UE: en guerra contra un enemigo inventado
(Galde 12, otoño 2015). Claire Rodier. Traducción: Antton Elosegi.
Este año 2015, un aumento significativo en el número de entradas calificadas de «irregulares» de personas extranjeras en el territorio de la Unión Europea (UE) y varios trágicos naufragios de refugiados el Mediterráneo han llevado a hablar de una «crisis migratoria» sin precedentes. Desde mayo, hemos perdido la cuenta del número de cumbres dedicadas al tema realizadas por los órganos de la UE. Este frenesí de actividades sugiere que Europa se halla repentinamente confrontada a un fenómeno impredecible. De eso, nada: basta con correlacionar algunos simples datos para convencerse. Tomemos el caso de las y los refugiados sirios: en marzo de 2011, estalló una guerra civil en Siria, provocando un éxodo de gran magnitud. En octubre de 2012, ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para las y los Refugiados), constatando que la mayoría (344.000 en aquel momento) habían sido acogidos en los países vecinos (Irak, Jordania, Líbano y Turquía) instaba a los países de la UE a «garantizar el acceso a [su] territorio y a los procedimientos de asilo» y a «proporcionarse un apoyo mutuo entre los Estados miembros.» En vano. Un millón de personas habían abandonado el país en 2013, tres millones en 2014, cuatro en 2015, y sólo unas pocas decenas de miles habían podido llegar a Europa. Pues la gran mayoría de los Estados miembros de la UE niegan a las y los sirios que lo solicitan la expedición de visados, impidiéndoles cualquier medio legal de acceso a sus tierras. Al mismo tiempo, hacen oídos sordos a los llamamientos urgentes de las Naciones Unidas instando a financiar la ayuda internacional en apoyo de los llamados países de primer asilo. Durante los cuatro años de una crisis que se desarrolla a sus puertas, los gobiernos europeos han mantenido la misma línea: el cierre de sus fronteras a las y los refugiados en nombre de la lucha contra la inmigración «ilegal», negándose a tomar en consideración la creciente carga que supone la acogida en países como el Líbano (donde las personas procedentes de Siria representan una cuarta parte de la población) o Turquía (que cuenta más de dos millones de refugiadas/os sirios en su territorio), y han dejado instalarse una situación explosiva, cuya consecuencia lógica es la «crisis» que tanto deploran.
Se puede desarrollar un argumento similar sobre los naufragios de las y los migrantes que cubren de luto regularmente el Mediterráneo, provocando ritualmente las lágrimas de cocodrilo de las y los gobernantes que son en gran medida sus responsables. Desde que se creó en 2004 Frontex (Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores) para proteger las fronteras exteriores de la UE contra la inmigración ilegal, la mortalidad migratoria ha venido aumentado constantemente. Se estima en unos 30.000 el número de muertes en la migración desde el año 2000 1, con una marcada aceleración en el período reciente, a pesar de la cada vez mayor vigilancia de las fronteras y el aumento correspondiente de los recursos técnicos y económicos invertidos por los estados y la UE para este fin. Esta política de bloqueo, tan costosa en términos humanos y financieros, ni siquiera tiene la virtud de reducir el número de ingresos en Europa, por el contrario: según Frontex, las entradas de personas migrantes son, a pesar de las muertes, cada vez más numerosas. Pero esa política obliga a las y los inmigrantes a probar rutas que alargan la duración y el coste del viaje, y aumentar los riesgos.
