¿Tiene futuro un pasado de sangre?

 

Galde 38, udazkena 2022 otoño. Antonio Rivera.-

En 2020 y en 2022 el Sinn Fein ganó las elecciones en la República de Irlanda y en Irlanda del Norte. Por circunstancias distintas, solo en esta segunda el antaño brazo político del IRA revalidó su condición de gobernante; en la República le frenaron los partidos tradicionales. En ambos casos, el éxito reposó en una agenda social dirigida a los jóvenes, donde su reivindicación esencial –la unificación política de la isla– quedaba en la sombra. Los nuevos líderes fenianos son mujeres jóvenes de traje de chaqueta, con familiares implicados en la violencia sectaria, que hoy desdeñan esa relación y recuerdo, y rechazan claramente su uso.

La posibilidad de que la Izquierda Abertzale acabe ganando las elecciones en el País Vasco está fundamentada. Entre otras razones, lo explica el desgaste de los partidos clásicos, la juventud comparativa del voto abertzale, su proyección como opción respetable y útil, su relación privilegiada con el gobierno español de izquierdas, la agenda social por delante de la ultranacionalista y la propia desaparición de ETA. Estos factores contribuyen a la normalización -o «blanqueamiento»de quienes también sostuvieron social y políticamente una organización terrorista.

Entre Euskadi e Irlanda hay notables diferencias que se sustancian en que allí todo terminó con un acuerdo entre partes y una amnistía encubierta, y aquí no. Por eso, allí los presos no condicionan las políticas de sus partidarios y aquí sí, lo que explica que el rechazo de la violencia que les llevó a la cárcel sea menor, incierto y administrado según los escenarios, y nunca lo taxativo de la isla británica. Se enfrentan a esa deriva favorable a la llegada al poder de los abertzales la necesidad del PNV (que instrumentaliza ahora la íntima relación de estos con el terrorismo), el rechazo de la base electoral socialista que combatió la violencia, la oposición de las cohortes de mayor edad y más participativas electoralmente, y el asociacionismo de víctimas y las entidades memorialistas. Pero todos no suman lo que aportan los factores contrarios, simplemente los de renovación generacional y de olvido del trauma vivido.

¿HA PASADO YA EL PASADO?La normalización de la cultura política ETA (la Izquierda Abertzale) es un hecho en Euskadi y algo progresivo en el resto de España, a pesar de la contumacia de las derechas. La situación se asemeja a la Transición, cuando el pasado de violencia de los franquistas se amortizó más por olvido de todos que por voluntad de ellos. Con los herederos políticos de ETA pasa otro tanto: hay más voluntad social de pasar página que esfuerzo y sinceridad de su parte. Sus doscientos presos les impiden un rechazo radical del pasado violento, sus líderes siguen siendo los de entonces, su oposición a la violencia es más una pose y no hay un «traidor» que encabece la transformación porque Otegi se queda en un estudiado medio camino.

La normalización se hace en parte a pesar suyo, de sus contradicciones y limitaciones. Les falta desasirse de los argumentos que les llevaron a defender el uso de las armas: la instrumentalización del llamado «conflicto histórico», la justificación de la aparición (y continuidad) de ETA por «estado de necesidad» (y no por decisión y economía de medios) y el rechazo del pluralismo constitutivo de una sociedad moderna como la vasca. En consecuencia, la formación de sus seguidores en la democracia y en la tolerancia, y no en el radicalismo y en el rechazo del otro, aunque sea ahora sin violencia, es nula. Es un problema de tiempo y de talante, y el hecho de que el nacionalismo tradicional comparta con ellos en buena parte dos de esos argumentos impide ver el futuro con optimismo.

Pero, se insiste, es cuestión de tiempo y las sociedades, para sobrevivir, se echan al gaznate sapos peores. ¿Dónde radica entonces la posibilidad de enfrentar esa deriva que sin exigencia alguna les lleva al mismo sitio que pretendían cuando mataban? Primero, en un poco probable cambio de forma de hacer política de los partidos «de poder» que limite o frene la ascensión de sus competidores. La Izquierda Abertzale prospera por incomparecencia, como único organismo vivo en un sistema anquilosado y sin salida (no hay mecanismo para integrar al que llama a la puerta del Ejecutivo). Segundo, en una defensa radical de los valores que amenazó el terrorismo: la pluralidad social vasca. Pero es un argumento que, de nuevo, no está en manos de las víctimas, sino de los partidos, y no todos comparten esa tesis. El péndulo entre democracia y nación homogénea oscila en el PNV, y éste responde a lo largo de su historia de maneras diversas: hoy opta por lo primero, por estrategia al ver amenazado su poder tradicional y por el talante pragmático de los actuales burukides, pero no es una decisión para siempre.

