(Galde 22, otoño/2018/udazkena). Begoña Benedicto.
No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que nos puede hacer pensar en si somos felices, y en qué consiste el buen vivir. En este articulo me gustaría plasmar las ideas de unos cuantos filósofos y filósofas de la antigüedad, algunos conocidos y otros marginados, con el objetivo de que nos sirvan para reflexionar y abrirnos a nuevas perspectivas. Me gustaría empezar con Epicuro (342 a.C.), que invitó a vivir en el jardín de su casa de Atenas a todos aquellos amigos y amigas que buscaran el buen vivir. Es el filósofo más conocido llamado hedonista, porque buscaba el placer de vivir. Pero, ¿dónde encontrar este placer?
Hoy en día damos mucha importancia al dinero y al consumir lo que nos apetezca. Sin embargo Epicuro no se sentía atraído por bienes materiales. Así que preferiría quedarse en su jardín charlando con sus colegas que ir al centro comercial. Para él los verdaderos placeres son en primer lugar la amistad (de hecho decía que cuando fuéramos a comer, pensáramos en compañía de quién lo haríamos más que lo que íbamos a comer). En segundo lugar la libertad, ser autosuficientes económicamente, no depender de un jefe, ni de las opiniones de los demás. Y como tercer placer, tener tiempo para reflexionar. Es decir, pensar sobre lo que nos preocupa, pensar con calma acerca de nuestras vidas. Según Epicuro aunque tengas montañas de dinero, si no tienes amistad, libertad y reflexión no serás feliz.
La escuela epicúrea admitía mujeres y esclavos para su vida filosófica. Las mujeres estaban en igualdad con los hombres, pero no nos confundamos, porque Epicuro no fue liberador de la condición de las mujeres. Las admitió en la escuela pero no parece que se preocupó mucho por su formación intelectual. La escuela pitagórica también admitió mujeres. Se conocen 26 nombres e incluso ha quedado algún escrito. Pero dentro de la escuela pitagórica existió discriminación. Los hombres se reservaron las tareas del gobierno y ellas elaboraron un discurso privado de justificación del status quo. ¡Vaya! ¿De dónde vendrá el machismo actual?…
Otro filósofo interesante de la antigüedad es Demócrito (427 a.C.). Este no cree en otra cosa que los átomos y el vacío, así que despide a los dioses, y como consecuencia nos queda más lugar a los humanos para gozar, que es a lo que él invitaba. Curiosamente veía en comer carne cruda, expulsar ventosidades en público o masturbarse en el ágora, actos mediante los cuales afirmar una teoría de la naturaleza y una tesis sobre el pudor y las conveniencias sociales. Este filósofo del canibalismo, el pedorreo y el onanismo también afirmaba que no existía ningún alma separada del cuerpo, nada de mundos celestiales ni inmortalidad. Así que para un buen vivir, una vez liberados de todos esos temores solo nos queda la alegría, la risa, que es liberadora, celebrar el cuerpo y la pasión por este mundo. Cuidado con las personas incapaces de reír….
Un contemporáneo de Demócrito de Abdera, Hiparco, nos dice que es importante generar esa alegría en momentos negativos. ¿Cómo? Buscando los lados positivos. ¿Que hemos perdido la fortuna? Tendremos menos preocupaciones ¿Que nos quitan los amigos? Quizá podían haber sido futuros enemigos… Dice Hiparco, con razón, que las miserias y catástrofes nos pasarán a todos, pero que podemos gozar de la calma anterior a la tempestad. Por eso aconseja no perderse en el pasado ni en el futuro, transformar lo negativo en aspectos positivos y no tomarse por el centro del mundo.
Ahora os quiero hablar de Aristipo de Cirene, filósofo del placer, marginado como borracho y juerguista en la época, que desafiaba a los serios filósofos apareciendo en el ágora con falda y bien perfumado. Valoraba por igual la biblioteca y la bodega. Lo fundamental es para él gozar del instante, pedir al presente lo que puede dar, ese instante, el kairós, este momento único. En este momento podemos sentir placer, goce. Sin embargo la felicidad es la suma de los placeres pasados y futuros, dice, por eso el recuerdo de un placer o el deseo de uno que vendrá son modalidades de la alegría. Aristipo tuvo una hija filósofa, Arete la cirenaica, de madre desconocida. Escribió unos cuarenta libros sobre diversas ciencias, que no se conservan. Enseñó filosofía material y moral en las academias de Atenas. Aristipo instruyó a su hija acostumbrándola a despreciar lo superfluo.
