El poder es el mal absoluto (Cannetti)
En tiempos remotos, igual que en los actuales, había que comer para subsistir, habia que guarecerse de la intemperie y había que reproducirse y disfrutar. Los leones, que eran los más fuertes, comían en primer lugar; los demás, escalonadamente, se alimentaban de los restos. También jodían los más fuertes, y los demás se las arreglaban como podían. Y así mejoraban las especies, aunque no mucho.
Más tarde, las cosas cambiaron. No porque los débiles se juntaran y derrocaran a los fuertes, que eran exigua minoría, ni porque practicaran la simbiosis evolutiva al estilo Margulis sino porque los leones siguieron mandando sin necesidad de demostrar su fuerza; los débiles, acostumbrados a venerar a la casta superior, aceptaron sin rechistar el sutil cambio evolutivo.
Ocurrió que la casta de los fuertes, al no tener necesidad de ejercitar su fuerza, comenzó a flojear. Más que leones parecían cerdos. Y así, el poder mítico de los leones se tambaleó.
Antes de que las cosas llegaran a más, hubo leones cerdos que se valieron de la astucia y tomaron a su servicio a otras especies poderosas y las hicieron sentirse omnipotentes, sobre todo si aplicaban una disciplina militar de grupo, organizados mediante un poder escalonado en cuyo escalón superior se sentaba el león venido a cerdo, que ahora se valía de una sofisticada ingeniería verbal, la razón, de la que emanaron leyes, ciencias e infinidad de exquisiteces lingüísticas y artiméticas.
A los cerdos leones les interesaba ante todo el goce propio: comer como cerdos, joder como cerdos, y disfrutar de la cochina guarida y de una infinidad de disfrutes que fueron inventando, a costa de la comida, de la guarida y de la jodienda del resto. Los cerdos acumulaban cada vez más disfrutes, y a un tiempo su avidez por el disfrute crecía vertiginosamente, hasta alcanzar proporciones morbosas. Últimamente, se traen un juego nuevo, que han ido perfeccionando hasta extremos refinadísimos. Lo llaman crisis de disfrute; se trata de repartir algo de disfrute entre los pocodisfrutadores, ver cómo estos se embalan, y quitarles de un plumazo el disfrute, con la excusa de que el disfrute es limitado y el disfrutismo está a punto de sufrir un colapso.
(contuará… no el cuento, sino la cochinada)