(Galde 22, otoño/2018/udazkena). Manu Gonzalez Baragaña.-
RESEÑA.
«Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal».
Stefano Mancuso y Alessandra Viola.
Edit. Galaxia Gutemberg
Las plantas podrían perfectamente vivir sin nosotros, en cambio nosotros sin ellas nos extinguiríamos en un breve periodo de tiempo. Es más, en el planeta Tierra existe tan sólo un 0,3% de vida animal frente a un 99,7% de vida vegetal. Y sin embargo, expresiones como «vegetar» o «ser un vegetal» indican en casi todas las lenguas unas condiciones de vida reducidas a la mínima expresión.» Con esta aseveración, Stefano Mancuso, neurobiólogo y director del International Laboratory of Plant Neurobiologye impulsor de The Society of Plant Signaling and Behavior, ha escrito un interesante y sugerente libro divulgativo sobre la vida de las plantas, contando con la colaboración de Alessandra Viola, periodista científica. Esta coautoría permite la lectura fácil de una tesis fundamental del libro: que las plantas son seres inteligentes que se comunican con el entorno que les rodea, con las otras plantas, con los insectos o con los animales superiores. ¡Y nosotros sin enterarnos!
Salvo algunas fantasías poéticas y la humildad intelectual que proporciona una visión crítica del antropocentrismo dominante, este libro me ha abierto una nueva ventana al maravilloso mundo de las plantas, nuestras relaciones con ellas y lo mucho que aún nos pueden enseñar.
Mancuso sostiene que lo que nosotros consideraríamos como la función neural que realiza el cerebro animal, en las plantas lo realizan las raíces, planteando además una cuestión de mucho interés para la investigación de la inteligencia en general pues, según el autor, «al estudiar las características de la inteligencia vegetal resulta evidente la dificultad que tiene el ser humano para comprender los sistemas vivos que razonan de manera distinta a la suya. Se diría que sólo somos capaces de apreciar inteligencia parecida a la humana».
El libro explica cómo las plantas son la base de la vida para nuestra especie porque son la conexión entre el sol y la tierra y son quienes efectúan la transformación de la energía solar en la energía química, proporcionando los azúcares sin los que no podríamos vivir, recordando además que las plantas son la base de la cadena alimentaria. Esboza también el papel cultural de las plantas en las distintas sociedades humanas, su simbología, etc. Pero la obra de Mancuso va mucho mas allá y en sus cinco didácticos capítulos desgrana cómo las plantas tienen sentidos, se comunican y poseen inteligencia, con capacidad, a su manera, de resolver problemas. En cada uno de los capítulos se puede encontrar una bibliografía que permite seguir navegando en un «Arca» de otro necesario Noé que se olvidó de las plantas.
En el capítulo donde expone su investigación sobre los sentidos de las plantas, -pese a que no tengan ojos ni nariz ni orejas-, el autor describe lo que denomina sentidos como la vista, olfato, oído e incluso gusto y tacto de las plantas, llegando a identificar otros quince sentidos, detallando cómo las plantas perciben parámetros físicos y químicos de los que los animales no se percatan; también campos como el eléctrico o el magnético que muy pocos animales advierten, o pasando a explicar la capacidad de determinadas plantas para reconocer y distinguir componentes químicos como metales o diferentes tipos de contaminación. Precisando el lenguaje vegetal, Mancuso describe la forma en que las plantas se comunican y llegan incluso a reconocer su parentela, cómo son sus relaciones sexuales o las formas en que lo hacen con animales. En el último capítulo del libro se presentan las ideas básicas de las investigaciones desarrolladas en biología vegetal, aseverando que las plantas son seres inteligentes, entendiendo por inteligencia la capacidad de resolver problemas, aunque su toma de decisiones sea en tiempos más largos que los de nuestra especie.
La obra también permite, quizás, abrir una mirada más amplia a las actuales corrientes animalistas, al evidenciar la pequeñísima parte de la masa viva del planeta que representamos los animales, pudiendo considerarse la insistencia exclusivamente animalista una especie de antropocentrismo «ampliado», como ya he leído en algún sitio.
Aunque el autor reconoce que hay muchas cuestiones controvertidas y queda mucho por descubrir, nos recuerda que la Comisión de Bioética Suiza, compuesta por personas del mundo científico de muy diferentes disciplinas: filósofía y ética, biólogía molecular, ecología y ciencias naturales, etc., se ha mostrado unánime en una cosa: las plantas no pueden ser tratadas de modo arbitrario.