Tentación del bien
(Galde 16, otoño/2016). Javier Gómez Calvo.
El 20 de diciembre de 1973 un comando de ETA atentó contra el almirante Luis Carrero Blanco, presidente del Gobierno de España y hombre designado por Franco para perpetuar su régimen tras la consumación del «hecho biológico». El magnicidio costó dos vidas más, la del agente de escolta Juan Antonio Bueno Fernández y la del chófer José Luis Pérez Mógena. El atentado contra Carrero Blanco como lugar de (no-) memoria es una obra coral que se articula esencialmente en torno a dos perspectivas analíticas; por un lado la historización del crimen y, por otro, las representaciones culturales del atentado. Con todo, entre todas las aportaciones hay dos que me resultan de especial interés. Me refiero a «Violencia política en Euskadi: entre el tiranicidio y el olvido del las víctimas», de Antonio Duplá y «El ogro de la realidad», epílogo de Joseba Zulaika.
La retórica marxista y el halo romántico revolucionario convencieron a jóvenes y no tan jóvenes opositores antifranquistas de que ETA encarnaba una forma de resistencia valiente y no acomodada al encanto burgués que seducía a la generación anterior a la de mayo de 1968. La organización terrorista eligió para atentar una fecha simbólica para la oposición antifranquista: el día en el que comenzaba el proceso 1001 contra la dirección de Comisiones Obreras. Aunque el atentado fue rechazado por todas las fuerzas políticas de la oposición democrática, como recuerda Antonio Duplá la significación histórico-política de Carrero Blanco sentó las bases de lo que a partir de entonces daría lugar a una visión dicotómica de ETA: la buena y la mala.
La idealización de ETA como respuesta antifranquista desde ciertos sectores de la izquierda vasca y española, impidió durante los años de consolidación democrática la visibilización de las víctimas del terrorismo y reportó a la organización terrorista un sustrato de legitimidad tan perecedero que la respuesta social nunca alcanzó la suficiente fuerza como para hacer sombra a la dictadura del miedo. Sin embargo, y tal como señala Joseba Zulaika, la militancia en ETA o la comunión indirecta con los pilares que sustentaban el eufemismo de la «lucha armada», no era inevitable. El antropólogo vasco rememora su primer encuentro con Iñaki Pérez Beotegui «Wilson», uno de los perpetradores del atentado mortal contra Carrero, y cómo sus trayectorias aparentemente comunes (jóvenes vascos con inquietudes intelectuales y culturales) se separan desde que se conocieron casualmente en Londres; Pérez Beotegui tomó las armas y Joseba Zulaika optó por los libros.
¿En qué medida las influencias sociales, culturales o políticas de nuestro entorno condicionan la toma de decisiones y en qué medida somos libres de tomar las nuestras? A mi juicio esta pregunta -central en el reciente trabajo de Gaizka Fernández Soldevilla, reseñado en Galde nº 15 no se resuelve satisfactoriamente en el texto de Antonio Duplá, y creo que es crucial para entender la evolución ética de esa izquierda a la que señala. Más allá de las reflexiones éticas sobre el significado de la violencia y la evolución de su consideración social por parte de ciertas culturas políticas, es justo destacar también las reflexiones teóricas de Dupla en torno al «tiranicidio». Son muchos los casos parangonables al atentado que segó la vida de Carrero Blanco, de la Antigüedad a nuestros días y todos recordamos, efectivamente, qué argumentos condujeron a iniciar la guerra en Irak y a ajusticiar a Sadam Hussein. También, añado, qué consecuencias se han derivado de la coyuntural celebración de su muerte.
En cualquier caso, una lectura global del libro y la puesta en relación de los dos artículos aquí reseñados con el conjunto de la obra sí nos permiten extraer puntos comunes en los textos de la obra. El principal, considero, es la necesidad del fortalecimiento de la cultura democrática para que en todo momento la sociedad del siglo XXI, sin la hipoteca de la omnipresencia de la violencia política de la pasada centuria, no tenga que diferenciar entre violencias buenas o malas sino entre el respeto o no a la libertad y a los Derechos Humanos. De lo contrario, si seguimos dudando entre la bondad o maldad de los indios o vaqueros, volveremos a caer en las dudas que asaltaron al hijo de «Yoyes» cuando presenció el asesinato de su madre a manos de aquellos «cowboys con pistolas».