(Galde 22, otoño/2018/udazkena). Irene Moreno Bibiloni.-
Los caminos para la obtención del grado académico de Doctor son muy distintos según las condiciones de trabajo por las que transita el doctorando, aunque en todos los casos es un proceso largo, en gran medida solitario y que requiere de esfuerzo constante y autoexigente. Para todos los que lo hemos recorrido supone una etapa de la vida que conservaremos en la memoria, con sus más y sus menos. Sin embargo, cabe señalar que no trabajan en las mismas condiciones aquellos que reciben un contrato de formación para la realización de la tesis que aquellos que se adentran en este mundo por cuenta propia y sin soporte económico. En este último caso, el camino puede ser casi intransitable, una hazaña a contracorriente. Tampoco todos los contratos o becas que se otorgan para realizar el doctorado son iguales (sí, de nuevo el territorio en que vives tiene mucho que decir), ni sus condiciones ni los sueldos. En todo caso el embudo que supone el sistema de ciencia en este país hará que la mayoría desistan por el camino o se vayan fuera en eso que la exministra Báñez denominó «movilidad exterior de los jóvenes».
Sea en las condiciones que sea, según publicó la Universidad de Gante en Research Policy (2017), el doctorado perjudica la salud mental y un 32% de los doctorandos está en riesgo de padecer algún tipo de trastorno. En mi caso, conté con un contrato de formación de personal investigador (FPI) de cuatro años para realizar la tesis, lo que me dió una estabilidad económica casi inaudita entre jóvenes veinteañeros. No solo la tesis iba a ser un logro, sino que en los tiempos que corren iba a ser mileurista (en los últimos dos años de contrato) ¡y cotizar cuatro años seguidos antes de cumplir los treinta! El contrato FPI me permitió centrarme exclusivamente en investigar, por lo que los becarios de la UPV/EHU pueden considerarse afortunados en relación con otras universidades. Por ejemplo, mis compañeros madrileños cobran en ocasiones unos 300 euros y se ven obligados a realizar tareas ajenas a su labor, como atender la copistería.
La vida diaria del doctorando transcurre entre lecturas, dudas, reflexiones, congresos y burocracia. A veces parece que hacemos un máster de «papeleo administrativo». Lo bueno de contar con una beca, más allá del sueldo, es que puedes usar instalaciones universitarias como la sala de becarios de investigación, al menos en la Facultad de Letras de la UPV/EHU. No es lo común. En la sala aprendemos unos de otros sobre nimiedades que te atascan el día a día: cómo organizar la bibliografía y meter las citas en el programa informático, cómo seguir las solicitudes de la beca año tras año, cómo editar en word y pelearse con la numeración de las paginas o cómo solicitar el subsidio por desempleo llegado el caso. Todos dejamos nuestro pequeño legado a los siguientes compañeros.
En la vida cotidiana del becario predoctoral te puedes despertar un día y descubrir que el Gobierno ha cambiado tu contrato, sin aviso y de forma retroactiva, para que ya no sea de obra y servicio (código 401) y pase a ser de prácticas (código 420). Con nocturnidad pretenden precarizar, aún más, la investigación. Entre otras cosas nos dejaron sin tarjeta sanitaria europea. Lo hicieron para ahorrarse las indemnizaciones a que tiene derecho un trabajador contratado «por obra y servicio». Se trata de indemnizaciones por fin de contrato poco conocidas entre los compañeros y que algunos más avispados habían comenzado a pedir. Un «servicio», por otra parte, sin el que una buena base de los grupos de investigación y los departamentos universitarios quedarían cojos en su funcionamiento y producción científica.
La alegría de ser beneficiario de un contrato predoctoral te da fuerzas los dos primeros años hasta que una sensación agridulce comienza a recorrer tu cuerpo. ¿En qué estoy invirtiendo estos años de mi vida? Eres consciente de que un doctorado no te asegura nada y de que la falta de inversión en ciencia, más aún en humanidades, te aboca a un abismo poco prometedor. Llegado ese momento, los siguientes dos años transcurren entre altibajos: con tu tesis, con tus ideas, con tus directores, contigo mismo. La alegría vuelve, en cierta medida, cuando empiezas a ver el final. En mis últimos cuatro meses de doctorado mi mente solo quería terminar. Terminar bien, pero terminar. Seguro que existe una explicación psicológica que explica esas ansias de ir a la nada, sin rumbo, pero con un título de doctor debajo del brazo por el que estás mentalmente agotada.
La investigación de los profesores Juan José Castillo y Paloma Moré de la UCM, La Universidad sin futuro: Precariedad e incertidumbre del trabajo universitario, da cuenta de cuál puede ser el siguiente paso si decides optar por la carrera académica e investigadora: el profesorado precario. Entrar en la treintena sin un proyecto de futuro y cobrando 400 euros al mes por dar algunas clases como asociado. Eso si antes has conseguido una de las escasas becas postdoctorales.