(Galde 25, uda/2019/verano). Noemí Parra.-
Las siguientes reflexiones se ubican en las que se dieron en la mesa “Sujeto político e ideológico del feminismo” en las Jornadas Feministas celebradas en Madrid en abril de este año. En la apertura de la mesa, Paloma Uría planteaba las siguientes preguntas: ¿es necesario sufrir una discriminación para luchar contra ella? ¿Es necesario ser mujer para luchar por los derechos de las mujeres? ¿O es un imperativo categórico de la lucha para la justicia y contra la discriminación?
En estas breves líneas me propongo, como lo hice en la mesa, reflexionar sobre la participación de los hombres en el feminismo. Partiré de la concepción de género que sustenta la propuesta de un sujeto en un sentido fuerte (la mujer) que va creando una identidad blindada, y sobre los efectos que desde mi punto de vista tiene para la transformación de las relaciones de género. Para ello, trataré de tensionar los extremos de la constitución binaria del género y lo que voy a proponer, desde una perspectiva antiesencialista y de defensa de una identidad política y estratégica feminista, es la participación de los hombres en el feminismo. La cuestión aquí sería el cómo, pero el cómo desde esta perspectiva no puede hacerse desde la asunción de determinados aspectos naturalizados en cuanto al género y las relaciones de subordinación que se establecen, sino desde la toma de conciencia y responsabilidad sobre las posiciones de género que ocupamos. Esa responsabilidad es un paso fundamental para la transformación social. El feminismo nos debe permitir cuestionar nuestras sociedades, nuestras relaciones y nuestras vidas e imaginar y crear nuevas formas de ser y vivir para todes.
Desarrollo estas ideas desde una vivencia y experiencia concreta de activismo feminista que se ha configurado también en espacios no exclusivos de mujeres, lo que habitualmente se denominan espacios mixtos (desde una lógica binaria). No trato de defender una forma de participación frente a otras, es decir, no lo considero un imperativo. Trataré más bien, de reflexionar sobre un sujeto político contingente, variable, situado y estratégico. También sobre las relaciones de poder que se establecen en un contexto de dominación, pero que no sólo se dan una dirección: de hombre a mujer. Y, por último, sobre aquello que nos hace unirnos que va más allá de una identidad de género y que se concreta en qué proyecto político compartimos. Esto nos lleva más allá del debate del sujeto (quiénes somos) a la posición de agente que actúa y transforma, como atinadamente señalaba Elena Casado (1999) en su artículo “A vueltas con el sujeto del feminismo” en torno a las políticas de la localización.
La noción de género nos hace mirar no a cómo se nace sino a cómo una o uno se hace y al hecho de que este hacerse es siempre histórico, disputable y relacional (García & Casado, 2010, p. 16). Esto difiere de una forma de entender el género en la que se fijan sus posiciones a una manera esencial de ver el mundo y de relacionarnos que tendería a consolidar y perpetuar las relaciones de poder que tratamos justamente de cambiar.Se trataría, en todo caso de no enfrentar entidades homogéneas mujer/hombre sino una multiplicidad de relaciones sociales en las cuales los sujetos sexuados se construyen de muchos y diversos modos y donde la lucha contra la subordinación de las mujeres debe plantearse teniendo en cuenta los diferentes ejes que nos constituyen y atraviesan en determinados momentos, contextos y posiciones sociales. Así, podemos hacernos cargo también de ejes de desigualdad como la clase, la racialidad o la capacidad que operan dentro de las propias posiciones de sujeto (como la de mujer).
El debate exclusión o participación de los hombres nos devuelve una concepción binaria del género donde los hombres, en tanto individuos, ocupan una posición de dominio y que mediante su acción pretenden mantener sus privilegios y reproducir su posición de poder recurriendo, si es preciso a la violencia. Esto individualiza y también esencializa las relaciones de poder a determinados sujetos sexuados, alejándonos del género como un entramado de relaciones sociales. Nos remite, además, a un modelo de masculinidad construido en torno a dos ejes: autonomía y posición activa frente a la feminidad como heteronomía y posición pasiva. En este modelo, muestra a los hombres como actores racionales, dotados de intencionalidad de dominio que se imponen a las mujeres (que carecen de lo anterior) en todas las circunstancias.
