Galde 37, uda 2022 verano. François Vallaeys.-
La educación superior está en crisis existencial. Estudiantes de AgroParisTech, un famoso Instituto francés, acaban en mayo 2022 de denunciar sus estudios en plena ceremonia de entrega de títulos, acusando su formación de conducir a una agricultura destructiva para la naturaleza, industrias alimentarias dañinas para la salud, políticas letales para la vida rural, llamando sus colegas a “desertar” y “bifurcar”[1]… y todo el mundo (casi) ha aplaudido, síntoma de que ya la universidad ni siquiera quiere defender y justificarse. La crisis global la conduce a una crisis institucional. Veamos algunas ideas al respecto.
La supervivencia de la humanidad depende de su capacidad, durante el presente siglo, de cumplir con una tercera revolución, de tipo “ecológico”, después de haber pasado por su primera revolución “agrícola” – que le permitió expandir y consolidarse en todo el planeta – y su segunda “industrial” – que le permitió volverse “dueña y propietaria de la naturaleza” (Descartes), pero que destruye las condiciones de habitabilidad humana del planeta, lo que fuerza a la nueva revolución ecológica para evitar la extinción. Sobre fondo de un recalentamiento global antrópico y entrópico, la crisis pandémica acaba de demostrarnos que los cambios en nuestro modo de habitar el planeta pueden ser muy repentinos y degradar radicalmente en poco tiempo el “bienestar”, hasta quitarnos derechos y disfrutes que pensábamos adquiridos para siempre. En la cima del súper poder acechaba la súper fragilidad, que las ganas bélicas de los dictadores imperiales pueden rápidamente tornar en pesadilla nuclear generalizada, al compas de un “turbo-capitalismo” que visiblemente sabe ser una bala, pero sin garantía de que no sea perdida. Es tiempo de escuchar de verdad a Edgar Morin: Sí, estamos en un “Titanic planetario”, y no escaparemos nunca de la radical incertidumbre sobre nuestro futuro colectivo inmediato, por lo que estamos condenados a ser responsables colectivamente de nuestro destino.
¿Qué hace esa institución, otrora medieval, que llamamos “Universidad” ante tal emergencia? Como muchas otras instituciones, trata de salir del estado de sideración, pero le cuesta mucho, por razones muy diversas. Es el estudiantado que puja más por el cambio. En Francia, se inició el movimiento “Por un despertar ecológico” en 2018, iniciativa de un colectivo de estudiantes de “Grandes Écoles” (una élite normalmente destinada a liderar la gran industria y el Estado) que decidieron rehusar emplearse en empresas que destruyen el medioambiente o participar en políticas hipócritas y estrategias públicas que socavan el futuro. El movimiento crece cada vez más y su Manifiesto fue traducido al español[2]. Ponen en jaque a la educación superior tanto como al mundo económico y político, actuando por un “despertar ecológico” de la formación, el empleo y los poderes públicos, proponiendo instrumentos de medición y guías de transformación para que los establecimientos de educación superior transiten de verdad hacia una formación a los desafíos ecológicos en todas las carreras[3]. Tienen un “Gran Barómetro” que permite evaluar el compromiso institucional de las universidades gracias a encuestas que contienen preguntas incómodas como: ¿Mis profesores están formados en los desafíos ecológicos? ¿Mi formación desemboca en empleos compatibles con un mundo en transición ecológica? ¿Mi establecimiento evalúa seriamente sus impactos ambientales?[4]
A partir de mi experiencia de promoción de la Responsabilidad Social Universitaria en América Latina[5], en otro contexto sociocultural con otros problemas menos existenciales y más económicos, sugiero considerar dos principales frenos a la transformación ecológica de la educación superior para enfrentar los desafíos de la nueva formación-investigación que reclama el estudiantado consciente del riesgo de extinción de la humanidad:
- Frenos cognitivo-epistémicos
La organización paradigmática de cada ciencia y disciplina enseñadas en las universidades ha sido históricamente dependiente de un movimiento de autonomización y autodefinición que radicaliza la separación de los saberes, el aislamiento de cada disciplina, y orienta su “éxito” epistémico hacia la especialización creciente. La Modernidad entendió que una “ciencia” se constituye con la autodefinición de “su” objeto, “su” metodología y “su” corpus de conocimientos, en alejamiento constante de las demás ciencias. Los miembros especialistas de cada disciplina integran mentalmente dicha separación como cultura propia del experto, al revés del antiguo “hombre culto” que conocía un poco de todo y nada a profundidad.
