entre grupos y sectores que presentan diferencias  de identidad nacional, de intereses, étnicas, ideológicas, etc.

Quizás el ecologismo social pueda animar a la construcción de mayorías. Ser conscientes del “marrón” que se nos viene encima si no lo hacemos pueda animar a ese dejar de mirarse el ombligo que tantas veces se reviste de legítima y airada diferencia política.

Se trata pensar en cuáles serían las bases de un nuevo contrato social en el que quepamos todas las personas. Y nos va mucho en ello.

Categorized | Economía, Entrevista, Política

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