Galde 39, negua 2023 invierno. Zinemaldia: Rosabel Argote. Soledad Frías.-
Un nuevo premio al cine social ha entrado a formar parte del catálogo de galardones que entrega anualmente el Festival de Cine de Donostia. La primera edición de este Premio se concedió el pasado mes de septiembre. Llamado “Premio Agenda 2030 Euskadi Basque Country Saria”, busca poner en valor películas comprometidas con la llamada Agenda 2030. Su objetivo: hacer ruido y denunciar las injusticias sociales, económicas y ambientales actuales.
CINE PARA HACER RUIDO
Ruido es el título de la película que la directora Natalia Beristain proyectó en la pasada 70ª edición del Festival de Cine de Donostia, en torno a la desaparición de una chica en México. Más bien, la película giraba en torno al “ruido” desesperado de su madre para denunciar esa desaparición. Mientras viaja buscando a su hija, descubre cientos de feminicidios invisibilizados y silenciados ante lo que no quiere callar.
De ahí que el “ruido” del título de la película concentre el doble objetivo de la cinta. Por un lado, busca sacar de la invisibilidad la realidad actual de las mujeres asesinadas en México. En este país, entre enero y agosto de 2022 han sido asesinadas 600 mujeres, y solo el 24% de los casos es investigado como feminicidio. Por otro lado, el filme busca también rebelarse contra las estrategias de silenciamiento de los feminicidios puestas en marcha en ese contexto de corrupción política, militarización, sicariato y narcotráfico.
En ese sentido, la propia película se convierte en herramienta para hacer este “ruido” (esto es, para denunciar y protestar); y el Festival de Cine se convierte en la caja de resonancia para que se oiga en todo el mundo.
CAJA DE RESONANCIA DE LOS ODS
Esta capacidad del cine para convertirse en caja de resonancia del“ruido” es explotada por otras películas a las que este año el Festival de Cine ha querido reunir en torno a un recién inaugurado Premio Agenda 2030.
Así, con este Premio, el Zinemaldia se ha alineado con la llamada Agenda 2030 (que, recordemos, es un conjunto de Objetivos de Desarrollo Sostenible -ODS- que ONU acordó en 2015 para que, antes del año 2030, se erradicara la pobreza y se promoviera un desarrollo social y protección ambiental en todos los países). En ese alineamiento con la Agenda, el Premio, promovido desde Lehendakaritza y la sede permanente de la Coalición Local 2030 de la ONU en Bilbao, ha buscado identificar películas que, de alguna manera, contribuyesen a sensibilizar sobre los valores de la Agenda.
El resultado ha sido una selección de cinco películas que abordan temáticamente la migración, las fronteras, la transexualidad, la violencia contra las mujeres y los derechos económicos y sociales de los colectivos vulnerables, además de otros temas secundarios como vamos a ver a continuación.
CINCO PELÍCULAS PARA HACER RUIDO SOCIAL
La primera de las cinco películas es Ruido, ya descrita al inicio de este artículo. Sus escenas más inspiradoras son las de las protestas y movilizaciones sociales (el ruido) convocadas por los colectivos de familiares que se organizan para buscar a sus mujeres muertas.
La segunda película, En los márgenes, de Juan Diego Botto, explora las redes de solidaridad que se tejen en torno a familias desahuciadas. Las escenas más conmovedoras vuelven a ser las de los círculos ciudadanos o comisiones de barrio que se reúnen para ver cómo frenar los desahucios más inminentes y cómo activar las redes comunitarias para apoyar a las familias en situaciones económicas más vulnerables.
La tercera película seleccionada fue Mi vacío y yo, de Adrián Silvestre, sobre Raphi, una persona andrógina quien, tras ser diagnosticada de disforia de género, comienza un viaje para descubrir su identidad. A lo largo de este viaje se va topando con amigas trans, artistas queer y otros personajes cuyo ruido que hacen busca reivindicar sus derechos fundamentales a poder ser quienes realmente son.