Se individualizan cuestiones sociales. Se naturaliza la diferencia sexual y el binarismo de género. Pero, además, se reifica la masculinidad tradicional y esto, dentro del orden de género, también esencializa la feminidad basada en la heteronomía y la pasividad. Porque las identidades aparecen como previas a las relaciones de género y descontextualizadas, lo que no nos permite ver las quiebras de la masculinidad, ni sus disidencias, más aún, se fija una posición de dominio que permite poco espacio para la rebeldía. ¿La masculinidad siempre es opresora? ¿la feminidad puede encarnar el poder? ¿Cómo intervienen otros ejes en las masculinidades? Disidencia y rebeldía son aspectos fundamentales para disputar los modelos tradicionales de masculinidad y feminidad que permitan construir relaciones y vidas que se fuguen y excedan el orden de género. Pero la disputa requiere de agentes. En definitiva, se trata de disputar la masculinidad y para ello necesitamos pensarla, pero también vivirla en términos contingentes. Los hombres también están sujetos a las relaciones de género que estructuran nuestras vidas y nuestras relaciones. No de igual manera que las mujeres, ni con sus mismos efectos, pero sí tienen la responsabilidad, en un proyecto político feminista, de transformarlas.
En este sentido, me interesa traer la idea de agente que incorpora el sujeto y sus articulaciones como un entramado estratégico. Tal y como lo define Chantal Mouffe (1999) el agente social consiste en una entidad constituida por un conjunto de «posiciones de sujeto» que no pueden estar nunca totalmente fijadas en un sistema cerrado de diferencias. La idea de agente nos invita a pensar no tanto en quiénes somos sino más bien en qué queremos. Esto no quiere decir que el quiénes somos no sea relevante para la estrategia política, lo es y en determinados momentos históricos y sociales adquirirá mayor relevancia. Pero el qué queremos nos lleva a hablar de los proyectos políticos feministas que compartimos que, como sabemos, son diversos y esto nos puede llevar a compromisos estratégicos en los que entre sus objetivos esté que el género no sea un criterio de inclusión/exclusión. Siguiendo las aportaciones de Judith Butler (2007), la política feminista debe ser entendida no tanto como una acción que persiga los intereses de las mujeres como mujeres, sino de las metas y aspiraciones feministas dentro del contexto de una más amplia articulación de demandas, que podrían consistir en la transformación de las relaciones de género que impliquen subordinación, desigualdad, exclusiones y violencia machista. Tanto hacia las mujeres, como hacia quienes no cumplan la norma de género en cuanto a sus corporalidades, identidades, deseos y prácticas eróticas. Este proyecto, nos invita a una multiplicidad de propuestas políticas, entre las cuales está generar espacios de convivencia que permitan disputar el género en su vertiente relacional. Espacios de convivencia feminista donde lo que nos articula sea precisamente el feminismo, puede ser un buen modo de disputar ese relato dualista que se va extendiendo en la actualidad y que contrapone “las feministas” dando por hecho que somos “todas las mujeres” (lo que vacía de contenido la propuesta feminista y se reduce a una identidad y supuestos intereses comunes) a “los hombres” que arengan la masculinidad tradicional y la misoginia frente a su propia crisis, como propuesta articuladora de los hombres. Esta convivencia feminista también como un espacio de incomodidad. Un espacio cómodo no nos permite avanzar en la trasformación. Se convierte en un espacio de autoconsumo, de autoafirmación y autocomplacencia. La participación de los hombres en el feminismo implica responsabilidad, que va más allá de ser un aliado, implica ser compañero y comprometerse en disputar la masculinidad tradicional en todos los contextos en los que se desarrolla la vida y las relaciones. Implica ponerse en juego, cuestionarse y ser cuestionado. Implica un firme compromiso y convicción. Con esto no se nace, se hace.
Referencias bibliográficas
Butler, J. (2007). El género en disputa. Barcelona: Paidós.
Casado, E. (1999). A vueltas con el sujeto del feminismo. Política y sociedad, (30), 73-92.
García, F., & Casado, E. (2010). Violencia en la pareja: género y vínculo. Madrid: Talasa.
Mouffe, C. (1999). Feminismo, ciudadanía y política democrática radical. Recuperado de http://www.debatefeminista.pueg.unam.mx/wp-content/uploads/2016/03/articulos/007_01.pdf