El giro de Pedro Sánchez al centro busca ampliar su mayoría, aunque juega con el riesgo de una desmovilización de la izquierda.
‘Mayoría cautelosa’ y achique de espacios
La sentencia catalana y sus consecuencias han sido un factor clave para frenar un gobierno de izquierdas.
Galde 26, udazkena/2019/otoño. Alberto Surio.-
Un diputado socialista, que fue decisivo en la victoria interna de Pedro Sánchez, pronosticaba en julio que el desenlace lógico de la situación de bloqueo iba a ser la repetición de las elecciones el 10 de noviembre. Ya entonces se mostraba muy escéptico con las posibilidades de una coalición porque no detectaba una pulsión de fondo a favor de la alianza en quienes eran los protagonistas de la historia. Al final, la falta de una mínima confianza entre Sánchez y Pablo Iglesias ha precipitado la convocatoria a las urnas. Los políticos han fracasado en su empeño, tras una exhibición notable de tacticismo y un exceso de escenificación. Quienes pensaban que el milagro iba a ser posible en el último segundo del último minuto se topan de bruces con el principio de realidad. Un país en blanco y negro plagado de maniqueísmos y sin que nadie haga un solo atisbo de autocrítica. Una catarata de reproches y agravios. Los pilotos han llevado sus coches al borde del precipicio con tanta velocidad que han sido incapaces de frenarlos.
EL PAPEL DEL PCE. Sánchez apretó el acelerador, convencido que el pánico a unas nuevas elecciones iba a provocar una revuelta interna en Unidas Podemos y que tanto IU como las confluencias iban a forzar a Iglesias a aceptar la ‘vía portuguesa’, es decir, un gobierno socialista en minoría apoyado desde fuera por un pacto de legislatura de izquierda. La otra posibilidad era incluso la sugerida por el sociólogo Manuel Castells, que Unidas Podemos hubiera facilitado «por responsabilidad» la investidura de Sánchez para evitar unos nuevos comicios -y así taponar un hipotético regreso de la derecha al poder y posibilitar a la formación morada que realizara un trabajo de dura oposición en la calle. Sobre todo en una coyuntura social convulsa, con señales de crisis económica en el horizonte. «Podemos llegó para cambiar la política, no para ocupar ministerios», escribía Castells a finales de agosto.
La esperanza de Sánchez era que Izquierda Unida presionara en Podemos a favor de una salida más pragmática, sin exigir como condición imprescindible la formación de un gobierno de coalición. Sin embargo, la incorporación de Enrique Santiago, el secretario general del PCE, al equipo negociador en el mes julio logra unificar los criterios en Unidas Podemos y zanjar las discrepancias. Santiago -un veterano curtido en mil batallas tiene una gran influencia en el líder de Podemos. El PCE sigue siendo un factor interna de estabilidad para Iglesias, que, a su vez, tiene la seguridad de que al PCE no le interesan las elecciones y que cederá en el último momento. Sin embargo, la realidad circula por otros derroteros.
¿Por qué Sánchez se tira a la piscina sin saber si hay agua suficiente? En buena medida, el PSOE calculaba en abril que iba a obtener mejores resultados. Los analistas de Moncloa pronosticaban entre 135 y 140 escaños. Los datos finales enfriaron aquel optimismo a pesar de que el PSOE experimentaba un fuerte ascenso, de 85 a 123 diputados. El candidato socialista podría optar con Unidas Podemos como socio preferente, aunque no le garantizaba la mayoría absoluta y dependía de un acuerdo de no agresión con ERC y de un pacto con el PNV. La posible cooperación con Ciudadanos chocaba con la hostilidad de las bases socialistas y el empecinamiento personal de Albert Rivera, que había decidido ya dar la batalla por el liderazgo de la derecha liberal frente a un PP que él veía en riesgo de descomposición.
Sánchez no ha querido construir la estabilidad de la legislatura en torno a un acuerdo de gobierno con Pablo Iglesias ante un escenario catalán que va a radicalizarse sensiblemente después de la sentencia a los dirigentes del procés, que se prevé que van a ser severas.
Sánchez está convencido que el fallo iba a provocar una crisis en ese Ejecutivo de coalición que podría precipitar la ruptura de la mayoría gubernamental. Una hipótesis que consideraba que era desastrosa para el PSOE a largo plazo. El empeño ahora es mejorar el 10N ese margen de maniobra.
LA SOMBRA DE FELIPE. En estas coordenadas, Sánchez comienza a construir en abril un proyecto de giro al centro que no le haga depender de Unidas Podemos, y que le permita una apertura hacia la sociología moderada del país, alejada de extremismos. Es una interpelación directa a las mayorías de centroizquierda que permitieron los gobiernos de Felipe González durante los años 80 y 90. El candidato socialista ha comenzado ya a incidir en el mensaje de la ‘estabilidad’, en una apelación directa a la ‘mayoría cautelosa’ que cree que es la tiene la llave de los futuros comicios. Una mayoría reformista que no quiere la vuelta de la derecha al poder, pero que tampoco desea un viraje demasiado brusco hacia la izquierda y sobre todo siente una aversión especial a cualquier acuerdo con los independentistas catalanes.
Paradójicamente Sánchez termina por asumir en esencial el universo mental de Felipe González y su proyecto estratégico para España. Es un Sánchez camaleónico, porque es el mismo que llegó a la Secretaría General con un desafío al establishment de su partido, el apoyo de unas bases indignadas y envuelto en la bandera de la izquierda. El silencio de algunos socialdemócratas de izquierda, históricos, que fueron decisivos para Sánchez en la campaña de las primarias, resulta muy revelador de las contradicciones de ese viraje que ponen al descubierto las dos almas históricas del socialismo español.
Detrás del objetivo de la estabilidad, Sánchez juega a una estrategia a medio plazo de achique de espacios para socavar a Ciudadanos y a Unidas Podemos, sobre todo, y tener un mayor margen de maniobra a la hora de formar un gobierno que no esté condicionado por el papel de ERC. La incógnita es hasta qué punto la relación de fuerzas puede experimentar un cambio que allane el camino de una nueva mayoría, que en todo caso requerirá de pactos para activar la puesta en marcha y el desarrollo de una nueva legislatura. Socialistas y populares confían en que la cita con las urnas pueda contribuir a recuperar en parte cierto bipartidismo entre las dos grandes fuerzas tradicionales, aunque el sistema no vuelva a ser como antes.
Sin embargo, dentro del mismo PSOE existe una indudable inquietud por el alto riesgo que implica una repetición electoral y sobre todo por el grado de frustración que ha generado en la ciudadanía la incapacidad de la política por tejer empatías y complicidades. La desafección en el electorado de la izquierda puede ser especialmente desmovilizadora y facilitar el margen de maniobra a los partidos del centro-derecha, que han llegado a acuerdos con el concurso de Vox en ayuntamientos y gobiernos autonómicos. En todo caso, el PP afronta la cita electoral con la esperanza de recuperar terreno, en buena medida gracias al desfondamiento de la ultraderecha y a la crisis de Ciudadanos.
El contexto del 10-N está atravesado por una fuerte incertidumbre, con señales de enfriamiento económico y una situación internacional marcada por el dilema del Brexit y, en el Estado español, un problema territorial que en algún momento exigirá un acuerdo transversal de Estado para buscar una salida negociada. Incógnitas de enorme calibre que auguran un otoño de alto voltaje.