Iosu Perales. (Galde 04, otoño 2013). En su libro ‘El Factor Humano’, John Carlin narra como el afrikaner John Reinders llegó a su despacho muy temprano, al día siguiente de que Nelson Mandela tomara posesión de la presidencia sudafricana. Todos los blancos que trabajaban en el edificio presidencial habían solicitado empleo en otros sitios, seguros de que les iban a pedir que se fueran. Reinders estaba empaquetando sus recuerdos de diecisiete años dirigiendo la oficina de la presidencia blanca. De pronto escuchó una llamada a la puerta. Era otro madrugador: Nelson Mandela.
<< Buenos días, ¿cómo está?, dijo mientras entraba en el despacho de Reinders con la mano extendida.
<< Muy bien señor presidente, gracias. ¿Y usted?
<< Bien, bien, pero… ¿qué hace?
<< Estoy recogiendo mis cosas para irme, señor presidente.
<< Ya veo. ¿Y puedo preguntarle a donde va a ir?
<< De vuelta a los Servicios Penitenciarios, señor presidente, donde trabajaba antes.
<< Mmm –dijo Mandela apretando los labios-. Yo estuve allí veintisiete años, ya sabe. Fue horrible –sonrió mientras repetía-, ¡horrible!
Reinders, estupefacto le devolvió una media sonrisa.
<< Bueno –continuó Mandela-, me gustaría que pensara en la posibilidad de seguir con nosotros. –Reinders examinó los ojos de Mandela con asombro-, Sí, hablo en serio. Usted conoce este trabajo. Yo no. Yo vengo del campo. Soy un ignorante. Ahora, compréndame: esto no es una orden. Sólo me gustaría que se quede si desea quedarse y compartir sus conocimientos y experiencia conmigo.
Mandela sonrió. Reinders sonrió también, esta vez con más confianza.
<< Así que, ¿qué dice? ¿se queda conmigo?
A pesar de su asombro, Reinders no lo dudó. <<Sí señor presidente. Me quedo. Sí. Gracias>>
Entonces Mandela le pidió que reuniera a todo el personal de la presidencia. El presidente estrechó la mano uno a uno –todos eran blancos-. Luego les dijo: <>
Todos y cada uno de los miembros del personal de la presidencia se quedaron.
He reproducido este episodio porque creo que sintetiza mejor que cualquier discurso el compromiso de Mandela con lo que era su obsesión: preservar la unidad de la nación arco iris, e instar a la paz civil y a la reconciliación de los sudafricanos. Mandela, con su extraordinario carisma rechazó medidas radicales, que hubieran sido entendibles desde el legítimo rencor acumulado contra los represores racistas, y fijó los pilares políticos de la nueva Sudáfrica. Esta posición hubo de defenderla en el seno de su propio partido, el Congreso Nacional Africano (ANC), jugándose su autoridad y liderazgo, y frente a sectores afrikaner que no creían en su buena voluntad y seguían tramando como combatirlo.
Probablemente no podría entenderse la posición de Mandela sin hacer referencia a lo que él anunció en el famoso juicio de Rivonia en 1964 ante la Corte Suprema de Pretoria: “He dedicado toda mi vida a esta lucha del pueblo africano. He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra. He alimentado el ideal de una sociedad libre y democrática en la cual todas las personas vivan juntas en armonía y con iguales posibilidades. Es un ideal por el cual vivo y que espero alcanzar. Pero si es necesario, es un ideal por el cual estoy dispuesto a morir”. He de confesar que me impresiona su decisión de luchar también contra la dominación negra. Puede decirse que en este punto su postura ética es suprema, pero además valiente si fijamos la atención en el ambiente mayoritario existente en el ANC partidario de pasarles la cuenta a los blancos. Tras sobrevivir a 27 años de cárcel es muy difícil comprender el comportamiento y las ideas de Mandela sino es reconociendo que nos encontramos ante un ser humano excepcional que supo ver el futuro de Sudáfrica en un horizonte de igualdad entre las razas.