Más llamativo incluso que la gestión caótica de una «crisis migratoria» que la UE no supo prever, es el naufragio de la política de asilo e inmigración que no acierta a desarrollar desde principios de la década de 2000. Esa política, supuestamente basada en tres pilares — la integración de las personas extranjeras definitivamente instaladas en Europa, la acogida de las y los refugiados en conformidad con el derecho internacional y la protección de las fronteras contra la inmigración ilegal; esta política ha dado prioridad a este último pilar, dedicándole esencialmente medios operativos y financieros. En lugar de la integración, lo que se busca es la atracción de la inmigración altamente cualificada, mientras se restringe la reagrupación familiar. En cuanto al sistema europeo común de asilo, laboriosamente desarrollado a través de una serie de normas que supuestamente ofrecen el mismo nivel de protección sea cual sea el país de acogida de las personas refugiadas, lo que refleja principalmente es una doble cara del egoísmo: la cara externa, ya que pone a las y los exilados a distancia, trasladando a terceros países la carga de quienes Europa no quiere (la gestión de la crisis siria es su demostración); a nivel interno, ya que coloca a los Estados miembros situados en las fronteras exteriores (Mediterráneo y frontera del este) en la posición de tener que asumir la responsabilidad de todas las personas que logran cruzar a sus territorios. El Reglamento Dublín, que permite devolver al país de primera llegada a las y los solicitantes de asilo de la UE donde quiera que se encuentren en Europa, es el instrumento de ese egoísmo interno, y el símbolo del fracaso de una política que es «común» sólo sobre el papel. Es injusto para los países concernidos (especialmente Italia, Grecia, Malta, Hungría) y conduce a consecuencias dramáticas para las y los inmigrantes y refugiados (insuficiencia en la atención, encierros y malos tratos, aumento de la xenofobia).
La política de asilo e inmigración de la UE, diseñada para disuadir en lugar de acoger ha resultado incapaz de resistir la prueba de la realidad migratoria de principios del siglo XXI. Sin embargo, desde el verano de 2015 se han venido anunciando una serie de medidas, que no apuntan a una modificación significativa de las directrices que, a lo largo de casi veinte años, condujeron a un callejón sin salida. Se trata, en primer lugar, de una oferta de acogida ridículamente baja: en septiembre, los estados miembros de la UE con grandes dolores han acordado «reubicar» 160.000 solicitantes de asilo que llegaron a Italia y Grecia en dos años, cuando ahora llegan varios miles cada semana. A finales de noviembre, menos de doscientas personas se han beneficiado de este acuerdo, y varios países se han escudado en los terribles ataques de París para poner en cuestión las cifras de recepción a las que se habían comprometido. Para seleccionar las personas elegibles para la reubicación y las otras, se han establecido unos de «hotspots” (puntos calientes) en las costas griegas e italianas: en realidad son una nueva forma de centros de confinamiento destinados a fichar y expulsar a las personas migrantes, arbitrariamente distinguidas de las «refugiadas». Por otro lado, el plan europeo se basa en la externalización a países no europeos de la tarea de mantener a las y los exiliados lejos de las fronteras de la UE: la cumbre de La Valeta del 12 de noviembre, que involucró a los 28 estados miembros de la UE y cuarenta estados vecinos, especialmente los del Cuerno de África, concluyó con un llamamiento urgente de la UE a los otros miembros para que colaboraran en la vigilancia de sus fronteras, a cambio de la ayuda financiera concedida en concepto de ayuda al desarrollo y «fortalecimiento de sus capacidades». En la misma línea, un acuerdo firmado el 29 de noviembre prevé una ayuda europea de 3.000 millones de euros a Turquía para que se ocupe de los 2,2 millones de refugiadas/os sirios que alberga: el objetivo es evitar que salgan hacia Europa. A cambio, la UE tiene previsto facilitar la expedición de visados de la UE para las y los turcos, siempre que vigilen mejor sus fronteras, luchar más eficazmente contra los contrabandistas, y acepten “retomar» en su territorio a las y los migrantes «económicos» que hayan entrado en Europa ilegalmente. Finalmente, la UE se enfrascó en el mes de junio de 2015 en una operación militar en las costas de Libia, que pretende «desmantelar las redes de pasadores contrabandistas» – cuando se sabe que el cierre de las fronteras es la principal causa de su desarrollo … ¿Cuántas «tragedias de la migración» serán necesarias para que Europa renuncie a estar «en guerra contra un enemigo que se inventa» 2?
Diciembre 2015.
Claire Rodier forma parte de red Migreurop y autora de El negocio de la xenofobia (Clave Intelectual, 2013).
Fuente: The Migrant Files.
Notes:
- Fuente: The Migrant Files ↩
- Frontexit, http://www.frontexit.org/en/ ↩