Galde 37, uda 2022 verano. Lucía Gómez.-
La incorporación de políticas neoliberales en la universidad española, en el marco del proceso de construcción del Espacio Europeo de Educación Superior, se ha traducido en la expansión, en todos los ámbitos de la vida universitaria, de un entramado de discursos y prácticas de carácter gerencial (excelencia, innovación, emprendimiento, calidad, competitividad, evaluación, cuantificación, planificación estratégica) sostenidos en una apelación a la optimización continua de nuestro rendimiento y en nuestra autorregulación voluntaria. Se trata de un agenciamiento micropolítico que ha transformado el sentido, valor y uso del conocimiento y la subjetividad de los colectivos universitarios. A grandes rasgos, podemos perfilar estas dos derivas que ya forman parte de nuestra normalidad señalando que: el conocimiento entra en circuitos competitivos y pierde su dimensión social y nuestra interioridad adopta la forma del empresario de sí. El proceso de reforma en curso, al tiempo que ha consolidado una concepción mercantilizada de la actividad investigadora, orientada a generar aquellos productos rentables que puedan ser capitalizados, exhibidos y premiados nos ha convertido en investigadorxs que incorporan una racionalidad instrumental en su relación con el conocimiento, poniendo en un primer plano la inversión en el propio curriculum como medio de valorización individual. Y aunque estas dos derivas son especialmente visibles, estos códigos vampirizan otros espacios: la docencia se devalúa frente a la investigación y se infantiliza a partir de procedimientos burocratizados y estandarizados; las formas de relación se empobrecen asediadas por metodologías de pseudoparticipación donde nunca se cuestiona el sentido de lo que se considera un horizonte deseable sino las formas diversas de alcanzarlo. Y se construye para el estudiantado un corrosivo imaginario laboral que renueva sin fisuras el horizonte meritocrático desde la figura del emprendedor y con ayuda de discursos psicologizadores (motivación, talento, habilidades sociales, liderazgo…).
En este escenario, encontramos también un proceso característico de la ofensiva cultural neoliberal al que vale la pena prestar atención: la apropiación de discursos con potencia crítica (innovación, cooperación, sostenibilidad, igualdad, creatividad…) hasta vaciarlos de su sentido inicial y convertirlos en herramientas legitimadoras del relato competitivo. En lo que sigue, queremos problematizar la incorporación de significantes como perspectiva de género o igualdad, es decir, la forma en la que se fagocitan y se subordinan a lógicas neoliberales en el espacio universitario.
La incorporación de las políticas de igualdad en la agenda universitaria, aunque contiene posibilidades imprevistas y claroscuros, ha provocado, en muchas ocasiones, la pérdida de su carga antagonista. Señalamos, como ejemplo, tres espacios o formas de reapropiación: (i) el intento de consolidar la igualdad como imagen-marca de la institución universitaria, reconduciendo y traduciendo este compromiso al lenguaje de la planificación estratégica, metodología sobre la que se elaboran los llamados “planes de igualdad”. La igualdad se neutraliza y deviene un concepto fetiche que paraliza, incapaz de provocar una conexión sensible, afectiva y movilizadora (ii) La difusión continua de discursos feministas (seminarios, conferencias, jornadas…) que se exhiben dentro de la vitrina cerrada de una programación cultural, procurando buena conciencia pero siempre al margen de otras esferas de la vida universitaria con las que entraría en contradicción o conflicto (iii) La incorporación de la perspectiva de género a una pluralidad de dispositivos mercantiles. La formación en perspectiva de género se convierte en un ítem medible que puntúa a la hora de medir la calidad de la docencia o de mostrar una formación docente e investigadora en distintos procesos de acreditación. Esta inclusión, llena de ambivalencias, dentro de una carrera competitiva, banaliza y despolitiza el sentido impugnador de una mirada que pretendía incorporar una memoria de opresión.
Y desde ahí, desde este escenario, queremos plantear también la necesidad de ensayar una crítica feminista que se sitúe fuera de este marco, y que tense su asfixiante carácter evidente.
Más allá de ese escaparate de igualdad, nos encontramos una cara B que expresa, a modo de síntoma, que las inercias patriarcales siguen presentes en el plano encarnado de los afectos, actitudes, deseos. Con dificultad, van emergiendo y haciéndose públicas situaciones concretas donde el guión siempre es el mismo: la denuncia por acoso o violencia sexual en el ámbito universitario se enfrenta a un muro construido por alianzas que niegan o frenan cualquier intento de visibilización. Reconocer el sexismo y el racismo se interpreta como ataque a la institución. La respuesta ante situaciones de acoso sexual muestra que la publicitación de la igualdad coexiste con la justificación de las prácticas cotidianas que normalizan la desigualdad.
Pero también esa cara B que desborda y entra en contradicción con la espectacularización de la igualdad, se manifiesta en la imposibilidad de acompañar procesos de transformación social ligados a la crítica feminista. Si bien los Estudios Feministas y de Género han conseguido consolidarse en el ámbito académico y construir espacios propios de difusión, el modo neoliberal de relacionarnos con el conocimiento establece unas reglas de juego difícilmente compatibles con la producción de un pensamiento crítico. La dificultad ya no radica en el ámbito de los sentidos (temáticas, perspectivas, problemas) hacia los que orientamos nuestras investigaciones sino en el mismo escenario competitivo orientado a la búsqueda de logros individualizadores. El compromiso se convierte en tema sobre el que indagar, separado de afectos y vínculos, favoreciendo el oportunismo y la instrumentalización de problemas sociales. O en producto-mercancía (paper) que circula en circuitos cerrados y, por ello, incapaz de producir efectos, alianzas y resonancias.
Por otro lado, ese mismo circuito competitivo que bloquea la capacidad antagonista del conocimiento, prescribe dinámicas laborales a la medida del modelo masculino de individualidad y autosuficiencia. La propaganda institucional insiste en el emprendimiento, la excelencia, la asunción de retos, la audacia pero lo que encontramos son experiencias de fragilidad (ansiedad, depresión, cansancio, estrés…) que muestran la violencia de las exigencias de productividad bajo las coordenadas de optimización continua y responsabilidad individual del éxito y el fracaso. Estas experiencias de malestar se silencian y se viven como un problema privado. El marco de lo posible no contempla ni el reconocimiento de la vulnerabilidad ni la interdependencia. Solo permite políticas de conciliación que tienen como eje vertebrador el logro en el ámbito productivo y donde el ámbito reproductivo, el espacio de los procesos que cuidan y sostienen la vida, se lee como un obstáculo o no se dota de politicidad.
Estos malestares encarnados (la experiencia del machismo normalizado, la falta de sentido o impotencia ligada a la conversión del conocimiento en mercancía rentable, el cansancio que provoca la ficción masculina de autosuficiencia) irrumpen como grieta o fisura en una idea de igualdad convertida en marca. A pesar de la dificultad de crear vínculos que escapen a la mera transacción, de la escasez de formas horizontales y participativas de pensamiento, del entrenamiento en la ilusión de autonomía individual que procura la tecnología evaluadora, reconocer estos malestares, hablar de ellos, leerlos colectivamente, politizarlos, nos abre la posibilidad de un tránsito desde el sufrimiento individual a un cuestionamiento radical de la política del conocimiento neoliberal y sus efectos.
Lucía Gómez
Profesora del departamento de Psicología Social de la Universitat de València y miembro del Colectivo Indocentia.