Esta forma de desarrollo de las ciencias por distinción, alejamiento e híper-especialización interna, se armonizó perfectamente con un mercado laboral que necesitaba profesionales especializados, en un entorno de división social extrema del trabajo, donde nadie produce lo que consume ni consume lo que produce. Salvo que la revolución ecológica que nos interpela pide un enorme esfuerzo de encuentro, colaboración, interdependencia, mutualización y armonización entre las ciencias, las disciplinas, las culturas expertas y las profesiones. Por ejemplo, la economía ecológica necesita reintegrar los asuntos del mercado en la Física termodinámica para poder entender la satisfacción de las necesidades humanas como manejo de la entropía en el complejo total físico-bio-químico-social que es nuestra Biosfera (Georgescu-Roegen[6]). Y su aplicación como “economía circular” necesita la coordinación entre muchos actores en territorios de sinergia industrial para organizar las cadenas de suministros invertidos que reintroducen productos y materiales en el circuito económico de creación de valor. ¿Quién está formado hoy para estas alianzas y comunidades de aprendizaje mutuo?
Este freno cognitivo-epistémico se vuelve fatal a la hora de pensar la “responsabilidad social organizacional” como responsabilidad colectiva por los impactos sociales y ambientales de la actividad colectiva territorial, puesto que todo el pensamiento jurídico-ético moderno está basado al contrario en la responsabilidad individual: en la separación y distinción de los sujetos de derecho para establecer imputaciones y coacciones respectivas (si es tu responsabilidad entonces no es la mía, tu imputación es mi inocencia, etc.)[7]. Toda la Modernidad y su educación superior nos han disciplinado en la mono-disciplina especializada cuando la Post-Modernidad ecológica nos quiere unidos en procesos inter y trans-disciplinarios. La epistemología de la complejidad holística choca frontalmente contra la fragmentación híper especializada de la reducción-separación disciplinar que constituye las ciencias y su reproducción institucional universitaria.
- Frenos institucionales de diseño organizacional:
Tal arquitectura mental y epistémica de las ciencias modernas se reencuentra evidentemente en el diseño organizacional de la Universidad que funciona como “uni-versidad”, es decir como colección horizontal diversa de mono-disciplinas las unas al lado de las otras. Tal compartimentar se reproduce a todas las escalas del objeto institucional fractal, entre Facultades, laboratorios, departamentos, hasta la persona docente aislada y asignada en su “asignatura”, con su libertad de cátedra pero con sabor a soledad.
Es cierto que todos hablamos de inter y transdisciplinariedad, no es falta de conciencia ni ausencia de buena voluntad, pero hay que confesar que cualquier intento de “transversalizar” algo en la universidad (los ODS, el enfoque de género, la ética, la RSU…) termina siendo una cruzada muy penosa con pocos resultados concretos. La única manera de penetrar hondamente en la institución universitaria para accionar palancas de cambio general es a través de la gestión de políticas realmente transversales, como por ejemplo la política de calidad y acreditación. Mientras no se logre incidir en este punto neurálgico, toda innovación será fagocitada por la institución como “nueva temática”: se abrirá algún curso, una línea de investigación, que funcionarán al lado de muchas otras celdas temáticas que permanecerán incólumes ante la nueva invitada. Por lo cual, podemos afirmar que la “tematización” universitaria del desarrollo sostenible, la transición ecológica o la economía circular, se parece a un proceso de dilución o edulcoración organizacional. La institución de educación superior está diseñada como un centro comercial: abrir una nueva tienda es siempre posible, sin cambiar en nada el funcionamiento de las demás tiendas. De ahí la desesperante inocuidad de las “buenas prácticas” y los proyectos pilotos sobre el conjunto organizacional. ¿Será posible la revolución ecológica desde la universidad?
François Vallaeys. Universidad del Pacífico, Perú
Notas:
- Ver el video viral (con subtítulo en español): https://www.youtube.com/watch?v=SUOVOC2Kd50 ↑
- https://manifeste.pour-un-reveil-ecologique.org/es ↑
- ver (en francés): https://pour-un-reveil-ecologique.org/fr/reveiller-sa-formation/ ↑
- ver (en francés): https://pour-un-reveil-ecologique.org/fr/grand-barometre/#guide-des-reponses ↑
- Ver la Unión de Responsabilidad Social Universitaria Latinoamericana – URSULA: https://unionursula.org/ ↑
- N. Georgescu-Roegen (1996) La ley de entropía y el proceso económico, Fundación Argentaria, Madrid. ↑
- F. Vallaeys (2011) Les fondements éthiques de la responsabilité sociale. Thèse de Doctorat, Université Paris-Est. Y en español: ¿Por qué la Responsabilidad Social Empresarial no es todavía transformadora? Una aclaración filosófica, Revista Andamios, Volumen 17, número 42, enero-abril, 2020, pp. 309-333, http://dx.doi.org/10.29092/uacm.v17i42.745 ↑