En Great Yarmouth – Provisional Figures, el portugués Marco Martins retrata la ciudad industrial inglesa de Great Yarmouth a la que, también después del Brexit, siguen llegando cientos de trabajadores migrantes portugueses para trabajar en las fábricas locales de procesado de carne de pavo. En ese contexto de sálvese quien pueda, el colectivo de migrantes vuelve a ser el más vapuleado y explotado.
La quinta película, y ganadora de este premio, es la belga Tori et Lokita, de los hermanos Dardenne. En ella, un niño y una adolescente llegan solos a Bélgica tras huir de África, y descubren que en el país de acogida tienen que seguir huyendo: de las agresiones racistas, de la explotación laboral, del miedo a la policía, de los abusos sexuales. Al contar esta trama, los hermanos Dardenne se sirven del cine para amplificar su mensaje de denuncia de las políticas europeas de asilo y refugio, así como de denuncia de las dinámicas relacionales de desigualdad y discriminación con que se sigue tratando a las personas migradas y refugiadas en los llamados países del Norte.
PÚBLICO ESPECTADOR QUE NO SE CALLA
Huelga decir que, además de esas cinco películas, fueron otras muchas las proyectadas en el Festival de Cine de Donostia que representaron el ruido y las movilizaciones sociales de protesta y denuncia. Si ponemos la mirada, por ejemplo, en la Sección Oficial, nos encontramos con una película como La (très) grande evasión/Tax Me If You Can, del francés Yannick Kergoat, que recoge las protestas ciudadanas ante el desfalco y la evasión fiscal de las grandes multinacionales. Otro ejemplo es el de la película Modelo 77, de Alberto Rodríguez, que recoge la historia de unos presos comunes en una prisión, que se organizaron en los años setenta como colectivo para exigir una amnistía.
Podríamos poner muchos más ejemplos. Todos vendrían a probar el auge actual de las películas que, de una forma más o menos explícita, buscan visibilizar las injusticias sociales, económicas y culturales actuales, así como las protestas civiles y políticas contra esas injusticias. Si esta visibilización es una función obligada del cine o no lo es, es un tema a debatir en el que diferentes escuelas de crítica de cine no acaban de ponerse de acuerdo. De lo que no hay duda es de que existe un cine que hace ruido y que mueve a sus espectadores y espectadoras a no limitarse, ante las injusticias que ocurren a su alrededor, a permanecer en silencio.
AS BESTAS, SUS HONDURAS, SOLEDAD FRÍAS
Hay algo profundo en la última película de Rodrigo Sorogoyen, que apela a honduras antropológicas. No solo por el contacto con la tierra y los animales, que también, sino por los motivos y la condición humana. Se trata de cine de digestión lenta pero no se asusten, que As bestas puede visionarse con lo que llamamos normalidad, una vez en la vida según acostumbramos, y gracias. En una ambientación y unas relaciones sociales reconocibles, por donde ha transitado otra filmografía reciente (O que arde), cruce de lenguas y procedencias, la vivencia comunitaria se masca. Una factura visual, una dirección de actores y una puesta en escena impecables. Compruébenlo sin perderse el comienzo. En algunos primeros planos sorprende que la cámara no se empañe.
El friso se despliega con buen pulso, descubriendo un abanico amplio de personajes que arrastran sus respectivos pasados. Hay un tiempo largo que más vale afrontar, donde asoman desgracias y soledades sobrevenidas. Magnífico guión, en el que creemos apreciar la sutileza de las cuatro manos. Algunos diálogos desgarran, en otros la bestialidad turba. No hay sinopsis que valga, quedarán las lecturas de cada cual. En algún momento se suscita que sin merma del miedo ni del dolor hay más posibilidad que la inercia atávica y se muestran otros comportamientos, digamos cívicos. El destino se reescribe, las fuerzas telúricas se matizan allí tan lejos. En un repóquer de buenas interpretaciones destaca, por sobria y por labrada a lo largo del metraje, la de Marina Fois.