Galde 37, ura 2022 verano. Alejandra Boni.-
Probablemente vivimos uno de los momentos más convulsos en la historia de la educación superior en Europa. Desde la creación de las primeras universidades, en el s. XI. hasta la actualidad se han dado grandes cambios en la organización y contenido de las enseñanzas superiores. Hoy estamos ante otra gran transformación que afecta a la organización, el curriculum, al papel social y a la propia meta de la institución. La pregunta sobre qué debe hacer la universidad y cómo, sigue abierta y creando mucha polémica.
Una respuesta es la que nos ofrecen la teoría del capital humano y otras teorías de enfoque utilitarista, que piensan la educación superior como proveedora de recursos cualificados para el mercado laboral. Esta es una visión muy extendida en el contexto actual. Sin embargo, existen diferentes propuestas que ponen el acento en otras dimensiones de la educación superior. Entre ellas, queremos destacar el enfoque de capacidades (de aquí en adelante CA, capability approach, en sus siglas en inglés), que aun siendo un marco para evaluar la reducción de la pobreza y el desarrollo humano, tiene mucho que ofrecer desde el punto de vista de las políticas y prácticas en la educación superior.
Para el premio nobel, Amartya Sen tener educación es importante ya que afecta a la expansión de otras capacidades, o libertades humanas. Para Sen (1999) las capacidades comprenden las oportunidades reales y actuales que las personas tienen para tomar decisiones informadas, para poder garantizarse una vida y las actividades que tienen razones para valorar. Capacidad significa en último término la libertad de una persona de escoger entre diferentes maneras de vivir y de ser.
Las capacidades son potencialidades que se concretan en funcionamientos. Los funcionamientos son los seres (beings) y haceres (doings) que la persona valora y puede efectivamente hacer. Los funcionamientos pueden incluir tomar parte en una discusión con los compañeros, pensar críticamente sobre la sociedad, estar informado, tener una disposición ética, tener buenas amistades, ser capaz de entender una pluralidad de perspectivas sobre un tema, etc.
El desarrollo de una persona consiste en expandir el conjunto de capacidades a partir del cual cada estudiante toma sus decisiones vitales y profesionales liberado de las “ataduras” (unfreedoms) que dejan a las personas con poca capacidad de elección y pocas oportunidades para ejercitar su agencia. Sen no rechaza de plano el enfoque del capital humano y otras propuestas educativas de corte más instrumental y utilitaristas, puesto que considera que pueden tener sinergias con el desarrollo de las capacidades.
Su crítica parte de la consideración de que poner el acento en el crecimiento económico, no nos dice nada sobre la calidad de vida de la persona; estos enfoques no aportan respuestas a la pregunta de cómo transformar el crecimiento económico en bienes valiosos o si la riqueza material se transforma en calidad de vida. Por tanto, la educación no tiene que focalizarse únicamente en el capital humano y en la “usabilidad” de las personas excluyendo valorar fines no económicos y un conocimiento más amplio de lo que puede ser valorado por los seres humanos. En este sentido, para Sen la educación tiene un valor en sí mismo pero también tiene una dimensión instrumental: aumenta la libertad para lograr un conjunto de funcionamientos valiosos que pueden seguir a la obtención de un ingreso.
Asimismo, esta libertad para escoger entre las opciones que más valoramos conlleva el bienestar del que aprende. Cuando evaluamos en qué medida nos estamos acercando a las metas de la equidad y la justicia en materia educativa estamos haciendo referencia a las capacidades de los y las aprendices. Lo que importa son los logros que ellos valoran, más que el rendimiento medido por políticos o instituciones, o medidas que toman en cuenta la relación entre los ingresos y los resultados.
Otras autoras que ha reflexionado sobre las capacidades más relevantes en la educación superior son Martha Nussbaum y Melanie Walker. La primera nos habla de las tres capacidades que son claves para la educación democrática: el pensamiento crítico, la ciudadanía global y comprensión imaginativa. La segunda, nos presenta una propuesta de capacidades específicas para educación superior que incluye la razón práctica, la resiliencia, el conocimiento y la imaginación, la disposición al aprendizaje y la capacidad para tener relaciones sociales. Como la misma autora argumenta, se trata sólo de una propuesta para la discusión pero creemos que puede ser interesante para repensar el currículo educativo y pensar la educación no como mera transmisión de conocimientos sino también como una oportunidad para potenciar un tipo de ciudadanía activa y crítica que pueda convertirse en “agente” de cambio.
