Galde 36 – primavera/2022. Soledad Frías.-
Han llegado en el último año al mercado en español dos novelas vitalistas, realistas a sus respectivas maneras, protagonizadas por gente de los peldaños bajos de la sociedad europea, esa que se gana el pan con el sudor de su frente pero tiene a su alcance alquileres sociales y pensiones de jubilación. No se entienda como prevención, considero ambas novelas muy recomendables y muy asequibles, que no sólo de Carmen Molas e investigaciones en el Baztán se alimentan los humanos. De los centenarios paseando por Dublín con un tal Ulises hablamos otro día.
Por Marzhan, mon amour, en la editorial asturiana Hoja de Lata, obra de la escritora Katja Oskamp (Leipzig, 1970), las tristezas de la vida circulan sin que se pierda una cierta sonrisa. Literatura optimista, ambientada en Berlín, por la que se respira un diálogo entre los que fueron ciudadanos de la antigua República Democrática Alemana que alcanzan a ver este siglo XXI en medio de los servicios que ofrece una de las grandes capitales mundiales. No, no volvemos a Christa Wolf ni a la sin par Franziska Linkerhand de Brigitte Reimann, este es otro tiempo.
Nunca conviene anticipar elementos de la trama, pero digamos que en el extrapolable barrio de Marzhan, con sus rascacielos de la década de 1970, algunos vecinos necesitan cuidarse empezando por los pies. El subtítulo, “Historias de una pedicura”, puede no hacer justicia. En la nómina de personajes encontramos variedad: “La señora Guse nació en Prenzlauer Berg, Berlín, en 1933, se graduó al llegar a octavo, pero no continuó con la Formación Profesional. Obtuvo un contrato temporal como limpiadora sin cualificación. Se casó en 1953. En 1965 ya tenía cinco hijos. En 1973 murió su marido a la edad de cuarenta y cinco años. Ella sola se encargó de criar a los hijos, que, todos sin excepción, han aprendido un oficio: albañil, cerrajero o vendedora”.
Obviemos si las dos novelas comentadas tienen tintes autobiográficos, qué más da. En los largos años ochenta y a orillas del Clyde sitúa el novelista británico Douglas Stuart (Glasgow, 1976) Historia de Shuggie Bain, en la editorial Sexto Piso. El autor imprime brío a su narración, de extensión mediana para bien. Personajes de largo recorrido basculan por los meandros de la vida entre el afecto y los impulsos autodestructivos. Aquí pesan los vínculos familiares, o su geometría variable.
Hay nichos de tratamiento literario para diversas problemáticas (los cuidados, la sexualidad, la infancia, las adscripciones socio-religiosas, las adicciones, los taxis). El telón de fondo lo proporcionan el cierre de establecimientos industriales, la pérdida de millares de empleos y la falta de oportunidades. Nada que nos coja por sorpresa por estos andurriales, a mayor gloria de Margaret Thatcher y otros. Sin embargo no se impone, menos mal, ninguna preocupación sociológica. Esa la aportan los lectores si les place. Logro reseñable, en algunos pasajes el autor plasma en palabras la manera deformada con que, a la vez que nos mantiene tras la pista de su historia, un niño integra su entorno de relaciones.
No hace falta vivir en Glasgow para percibir las diferencias entre barrios residenciales o eso que llamaríamos ultraperiferia urbana. En el contraste entre pretensiones de un cierto personaje y la cruda realidad Stuart construye atmósferas, y el polvo de los arcenes se mete en la boca. Apréciese: “Había estado redactando un anuncio, tachando y reescribiendo las frases una y otra vez hasta dar con la formulación perfecta. Se notaba que se había pasado un buen rato dándole vueltas a lo que quería decir y que se había ido emborrachando poco a poco en el proceso. Cuando estaba más sobria, el tono era casi lastimero y suplicante, después se iba volviendo más tiránico y exigente. Por último había combinado todas las versiones en una sola. En treinta palabras o menos había conseguido que Pithead pareciera un barrio encantador, bucólico y próspero, lleno de gente agradable”.