Galde 19 (verano/2017). Luis R. Aizpeolea.
“Los dirigentes del PP saben de sobra, sin necesidad de encargar ninguna encuesta, que la dura actitud de Rajoy les beneficia… Entre los populares catalanes existe también la creencia de que pueden recoger más votos de ciudadanos de esta comunidad hastiados de los excesos nacionalistas cuando se convoquen elecciones, que puede ser pronto”. Este texto de la periodista Curri Valenzuela, altavoz del PP, el 17 de septiembre en el diario ABC, con el significativo titular “Gasolina para el PP” es el reconocimiento de la derecha de que la exacerbación del conflicto en Cataluña le beneficia electoralmente.
Once días después, Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, llamaba a los madrileños a colocar banderas españolas en sus balcones como respuesta al referéndum promovido por la Generalitat para el 1-0. La derecha apelaba al sentimiento nacionalista español para movilizar sus bases ante un posible adelanto electoral y reafirmarse frente a la “tibieza” de la izquierda.
La utilización del conflicto territorial catalán por la derecha con fines electorales se inició en 2003 cuando el Gobierno PSC-ERC-ICV, se embarcó en la reforma del Estatut. La historia es conocida. El PP lo recurrió ante el Tribunal Constitucional que lo recortó tras aprobarse en referéndum. Ahí se inició la desafección catalana hacia España, alimentada por la recogida de firmas por toda España de Rajoy, líder de la oposición; las recusaciones del PP a magistrados catalanistas del Constitucional y la campaña contra el cava catalán activada desde la Cope por Federico Jiménez Losantos, aplaudida por Esperanza Aguirre, para erosionar al Gobierno socialista que amparaba la reforma.
Desde entonces, Cataluña se ha polarizado entre la radicalización nacionalista que ha llegado a que la secesión tenga un respaldo impensable y la ineptitud del PP, que tras alimentar el incendio, desde la oposición, es incapaz de apagarlo desde el Gobierno. Lo sucedido en Cataluña demuestra adónde puede llegar la utilización irresponsable de los conflictos territoriales para obtener rédito electoral.
Todo empieza con la refundación de la derecha española en 1990 en el PP, con José María Aznar como líder, que hizo de la cuestión territorial y el terrorismo piezas claves en su estrategia hacia la Moncloa. A sabiendas de que en Cataluña y Euskadi perdería votos exacerbó el sentimiento nacionalista español para obtener réditos electorales en el resto de España -34 millones de habitantes frente a 10 millones- al confrontar con la izquierda – proclive a integrar las pretensiones nacionalistas- responsabilizándola de “complicidad” en la ruptura de España. Con ello debilitaba a la izquierda al no ser unánime en el trato al nacionalismo.
Esa estrategia del PP ha contado con la complicidad de tres de los cuatro medios de papel más importantes -El Mundo; ABC y La Razón-, numerosas radios y televisiones, la mayoría de la presencia mediática española. Pedro J. Ramirez, director del diario El Mundo entre 1989 y 2014, exhibió su estrecha colaboración con esas políticas de Aznar en su libro “El desquite”, publicado en 2004, dónde reproduce una conversación telefónica con él la noche del 12 de marzo de 2000, en la que ganó las elecciones por mayoría absoluta.
El diálogo entre periodista y político es sumamente revelador.
“A las 0,35 horas me llamó Aznar. Enseguida comprendí que su valoración iba más lejos que la mía.
-Enhorabuena, hoy has entrado en la Historia.
-Quiero darte las gracias por todo vuestro apoyo.
-Puedes estar orgulloso. Es un gran triunfo personal. Te lo has merecido.
-Si, se abren grandes posibilidades porque hoy se ha acabado de verdad la guerra civil.
-Supongo que lo dices como metáfora porque la guerra acabó en el 39 o con la muerte de Franco.
-No. Es hoy cuando se ha terminado la guerra civil como argumento político. La posibilidad de utilizarla contra alguien y que de resultado.
-Sí, en ese sentido…Yo creo que es el triunfo de la España joven sobre la España vieja de los tópicos y las descalificaciones ideológicas.
-Hoy se han acabado los tópicos sobre la ideología de los españoles y los complejos sobre la estructura del Estado. Por eso, créeme Pedro, es hoy cuando se ha acabado la guerra civil”.
Esta conversación prueba la decisiva contribución de Pedro J. Ramirez a la mayoría absoluta de Aznar en 2000 y aclara en qué terreno se movió: el de “los tópicos sobre la ideología de los españoles” y “los complejos sobre la estructura de Estado”. Esto es, en la derrota del centro-izquierda y la España plurinacional.