También es verdad que en Mandela estaba la convicción de que un apartheid al revés, haría inviable la nación sudafricana. Los blancos dominaban los centros financieros y económicos, además del ejército, y no era difícil pronosticar que un régimen negro discriminatorio sería sistemáticamente golpeado por el poder fáctico blanco sobreviviente de la caída de su propio régimen, recreándose un escenario de conflictos causantes de nuevas cicatrices. Mandela, que había combatido el apartheid con las armas, llega a la conclusión de que sólo el diálogo y la negociación desde la legitimidad de una inmensa mayoría negra secularmente sufriente podrían dar a la luz una nueva nación. Y es desde esa posición tan inteligente que sólo puede estar en posesión de seres proféticos –en el mejor sentido de la palabra- que forma su primer gobierno incorporando al afrikaner expresidente De Klerk como vicepresidente, al díscolo partido Inkhata de mayoría zulú, además de al multirracial Partido Comunista. En su primer gobierno dejó en manos del partido blanco Partido Nacional, carteras tan sensibles como la economía, la industria y las finanzas. Era su modo de concebir una Sudáfrica inclusiva. Con Mandela al frente la ANC renunció a ejercer el rodillo negro tan temido por los antiguos amos del país.
“Si quieres hacer las paces con tu enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo. Entonces él se vuelve tu compañero”. “Porque ser libre no es solamente liberarse de las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás”. Nelson Mandela que había llegado a liderar la sección armada del ANC llega a estas conclusiones por sus propias reflexiones y las lecturas de Gandhi, el político, filósofo y místico, que afrontó la violencia de la discriminación de los hindúes en Sudáfrica, la injusticia de la dominación británica y las luchas entre hindúes e islámicos, desde principios de resistencia pasiva, así como las de Luter King el pastor baptista, defensor de los derechos civiles que desde joven tomó conciencia de la segregación social y racial en que vivían los negros de su país y, en especial, los de los estados sureños. Podría decirse que las palabras de Mandela “no hay que apelar a su razón, sino a sus corazones” unen perfectamente a estos tres hombres. Frase sumamente arriesgada en el mundo de la política donde el sectarismo y la venganza es la práctica más habitual.
Lo que nos dice Mandela es que muchas personas que conviven con la violencia casi a diario la asumen como consustancial a la condición humana, pero no es así. Es posible prevenirla, así como reorientar por completo las culturas en las que impera. Los gobiernos, las comunidades y los individuos pueden cambiar la situación. En esta idea insiste cuando afirma: “A nuestros hijos, los ciudadanos más vulnerables de cualquier sociedad, les debemos una vida sin violencia ni temor. Para garantizarla hemos de ser incansables en nuestros esfuerzos por lograr la paz, la justicia y la prosperidad no sólo para los países, sino también para las comunidades y los miembros de una misma familia. Debemos hacer frente a las raíces de la violencia. Sólo entonces transformaremos el legado del siglo pasado de lastre oneroso en experiencia aleccionadora”.
Mandela hace estas afirmaciones en el siglo XX que se recordará como un siglo marcado por la violencia y que nos abruma con su legado de destrucción masiva, de violencia infligida a una escala nunca vista y nunca antes posible en la historia de la humanidad.
El 16 de junio de 1999 Mandela dijo adiós a las instituciones del estado. El ANC ganó con un aplastante 66,4% de lo que se deduce que las grandes mayorías negras seguían confiando en el ANC a pesar de las dificultades económicas y de la persistencia de la pobreza. Las votaciones pusieron de relieve el descalabro del extremismo blanco así como del negro. Con la toma de posesión de la presidencia de Mbeki, Mandela pasó al retiro de la política activa, aunque no de la vida pública. Tenía entonces 80 años. Su influjo político y su enorme autoridad moral hicieron que se le reclamara para mediar en numerosos conflictos internacionales.
De su legado podemos destacar tres ideas clave: a) Siempre tuvo presente el concepto africano de ubuntu, que encierra el profundo sentido de que somos humanos sólo a través de la humanidad de otros. Él supo ver que trabajando con los blancos, históricamente verdugos del pueblo negro, era posible hacer las paces; b) Olvidar cuando el olvido sea necesario, sin olvidar. Este criterio es clave para avanzar, negros y blancos, hacia una reconciliación que abrace los Derechos Humanos como la fuente de una nueva nación, pero sin equívocos: no es posible borrar de la memoria un sistema que negó a los negros su humanidad y sus derechos; c) La unidad basada en la diversidad. Unidad para reparar la tela desgarrada de una sociedad enfrentada y la diversidad como hecho reconocible en las culturas, las lenguas e identidades, que deben respetadas por igual, como así lo reflejan los colores de la bandera de Sudáfrica.
Nelson Mandela, Madiba, ha muerto, pero su sol siempre brillará para nosotros.