Como esto se está calentando vamos a amenizarlo con unos ladridos, trayendo a Diógenes “el perro”. Filósofo cínico que parece que vivía en un tonel, sin apenas bienes y que andaba por las calles a plena luz del día con una linterna buscando a un ser humano, sin encontrarlo. Según él hay que rechazar las conveniencias sociales para alcanzar la sabiduría, para no ser esclavos de las imposiciones de la sociedad. Parece que para él, la felicidad es una cuestión de soledad. Al loro, porque dice que los malos placeres siempre proceden del “tener que “: casarse, procrear, ganar dinero, esperar la fama, el reconocimiento, el poder. Y que los buenos placeres se relacionan con el “ser”. Gozaba de masturbarse en público, y cuando los demás le rechazaban por ello, les decía que masturbarse era sencillo y placentero, y que si el mundo estuviera bien hecho, solo con frotarnos el estómago deberíamos saciar el hambre. De esta forma ponía en evidencia a aquellos que se escandalizaban por esa conducta pero no por saber que miles de humanos morían de hambre. Hay que citar a Hiparquía, que lo dejo todo para vivir como una “perra”. Rechazó la cultura oficial ateniense que excluía a la mujer. Se salió de los roles sociales y dedicó tiempo a ocupar los espacios públicos.
Sobre cómo tener una vida plena, nos habla también Epicteto, que nació esclavo el 55 d.C., en el Imperio Romano. Su amo apreció su talento y lo llevó a Roma para que estudiara, convirtiéndose en un maestro estoico y siendo liberado. Para Epicteto debemos saber qué cosas están bajo nuestro control y cuáles no. ¿Bajo nuestro control? Nuestras opiniones, aspiraciones y deseos. ¿Fuera de control? El cuerpo que nos ha tocado, nacer o no en la riqueza, la forma en que nos ven los demás, y sus opiniones. Según Epicteto, mejor nos ocupamos de nuestros pensamientos y preocupaciones, ya que no nos desalientan las cosas que nos pasan, sino lo que pensamos acerca de ellas, su interpretación. Nos aconseja no depender de la admiración de los demás, ya que a nadie le importa lo que los demás piensen de ti. También nos aconseja autodominarnos, y controlar nuestra ira. ¡Ah! ¡Y cuidado con las compañías! Nos avisa de que busquemos personas que nos eleven, cuya presencia nos saque algo bueno, amigos, colegas, vecinos… (habrá que evitar las reuniones de comunidad).
No se conocen mujeres estoicas. De hecho, es muy difícil encontrar el pensamiento de mujeres filósofas en la antigüedad. En importantes manuales de consulta, ni siquiera recogen a las más conocidas. Esto nos debe hacer pensar seriamente sobre las raíces machistas sin duda de nuestra cultura occidental. Algunas, como Aglaonice (siglo V a.C.), fueron astrónomas y dominaron el arte de predecir los eclipses, por lo que se las tachó de brujas. Hoy en día con nuestras escobas entre las piernas seguimos evitando obstáculos, y supongo yo que no se puede hablar del buen vivir sin feminismo, así que, a ver si avanzamos.
Para terminar quisiera poner una nota de color con el conocido “in vino veritas” (la verdad está en el vino), porque en el mundo helénico el vino y la civilización iban unidos. En las reuniones filosóficas se bebía vino, e incluso se puede decir que este hecho ayudó al nacimiento de la filosofía moral, planteando el tema de la moderación. O sea, nada que ver con el botellón. Sin duda el vino les producía mucho placer, pero se preocupaban por la posibilidad de “perder la cabeza”, dejando así de controlar sus razonamientos. Así que pensaron que beber era bueno, pero beber en exceso era malo. Pero, ¿cuál podía ser la medida justa? El propio Platón se atrevió en Las leyes a proponer la siguiente medida:
Antes de los 18 años debemos de abstenernos de beber, debido al temperamento propio de la edad. A partir de los 18 y hasta los 40 se debe beber con moderación, sin emborracharse para no perder la cabeza. A partir de los 40, el vino se convierte en fármaco, porque nos rejuvenece.
¡Salud a todos y a todas! Y suerte en la búsqueda del buen vivir.