El Mundo salió a la calle poco antes de ser nombrado Aznar líder de la derecha. Pero Aznar, a diferencia de Rajoy, no sólo es un oportunista. Es un nacionalista español, profundamente influenciado por su padre y su abuelo, próceres de la prensa franquista. No piensa en los españoles sino en una idea metafísica de España. “La razón de ser de mi vida política ha sido la idea de España: su existencia, su continuidad, su cohesión, su fortaleza y su prestigio”, dice en sus memorias, y denuncia “la enorme irresponsabilidad que suponía haber acometido una descentralización de la profundidad emprendida en España”. Contrario al Estado autonómico, se propuso reformarlo al llegar a la Moncloa.
Pero incumplió su sueño en 1996. Al no tener mayoría absoluta tuvo que apoyarse en los nacionalistas para gobernar. Para mayor humillación les hizo más concesiones que las que reprochó a Felipe González que, entre 1993 y 1996, también, se vio obligado a pactar al carecer de mayoría absoluta. Pero los medios habituales “blanquearon” a Aznar calificando de “pacto de Estado” el de los nacionalistas cuando con González lo denunciaron por amenazar la “unidad de España”.
Ese impedimento lo salvó con la movilización antiterrorista. Lo descubrió al comprobar el enorme impacto emocional de las manifestaciones contra el asesinato del concejal del PP, Miguel Angel Blanco, por parte de ETA, en 1997. Aznar decidió capitalizar partidistamente su asesinato. Para ello contribuyó a romper el Pacto de Ajuria Enea y dio a la movilización antiETA un sesgo nacionalista español frente al PNV. Descolocó a la izquierda; logró adhesiones fuera y polarizó Euskadi.
Asimismo, comprobó que la movilización que suscitaba el asesinato de militantes del PP por parte de ETA legitimaba democráticamente a un PP, huérfano por el origen franquista de sus fundadores y su ausencia de condena del franquismo por presión de parte de sus bases. Los concejales del PP asesinados daban su vida por la libertad y redimían al PP de culpas pasadas. En la construcción de ese relato le ayudó Pedro J. Ramirez. Lo comentaron la noche triunfal de Aznar.
La tregua indefinida de ETA, en septiembre de 1998, abrió un paréntesis. Aznar dialogó con ETA ante la posibilidad de que fuera su final. Quien había acusado al PNV de complicidad con el terrorismo por hablar con ETA no tuvo reparo en hacer lo mismo. Su pirueta oportunista contó con el apoyo incondicional de sus medios de comunicación habituales. Sin embargo, Zapatero fue vilipendiado cuando, ocho años después, volvió a intentarlo.
Tras romper ETA la tregua, en vísperas de las elecciones de 2000, Aznar redobló su campaña nacionalista española con una enorme movilización contra una ETA desatada, con gran eco mediático y suscitando una carga emocional y electoral en España al responsabilizar del terrorismo al PNV. Aprovechó el error de Ibarretxe de contar con Batasuna para aprobar sus Presupuestos. Resultado: Aznar logró mayoría absoluta. La operación le salió redonda.
Pero Aznar abusó de su mayoría absoluta. No quiso puentes con el sector moderado del PNV ni compartir el Pacto Antiterrorista que el PSOE reclamaba. Al final lo hizo obligado y lo capitalizó. La sorpresa fue el 14 de marzo de 2004 cuando Zapatero ganó las elecciones al sucesor de Aznar, Rajoy. Su explicación: la gestión mentirosa de Aznar del mayor atentado terrorista de la historia de España. Emborrachado en sus campañas sectarias atribuyó, contra toda evidencia, el asesinato a ETA. Su autoritarismo hartó. Su visión metafísica de España le impidió conocer a los españoles.
Aznar salió de la Moncloa derrotado. Pero la gestión partidista del terrorismo y la cuestión territorial dejaron huella en su sucesor, Rajoy. A diferencia de Aznar, no es un doctrinario. Es un político burócrata y cínico. En su oposición a Zapatero, de 2004 a 2011, utilizó el terrorismo para erosionarle con un ataque desmedido al proceso dialogado con ETA. También utilizó la política territorial al oponerse ferozmente a la reforma del Estatuto catalán. Al movilizar los sentimientos nacionalistas españoles cohesiona a su electorado, y divide a la izquierda. Pero abre grietas entre España y Cataluña y entre los catalanes, que aprovecha el independentismo. Hoy, incapaz de apagar el incendio desde el Gobierno, es posible que su abuso le pase factura como a Aznar. Veremos.