(Galde 02, primavera/2013). Sami Naïr, nacido en Argelia y crecido en Francia, es doctor en filosofía política; doctor en letras y ciencias humanas por la Universidad de La Sorbonne y sociólogo especialista en desarrollo y el Mediterráneo. Como escritor tiene en su haber más de una veintena de libros, es columnista habitual en las páginas de El País, y colaborador en El Periódico de Catalunya, Le Monde y Liberation. Ha ocupado diversos cargos políticos como miembro del Partido Socialista Francés.
¿Se acabó la primavera árabe? Esta pregunta es el punto de partida de una larga y densa reflexión que arranca de una constatación inquietante: movilizaciones que desafiaron pacíficamente a dictaduras, derribándolas en nombre de valores seculares y modernos, han dado paso a victorias electorales de mayorías religiosas conservadoras. En su ensayo Sami Naïr explica esta aparente contradicción, apoyándose en su profundo conocimiento de las sociedades árabes y acudiendo para ello a la historia, a la cultura y a la política.
El autor hace un desglose de las distintas corrientes del Islam, para señalar al salafismo conservador, de arraigo popular y políticamente retrógrado, como la fuerza que ha sido capaz de derrotar al Islam del Estado encarnado en los regímenes salidos del fin del colonialismo, y a esas otras fuerzas sociales que llenaron las plazas pero carecían de organización y cohesión política. Así, vencidas las dictaduras en Egipto y en Túnez, los islamistas vuelven el centro de la vida política aprovechando la debilidad de las fuerzas democráticas. Este hecho supone paradójicamente una regresión en cuanto a los derechos de las mujeres, lo que le lleva a Naïr a una compleja reflexión en la que rechazando las dictaduras hereditarias anteriores reconoce en éstas avances jurídicos formales ahora puestos en cuestión por la Sharia. No obstante su esperanza está viva en tanto que nos muestra a sociedades civiles dinámicas que no han dicho la última palabra. El autor no es de ninguna manera benévolo con los regímenes derribados, se limita a constatar algunos hechos.
Una explicación coherente de lo que ocurre se encuentra en el siguiente triple paralelismo: mientras las dictaduras estaban agotándose, sumidas en endeudamientos masivos y por la aplicación asfixiante de medidas de ajuste brutales, en el marco de un auge demográfico sin control, sectores importantes de la sociedad, sobre todo la juventud venían usando Internet, las antenas parabólicas y los móviles, como modo de asomarse al mundo y tomar conciencia de las ventajas de la libertad. En tercer lugar, el salafismo conservador, de manera callada pero efectiva, estaba construyendo una estructura paraestatal al servicio de la multitud pobre. Cuanto más crisis y menos estado de bienestar más campo libre para los Hermanos Musulmanes. En el momento de la protesta prolongada en las plazas este Islam permanece prudente, casi callado. Es en el momento electoral cuando se manifiesta poderoso.
Los sistema políticos sordos, insensibles a las reivindicaciones y necesidades sociales, cada vez más separados de los pueblos e inmersos en la corrupción, encuentran su sustitución en fuerzas religiosas que lejos de separar lo público y lo privado, lo funden para implantar regímenes que, respetando el juego democrático, pretenden un Estado teocrático. Planteada la cuestión de este modo pareciera que la primavera árabe ha sido derrotada. En su reflexión sobre el porvenir Sami Naïr señala que Europa, y también Estados Unidos, deben colaborar en procesos de democratización que están por venir. Un modo de hacerlo es respetándolos y evitando toda tentación de manipulación. Hacia el final del libro dice: “La onda revolucionaria árabe se va a expandir, pues se trata de algo profundo y que tiene que ver con la identidad histórica de los pueblos árabes. Pueden volver tiempos de regresión, de fracasos, pero al final, y estoy convencido de esto, triunfará la revolución democrática, pues el mundo árabe, con todas sus riquezas y su inteligencia humana, no puede quedarse al margen del mundo moderno”. ¿Optimismo o diagnóstico certero?
Iosu Perales