Richard V. Reeves. Deusto, Barcelona, 2023
Galde 44, Udaberria 2024 Primavera. Reseña de Begoña Pernas Riaño.-
Por qué el hombre moderno lo está pasando mal, por qué es un problema a tener en cuenta y qué hacer al respecto.
Of Boys and Men: Why the Modern Male Is Struggling, Why It Matters, and What to Do about It.
El malestar contemporáneo de los hombres: un tema polémico que no es fácil plantear y que es esencial abordar. Reeves lo hace desde una posición ajena a las guerras culturales, sin nostalgia de un orden tradicional, armado de estadísticas y de su conocimiento de las desigualdades de clase y raza.
En aspectos fundamentales, los hombres están estancados o retroceden. En educación, en primer lugar, donde todos los indicadores de éxito o fracaso escolar muestran una notable ventaja femenina y sobre todo una enorme brecha de motivación; en el mercado de trabajo, donde la maternidad sigue siendo penalizada, pero los cambios en la estructura productiva afectan más a los empleos ocupados tradicionalmente por hombres de clase obrera; en la salud, siendo las muertes por desesperación –suicidios, alcoholismo, drogas- mucho más frecuentes en varones, sobre todo en ciertas regiones que han sufrido el declive de la industria y de los lazos de clase. En la familia, finalmente, donde muchos padres (uno de cada cinco en USA) pierden todo contacto con sus hijos tras el divorcio.
En todos esos aspectos, existe una explicación psicológica: la masculinidad, una vez cuestionado su histórico privilegio, no acepta la igualdad ni sabe situarse y vivir en el mundo moderno. Patologizar a los hombres recuerda extrañamente el “mal que no tiene nombre”, expresión de Betty Friedan para describir a las amas de casa de los años sesenta, cuando la feminidad se desveló como una enfermedad colectiva. Y esa patologización es innegable: desde los diagnósticos por TDH, que se dan tres veces más en los niños, hasta la encarcelación de varones negros o pobres.
Pero esta explicación sobre el colapso psicológico de los hombres desplazados choca con una interpretación estructural: el avance femenino en educación y hasta cierto punto en empleo se da en todos los países que alcanzan un grado de igualdad; además, el retroceso afecta de manera desproporcionada a los hombres y a los chicos de clase baja o racializados; por último, el malestar se expresa en opiniones contrarias a la igualdad de género y se plasma en actitudes políticas. La radicalización política es cosa de hombres, como el voto a la extrema derecha o el conspiracionismo.
Lo que se ha roto es la continuidad entre el carácter de los varones y las instituciones que garantizaban su posición social: trabajo, familia, nación. Sin estas estructuras que sostenían la solidaridad masculina y el valor social de todos los hombres, muchos sienten que han perdido posición y respeto. Vivir en sociedad a través de relaciones personales y familiares ha sido y es una especialidad femenina, a la que no les predispone su visión del mundo o su educación, aunque muchos lo logren. Sin estructuras, se sienten inútiles.
Reeves huye de abstracciones –como el patriarcado- y se ocupa de políticas públicas y de soluciones prácticas, pero plantea una apasionante discusión. No son tanto los avances de las mujeres los que amenazan a los hombres, como la ruptura de la fraternidad masculina. Pues el patriarcado es una relación entre hombres, y aún más entre hombres adultos y hombres jóvenes, entre padres e hijos. El feminismo ha puesto el foco en las mujeres, en un giro histórico impresionante. Culturalmente es evidente este desplazamiento: del hombre blanco adulto a la chica joven que ahora define todas las tendencias, en ecología y en música, en literatura y en moral.
Ante una revolución del género (¿alguien creyó realmente que poner en cuestión esta institución venerable iba a hacerse sin sufrimiento y conflicto?), el pensamiento y la acción deben ampliar su foco y no rendirse ante las inercias. Hay que pensar dos cosas que parecen contradictorias: la lucha contra la desigualdad y la violencia que sufren las mujeres; el sufrimiento social de muchos hombres.
Puede que las soluciones que propone Reeves parezcan muy anglosajonas –por ejemplo, que los niños empiecen un año después la escolarización, dado el mayor retraso en su maduración-, pero el libro tiene una virtud admirable. Presenta con ecuanimidad un tema polarizado, recordando lo obvio: hombres y mujeres no forman dos bandos homogéneos y la clase social es clave; las explicaciones sofisticadas deben aplicarse a todos los fenómenos sociales y no solo a una parte; las estadísticas sirven para pensar y no como armas; las instituciones y las políticas públicas deben dirigirse a los hombres (sin dejar de lado a las mujeres, claro está), si realmente queremos avanzar en la igualdad. Todo ello resulta incómodo y paradójico, pero es bienvenido, pues sacude la pereza intelectual y aviva el debate.