UN FUTURO VIVIBLE Y UN PASADO NO DEL TODO INÚTIL. El artículo 8.2 de la Ley de Reconocimiento y Reparación a las Víctimas que aprobó el Parlamento Vasco en 2008 establecía que «[…] el derecho a la memoria tendrá como elemento esencial el significado político de las víctimas del terrorismo, que se concreta en la defensa de todo aquello que el terrorismo pretende eliminar para imponer su proyecto totalitario y excluyente: las libertades encarnadas en el Estado democrático de derecho y el derecho de la ciudadanía a una convivencia integradora».
Esa declaración podría instituirse como piedra angular de la Euskadi posterrorista y como prueba del algodón de la sinceridad abertzale antes de alcanzar el poder: su compromiso con el respeto, la defensa y el valor que supone la pluralidad constitutiva de la sociedad vasca. No se puede evitar que lleguen al poder los anteriores violentos, pero sí que lo hagan sus objetivos políticos, su original modelo totalitario de sociedad. Ahí se debe ser beligerante en términos de democracia.

Tiene el problema –se ha señalado ya– de que el PNV tampoco cree a pies juntillas en ello y que aspira a la homogeneización social forzada, como todo nacionalismo; su ambigüedad con la reforma del Estatuto es una prueba. También está el hecho de que es difícil de medir a cada momento la realidad de una sociedad no uniformada: la rana puede cocerse en el agua elevando progresivamente el calor, sin que aprecie el cambio total de su entorno (o, si lo hace, convirtiendo su queja en estridencia sin consideración por la mayoría). Supone, por otro lado, un bloqueo que algunos entenderán forzado en el proceso de acceso al poder de la mano de la mayoría electoral, ajena a valores más nobles y a la memoria de un pasado que no hace suyos. Pero sería, al menos, un argumento para racionalizar un proceso quizás imparable sin renunciar a lo que como ciudadanos y resistentes de aquella violencia podemos exigir. De lo contrario –y no sería el primer lugar donde esto pasa–, el objetivo político que ayer se defendió con la muerte puede alcanzarse hoy sin ella, apoyándose en la resignación y el olvido ciudadanos (y en unos obsoletos agentes políticos inadaptados para vivir sin la épica del antiterrorismo o en una realidad diferente de los juegos de poder).

La oportunidad para todos de recorrer ese camino está expedita. El Consejo de Víctimas aprobó recientemente una modificación de aquella Ley de 2008. Sería una ocasión para que el consenso incluyera a quien no la aprobó entonces, la representación de la Izquierda Abertzale Oficial. De hacerlo respetando su espíritu original, esa cultura política dejaría clara la autocrítica de su pasado; de no hacerlo, quedaría evidente que su proceso de normalización es una mentira. EA, Aralar y Alternativa apoyaron la ley entonces. Todos tendríamos claro cuáles son las cartas sobre la mesa y podríamos determinar sobre qué soportamos el futuro de Euskadi.

El pasado acabará pasando, incluso por encima de Faulkner y su bonita frase. Tantas veces y en tantos sitios lo ha hecho que es mejor disponerse a enfrentar ese momento y hacerlo con garantías. En sociedades nacionalistas –y la vasca lo es– prospera más una transmisión generacional épica, aunque sea falsa, que otra cívica, dispuesta a hacer valer criterios de convivencia pragmática y laica, sin necesidad de ser trascendente en lo colectivo, y exigentemente dispuesta para una vida buena en lo personal. Eso, mirando al futuro de todos; en lo que hace al pasado, hay que aspirar a que tanto dolor y muerte, tanta negación de la libertad, no queden en el olvido, como si nunca hubieran tenido lugar.

Categorized | Miradas, Política

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