(Galde 18, primavera/2017). Santiago Burutxaga.
Terry Eagleton (Salford, Inglaterra, 1943) realiza en Cultura, su último libro publicado en castellano, un apasionante recorrido a lo largo de más de dos siglos por la evolución del concepto de cultura y las diferentes concepciones sobre el sentido de lo cultural y su utilidad social. Y lo hace recurriendo a la obra de un extenso panel de pensadores y escritores, fundamentalmente irlandeses e ingleses. Dicho esto, cabría pensar en un prolijo ensayo dirigido al mundo académico y reducido a los escasos expertos en teoría y filosofía de la cultura. Nada más inexacto, puesto que la obra de Eagleton aúna el rigor expositivo y la profundidad de sus reflexiones con una gran habilidad para ser accesible a todos los públicos y extraordinariamente ameno, incluso divertido. Cultura es un delicioso e ingenioso repaso crítico a muchas de nuestras concepciones preconcebidas y tópicos más arraigados.
Eagleton es crítico, satírico y polémico pero se mueve dentro de los cánones del respetoy el rigor intelectual que le proporciona una vasta cultura, demostrada en una obra muy variada y extensa que va de la teoría literaria marxista a la crítica, pasando por temas teológicos, el islamismo, los estudios culturales e, incluso, artículos sobre la actualidad política. El pensamiento de Eagleton se asienta en la tradición marxista, participando además activamenteen grupos de la izquierda socialdemócrata. Dedicado a la docencia, es catedrático de Teoría Cultural en la Universidad de Manchester y profesor de Literatura Inglesa en la de Lancaster.
El libro se plantea la evolución del término cultura desde la irrupción de la revolución industrial, cuando se va distanciando del concepto de civilización, con el que hasta entonces se identificaba. La civilización sería hija de la Ilustración, mientras que la concepción romántica inicial de cultura implicaría la idealización de un pasado armonioso, la búsqueda de un paraíso perdido por la llegada de las máquinas, la división del trabajo y la proletarización. Alerta Eagletonsobre el elitismo cultural, sobre el inflacionismo y la confusión contemporánea en torno a lo cultural y realiza una crítica del culturalismo posmoderno, la sacralización de la diversidad, de la pluralidad, la hibridez y, sobre todo, del relativismo cultural. “Para algunos pensadores posmodernos, dice Eagleton, el florecimiento de una multiplicidad de culturas es tanto un hecho como un valor. De acuerdo con esta visión, la existencia de distintas formas de vida, desde la cultura gay, la cultura de la moda, la cultura del karaoke, hasta la cultura sij, la cultura del burlesque y la cultura de los ángeles del infierno, es en sí misma algo encomiable”. Para el autor, en cambio, no hay sociedad exenta de conflictos y contradicciones, y si todo es cultural no existirían valores universales, ni siquiera los morales. En su opinión, no todas las tradiciones culturales merecen ser conservadas puesto que la diversidad es compatible con una jerarquía de valores.
Eagletonprofundiza en la cultura como parte de un “inconsciente social”, ese conjunto de creencias y modos de hacer que vincula a las sociedades. Lo hace buscando su rastro en la obra de numerosos autores: Edmund Burke, Herder, T.S. Elliot, R. Williams, Marx, Hegel, Heidegger, Gramsci, por citar a algunos entre una innumerable cantidad de referencias que llegan a Groucho Marx o los Monty Python. La figura de Oscar Wilde, que llevó al extremo de la extravagancia su esteticismo e hizo de ello una actitud política, le vale a Eagleton para ahondar en la relación entre la llamada alta cultura y la cultura popular y de masas, así como en las relaciones entre cultura e ideología y cultura y política. Nos dice que en una época en que “la política se transformó en imágenes, iconos, estilos y espectáculo”, “la cultura ha perdido su inocencia. De hecho, la historia de la Edad Moderna es, entre otras cosas, la crónica de la gradual desmitificación de este noble ideal. Desde su estatus sublime en el pensamiento de autores como Schiller, Herder y Arnold, queda atrapada en una variedad peligrosamente inflamada de nacionalismo, ligada a una antropología racista, absorbida en la producción general de mercancías e inmersa en los conflictos políticos. Lejos de aportar un antídoto al poder, resulta que es profundamente cómplice de él. En vez de ser lo que podría salvarnos, quizá tengamos que devolverla a su lugar”.