(Galde 15 – verano/2016). Luisa Etxenike. Acabo de ver una exposición en el Koldo Mitxelena Kulturunea, un espacio cultural en pleno centro de San Sebastián, que está perfectamente comunicado y que no tiene ninguna barrea arquitectónica. La exposición ha sido correctamente publicitada. Al entrar te dan un pequeño folleto explicativo. Y además visitarla es gratis. Podríamos decir entonces que estamos ante un grado de accesibilidad alto o muy alto para el ciudadano. Y lo mismo sucede con un amplísimo abanico de eventos y manifestaciones de Cultura: conferencias, exposiciones, préstamo de documentos en las mediatecas, espectáculos… que son gratuitos y se celebran en centros culturales como el citado, y con las mismas prestaciones.
Y podría alcanzarse un grado incluso mayor de accesibilidad a ésas y otras manifestaciones culturales, destinando simplemente más dinero: multiplicar los fondos de las mediatecas; rebajar el precio de los eventos y espectáculos que son de pago; incrementar los recursos destinados a publicidad, folletos y catálogos ilustrativos; incluso la red de transporte para que todos los centros culturales estén absolutamente a mano.
Si el acceso a la cultura consistiera simplemente en ese tipo de accesibilidades, entiendo que no habría problema o por lo menos ningún problema que no fuera material o de dinero (de consensos para destinar dinero a la Cultura). Y estaríamos entonces en lo fácil. Porque creo que, independientemente de las circunstancias, en materia de Cultura el dinero es lo más fácil.
Y que la cuestión del acceso a la Cultura va mucho más allá de esta accesibilidad que acabo de describir. Diría incluso que, en un sentido profundo, ni siquiera tiene que ver con ella. El acceso a la Cultura depende esencialmente de otras cosas, de lo que voy a llamar de la manera más simple: querer y poder.
Primero, querer. Nadie va a una exposición porque el lugar donde se exhibe quede céntrico o porque la entrada sea gratis. A una exposición o a cualquier otra manifestación del Cultura se va porque se quiere; porque se busca algo. Porque se tiene un deseo de Cultura. El deseo/anhelo de Cultura es una condición del acceso a la Cultura.
Luego está el poder. Visitar una exposición o una obra de Cultura no significa automáticamente acceder a ella, apropiarse de ella. El contacto, la comunicación con una obra de arte requiere una recepción crítica, (in)formada; despierta y capaz de descifrar, establecer conexiones, dialogar con lo que esa obra propone. El acceso a la Cultura necesita unas condiciones y una calidad de la recepción. No se saben algunas cosas simplemente porque se vean; sobre todo porque el Arte construye mayormente con lo invisible. Para ver algunas cosas primero hay que saber otras.
Garantizar el acceso a la Cultura es fomentar ese saber. La primera tarea es, por ello, la pedagogía: transmitir un bagaje de instrumentos, de referencias culturales objetivas, de lenguaje. En mi opinión, sólo un rico “patrimonio” de palabras, de conceptos, de conciencia y ambición lingüísticas permite el acceso, el contacto, el diálogo con obras artísticas fundamentales.
Una campaña institucional puede repartir gratis Tiempo de silencio de Martín Santos, inundar un país de ejemplares de esa novela. Pero hace falta muchos previos para poder leer esa obra fundamental, para poder acceder al corazón de sus sentidos. Hacen falta previos de familiaridad con obras artísticas anteriores; de tradición literaria, de lenguaje, de perspectiva político-histórica…
Entiendo que garantizar el verdadero acceso a la Cultura pasa por asumir una formidable tarea educativa. Y por buscar alianzas educadoras. Porque no sólo educa la escuela y la familia, también los medios de comunicación, también las dinámicas sociales. Hay que identificar a los amigos de la pedagogía cultural, y también a los enemigos del acceso a la Cultura.
Y creo que hoy por hoy la Cultura tiene muchos más enemigos que amigos. Porque ¿qué invita a nuestro alrededor a crecer en lenguaje; qué trasmite referencias culturales objetivas; qué entrena para la agilidad intelectual; que alienta la actividad crítica; qué se opone a la banalidad? Desgraciadamente veo más ejemplos de lo contrario: cómo se jalea la pasividad o la identificación de la cultura con el entretenimiento; veo representaciones innumerables de falta de ambición lingüística, de conformismo con la frase hecha y el lugar común; y una propaganda constante de la facilidad, del desprecio por el esfuerzo, de la banalización… Y un alimentar también ritmos frenéticos que son incompatibles con la comunicación de Cultura.
Los partidarios del slowfood; de las slowcities lo han comprendido perfectamente. Las cosas que importan requieren su tiempo. El acceso a la Cultura también. Hay que preconizar laslow cultura: la lentitud en el aprendizaje y la recepción crítica; la duración en el efecto/contacto con la obra; y la continuidad: convertir la experiencia de Cultura en un tejido de reflexiones, cruces, progresiones…En fin, todo lo contrario de esa espectacularidad efímera, sin tejido y sin seguimiento que por desgracia es mayormente la norma de la oferta llamada cultural.
Para garantizar el acceso a la Cultura hay que estar en definitiva dispuesto a ir contracorriente, a ponerse contra corriente. A asumir y a preconizar otra mentalidad.
Y vuelvo para terminar al querer Cultura. Al deseo de Cultura, que no es cualquier deseo. “La Cultura es el cuidado del alma” dijo Cicerón. Porque la Cultura no es reducir todo a la mínima expresión (al tamaño de un tweet llamativo o de un titular de impacto), sino llevarlo todo a la máxima expresión y luego desear navegar en ese campo abierto, en ese formidable territorio de exigencias intelectuales, éticas y estéticas. Desear ubicarse en las anchuras y complejidades de la experiencia y de la conciencia, humanas.
Para mí garantizar el acceso a la Cultura es contribuir a construir un deseo exigente de Cultura; y educar el gusto frente al mal gusto acechante. Y alentar, desde la escuela, la familia y las demás instancias educativas, las condiciones subjetivas necesarias para acoger ese deseo.
Condiciones fundamentales como la curiosidad: la Cultura es anhelo de más; proyección y proyecto del otro y de lo otro. Y la atención. Y la admiración: querer llegar más lejos pasa por reconocer gozosamente las distancias, las escalas, las proporciones. Y eso que Yeats recogió maravillosamente en su famoso poema: la fascinación por lo difícil.
Garantizar el acceso a la Cultura pasa, de nuevo, por ir a la contra, contracorriente. Porque nada de lo anterior está de moda: ni la curiosidad, ni la atención, ni la fascinación por lo difícil; ni desde luego la admiración. Nada de eso está de moda. Creo que garantizar el verdadero acceso de la cultura o el acceso a la verdadera cultura pasa por reactualizar y prestigiar estas actitudes, por ponerlas de moda, al último grito.
Luisa Etxenike. Escritora y traductora. Colaboradora habitual en diversos medios de prensa escrita y radio.