(Galde 13, negua/invierno/2016). Reseña realizada por Begoña Muruaga. Aunque el original fue publicado en 1979, recientemente se ha traducido al castellano «Nada se acaba», de Margaret Atwood, una novela llena de sutileza y repleta de guiños irónicos sobre el amor y las relaciones de pareja.
Calificada por la crítica de la época como espléndida, la novela nos cuenta la relación entre Elizabeth y Nate, una pareja que, tras más de diez años de matrimonio, repletos de constantes aventuras sentimentales, se enfrenta ahora al suicidio del último amante de Elizabeth. Paralelamente a ese hecho, Nate establece una relación con Lesje, una paleontóloga un tanto excéntrica y obsesionada con su trabajo.
La novela se desarrolla entre octubre de 1976 y agosto de 1978, y en ese lapso de tiempo observamos cómo es la vida de cada uno de esos personajes y cómo se relacionan con la gente de su entorno. La rutina diaria de los protagonistas se mezcla con los recuerdos de la infancia, los sueños de juventud y las relaciones familiares. De esa forma, vamos conociendosus dudas, sus miedos y sus frustraciones.
La mayoría de los personajes de esta novela son, como se dice en la contraportada del libro, “adultos que al final del día no son más que niños en busca de protección”, personas desorientadas que lo único que pretenden es un poco de felicidad, ya sea con un trabajo gratificante o con una relación amorosa satisfactoria. Con una excepción: los personajes de Elizabeth y su tía Muriel, mujeres con una fuerte personalidad y que manejan a la gente a su antojo, y a quienes la autora describió en una ocasión como “francamente indeseables, hasta como compañeras de habitación”.
Margaret Atwood es una maestra del lenguaje. Describe con precisión de entomóloga las situaciones, los pensamientos y los sentimientos de los personajes. Ese dominio de la lengua le lleva, por otra parte, a comenzar una frase describiendo una situación cotidiana vulgar y terminarla con una reflexión filosófica, o a empezar una conversación con una situación dramática y sacarnos una sonrisa al final. El humor es, además, una de las constantes de su obra. Es capaz de ironizar hasta en las situaciones más dramáticas.
Figura indiscutible de las letras canadienses, Margaret Atwood es una de las escritoras con mayor prestigio del panorama internacional. Ganadora de numerosos premios, entre ellos el Canadian Bookseller Award, en 1977; el premio Booker, el año 2000, y el premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 2008, su nombre aparece últimamente en todas las quinielas del premio Nobel.
Atwood es autora de más de treinta libros de poesía, numerosas colecciones de cuentos, quince novelas y varios ensayos, y es precisamente en esos últimos donde aparece más nítidamente su feminismo, presente, por otra parte, en toda su literatura. Textos como “Crear el personaje masculino”, “Alabemos a las mujeres tontas”, “El cuerpo de la mujer”, “El gusto por los hombres”, “Novelas de mujeres” o “Territorio extranjero”, por poner sólo unos ejemplos, son una buena muestra de ello.
Mujer comprometida con su tiempo, Atwood es, aparte de una luchadora incansable por la igualdad de hombres y mujeres, una firme defensora de la ecología y del antimilitarismo. Tema, ese último, que aparece en algunas de sus obras. En ese sentido, “Carta a América”, un breve ensayo que escribió tras la invasión de Irak (y que aparece publicado en La maldición de Eva), es un canto al amor que siente por el país vecino y una crítica feroz a algunas de sus políticas, ya sean económicas, de seguridad o armamentísticas. Creo que pocas veces se ha dicho más con menos palabras.
Begoña Muruaga