Galde 34, udazkena/2021/otoño. Jason & Argonautas.-
I.- Ha transcurrido el lapso entre dos Galdes, y ya tenemos otro ministro de Cultura. Quizás no se acuerden del anterior. Es normal; los ministros -y las ministras- pasan y pocos dejan huella. El nuevo titular del Ministerio de Asuntos Pendientes se llama Miquel Iceta. Ya saben, experimentado, simpático, de verbo fácil… El discurso suena bien: cultura plurilingüe, federalismo cultural, y culminar la agenda pendiente. En síntesis, abordar la Ley de Mecenazgo, que lleva esperando su actualización lo que va de siglo, desarrollar el Estatuto del Artista, aprobado pero no implantado, reformar la Ley de Cine, acoplar los Derechos de Autor a la norma europea, Ley de Patrimonio Histórico y, como novedad, crear el Hub Audiovisual, ese al que irá destinada una buena partida del dinero europeo del Plan de Recuperación, como ya comentamos en otro Periscopio. Son adecuaciones necesarias y urgentes a la era digital y medidas de apoyo para paliar el precario modo de vida de artistas y otros creadores. Sin embargo, que el mecenazgo y el Estatuto del Artista se hayan puesto en manos de sendas comisiones, una parlamentaria y la otra interministerial, no augura un alumbramiento rápido.
En fin, ministro, ¡suerte y al toro! Es un decir, que del declive de la fiesta no se libra ni el Bombero Torero.
II.- A trancas y barrancas, entre los programas municipales y el menguado turismo estival, la actividad cultural va tomando algún aliento tras el gran parón. Muy tímidamente han vuelto algunos festivales y conciertos, aunque los programadores se muestran prudentes y confían más en el próximo año. El Broadway madrileño prepara la vuelta de los grandes musicales, mientras que las salas de cine, ese enfermo incurable, han visto reducido, inexplicablemente, su aforo al 35% y con ello, presienten el abismo.
Los museos, en cambio, presumen de haber doblado sus cifras de visitantes, lo que no es de extrañar habida cuenta de que el año pasado perdieron el 70% de su público. Se percibe en ellos, con todo, un ambiente de euforia, un aprestarse a inaugurar una nueva edad de oro. El confinamiento les ha descubierto el poder de las herramientas digitales y apuestan con entusiasmo por innovadores modelos híbridos que combinen las visitas físicas y virtuales. Se proyectan nuevos espacios expositivos y nuevas franquicias. Alicante negocia otro Museo Thyssen; el Puerto de Barcelona, desafiando las objeciones municipales, aprueba una sucursal del Hermitage; los gestores de Chillida Leku acaban de abrir en Menorca un exclusivo santuario artístico en un islote al que solo se accede en barco (o en yate). Una experiencia de Arte en diálogo con la naturaleza recóndita. De momento, ya se ha disparado el precio de las viviendas en su entorno.
Los museos bilbaínos no se quedan a la zaga. El Bellas Artes proyecta ampliarse con una espectacular txapela diseñada por Norman Foster. Incluso el modesto Euskal Museoa inicia obras para transformarse en un centro de vanguardia dedicado a la historia vasca. No obstante, la campanada más sonora en lo que a Arte y Naturaleza se refiere, la pretende dar el Guggenheim: dos nuevos edificios –un astillero y una fábrica en desuso- en plena Reserva de la Biosfera de Urdaibai. Un museo en medio de ninguna parte pero, faltaría más, absolutamente sostenible, al que los visitantes irán -se dice- paseando o en bicicleta. 120 millones a financiar con los fondos europeos Next Generation, aunque el Diputado General de Bizkaia, viniéndose arriba, dice que puesto que “el museo debe ser uno de los ejes sobre los que pivote la atracción de visitantes y la generación de economía”, se hará “sí o sí”. Sin tomarle en cuenta ese sindiós lingüístico, que debería estar penado con voto de silencio perpetuo, suponemos que el Diputado no ha leído a David Chipperfield, prestigioso urbanista y arquitecto de magníficos museos en el mundo, que afirma que “es peligroso que los museos se conviertan en aliados de ciudades que quieren atraer más turismo… La arquitectura y las exposiciones están muy bien, pero un museo es comunidad, infraestructura social”. Una sugerencia, Sr. Diputado General: reserven algún dinero para finalizar las obras de saneamiento de la zona, no sea que el hedor ahuyente a los visitantes.
El arte no se conforma con nuevos espacios sino que revoluciona sus contenidos, sin obviar lo paradójico e incomprensible. Recientemente un artista ha vendido por 15.000 € su “obra” Yo soy, una escultura inmaterial, invisible, vaya, que no existe. Su autor dice que es un concentrado de pensamientos, y lo explica aplicando la mecánica cuántica. Supera con ello en osadía a la venta de NFTs, esos archivos digitales que, usando la tecnología blockchain de las criptomonedas, certifican que alguien, previo pago de 69 millones de dólares, es propietario, por ejemplo, del primer tuit de la historia. No se rían, que el criptoarte ya está entrando en los museos.
En el diálogo final de la película Quemar después de leer, dos agentes de la CIA inmersos en una trama de asesinatos, traiciones y falsedades pretenden entender y dar sentido a lo ocurrido. El jefe le pregunta al subalterno: «Y de todo esto… ¿qué hemos aprendido?» «No lo sé…», responde el otro. «Yo tampoco», dice el primero. «En fin, supongo que no volveremos a hacerlo. Bueno… ¡no sé qué hemos hecho!»
Al tiempo que redactamos este Periskopio y vemos las caóticas imágenes del aeropuerto de Kabul, leemos que el Consejo Internacional de Museos (ICOM) se ofrece a… ¡evacuar el patrimonio de los museos de Afganistán!