Otro elemento que aporta el enfoque de capacidades al debate sobre la educación superior es la consideración de las diferencias y los obstáculos que, derivados de la diversidad de los seres humanos, pueden existir para la expansión de las capacidades de los educandos. Factores como la etnia, la discapacidad, el género, la orientación sexual, pueden convertirse en profundos obstáculos para la expansión de las capacidades en según qué contextos. Por ello, el enfoque de capacidades no limita el espacio de la evaluación de la educación a los recursos y los resultados, sino que reconoce las diferencias en las capacidades individuales y sus limitaciones. Toma en consideración la diversidad humana cuando analiza las estructuras injustas y destaca elementos que pasan desapercibidos en otras propuestas evaluativas.
Asimismo, el enfoque de capacidades complementado puede ser también útil para repensar la práctica pedagógica en las instituciones de educación superior. Tal y como propone Sen, el avance de la justicia depende de una democracia inclusiva y la profundización de la democracia depende de la discusión colectiva en cuyo proceso se argumente sobre una pluralidad de información y conocimientos, desde perspectivas y voces plurales. Las prácticas educativas, por consiguiente, han de estar basadas en la discusión crítica que ha de orientarse a la consecución de la justicia, al menos, a la reducción de la misma, potenciando, por ejemplo, en los y las estudiantes el pensamiento crítico, la reflexión crítica y la capacidad de actuar en el mundo. Este rico y dialógico proceso participativo permite la formación de la “capacidad para tener voz” en la toma de decisiones, no sólo porque la participación es real sino porque se valora la habilidad de las personas para expresar, argumentar y defender sus puntos de vista. Todo ello en un entorno “amigable” para la expansión de las capacidades que promueva no sólo un desarrollo individual, sino también colectivo mediante la colaboración y el apoyo mutuo.
Algunos apuntes para una agenda colectiva en la educación superior
No vivimos momentos muy fáciles para un modelo de educación basado en los postulados del enfoque de capacidades; sin embargo, a pesar del contexto adverso, hemos de reconocer que el espacio universitario sigue siendo un espacio privilegiado para la ampliación de las oportunidades no sólo de los y las educandas, sino también de todo el conjunto de personas que conforman la comunidad educativa. Yendo de la dimensión más micro (el espacio educativo del aula) a la más macro (las políticas públicas educativas), el enfoque de capacidades puede aportar una serie de elementos que pueden ser útiles para la conformación de una agenda universitaria orientada hacia la justicia social.
Empezando por el espacio del aula, el uso de pedagogías que fomenten el pensamiento crítico, la reflexión, la discusión colectiva, la cooperación, junto con la atención a aquellas personas que, por sus características personales tienen más dificultades para poder ser oídas, son elementos esenciales de nuestra propuesta. Asimismo, la visión global, su conexión con lo local, las interdependencias, la atención a la diversidad, la interculturalidad, son todos elementos que han de estar presentes en el currículo.
El entorno universitario también ha de permearse de estos elementos; remover las barreras que impiden la expansión de las capacidades de los y las educandos, del profesorado y de todo el personal de apoyo, ha de ser un objetivo compartido de las universidades. Asimismo, el favorecer procesos de debate y toma de decisiones de manera colectiva, argumentada, donde se oigan todas las voces, ha de estar en la agenda educativa. Esto va de la mano con la transparencia, la rendición de cuentas, la responsabilidad en la gestión de la universidad.
En relación con las políticas educativas, la equidad en el acceso a la educación superior, la acción afirmativa para aquellas personas que, por sus características, tengan menores oportunidad para acceder al sistema educativo, la atención a la diversidad, la evaluación de la calidad educativa no sólo como la obtención de mejores resultados académicos, sino como expansión de las capacidades de los y las educandos, son todas propuestas que podrían contribuir a que el sistema universitario sirviera realmente para ampliar las opciones de las personas, tal y como el enfoque de capacidades propone.
Alejandra Boni. Catedrática del Departamento de Proyectos de Ingeniería de la U. Politécnica de Valencia y Vicedirectora del Instituto Ingenio (CSIC-UPV).