Galde 37, uda 2022 verano . Jasón & Argonautas.-
Todas las guerras tienen una vertiente cultural y ética que pretende legitimar las posturas propias y convertir en ignominiosas las ajenas. Las imágenes brutales que llegan desde Ucrania crean un estado general de ánimo que oscila del pesimismo a la indignación pasando por la desazón. En esta parte occidental del mundo, la nuestra, la guerra ha exacerbado una cultura de la cancelación que ya existía y que ahora se extiende como una gran marea negra de mala leche concentrada. La causa será noble pero el resultado final es un ejército de ciudadanos convertidos en justicieros con su trabuco dialéctico dispuesto a abrir fuego desde su trinchera particular.
I.- No disparen a Dostoievski. Una agresividad desconocida hasta ahora en las instituciones culturales occidentales está convirtiendo lo ruso en reprobable sin demasiados matices. Figuras de la ópera, afamados directores de orquesta, ballets de teatros tan prestigiosos como el Bolshoi o el Mariinsky, entre otros muchos, han visto sus contratos cancelados. La lista resultaría interminable. Desde el festival de Eurovisión a la exclusión del cine ruso en Cannes o la negativa de las distribuidoras americanas a estrenar sus películas en Rusia. En paralelo, el gobierno y la Duma rusa advierten que las demostraciones contrarias a la guerra son consideradas “traiciones al pueblo”. No solo se amenaza a la oposición interna, sino a la prensa extranjera, Internet y las grandes plataformas tecnológicas occidentales. La difusión de información “falsa” sobre la intervención en Ucrania se pena con hasta 15 años de prisión. La “ley de Internet soberano” rusa permite cortar las conexiones con el exterior si se considera que hay una emergencia. El filtrado progresivo de la información lleva camino de acabar aislando el territorio ruso del Internet global, como ya ocurre en China.
Con independencia de cuándo y cómo finalice la invasión de Ucrania, lo que ya no admite muchas dudas es que Rusia habrá perdido la guerra cultural, es decir, el aprecio mayoritario de la opinión pública. Sin embargo, a pesar de su eficacia, la cancelación cultural no deja de ser un mecanismo sumamente delicado. ¿Dónde llevaría la exclusión de todos los creadores procedentes de estados que violan groseramente los derechos humanos? Sin ingenuidades, sabiendo que en una autocracia oligárquica la cultura carece de libertad y es un arma más del poder político y económico que la dirige y controla, la exclusión sin matices, sin distinguir lo que es estatal de lo que no lo es, de una cultura como la rusa, que ha aportado infinidad de grandes obras al acervo artístico universal, puede lograr un efecto contrario al que se persigue, además de empobrecernos y crear precedentes de censura incontrolables en el futuro. En resumen, el autor de Crimen y Castigo no es responsable de que gobierne un sujeto con aires de pequeño zar que cree que los problemas políticos se resuelven a cañonazos como en los tiempos de Catalina la Grande.
II.- Indignación cinematográfica. Al ministro Iceta le ocurre lo que al gobierno del que forma parte. Hace cosas que están bien, pero en el último momento se lía y acaba provocando el cabreo general. A aplaudir, que unos 500.000 jóvenes se puedan beneficiar al cumplir los 18 años del bono cultural de 400 €, incentivando con ello sus hábitos de consumo cultural gracias a la generosidad ministerial. También, que el ministro anuncie, por fin, el desarrollo del Estatuto del Artista. Un cambio legislativo imprescindible para abordar la precariedad laboral en el sector creativo, tan singular, tan incierto. Habrá un nuevo contrato laboral artístico, protección a técnicos y auxiliares de espectáculos públicos, compatibilidad de la pensión de jubilación con el cobro de derechos de propiedad intelectual… En fin, años de borradores de anteproyectos convertidos en ley.
Todo iba bien hasta que llegó la Ley Audiovisual que debe acoplar el sector a la normativa europea. Hablar de audiovisual es hablar de cine y sobre todo, de plataformas de streaming, que es donde está el dinero. Estas últimas facturan miles de millones mientras se disponen a una nueva transformación de la mano de la realidad virtual. Las salas de cine, hermano pobre, sobrellevan su anémica existencia. Un reciente estudio europeo indica que aún no han recuperado el 58 % de la recaudación de 2019. Como dice Ángel Sala, Director del Festival de Sitges: “Hoy las películas duran un fin de semana”. Solo unas pocas recaudan millones. Las alfombras rojas y el glamour de los festivales ocultan que solo un tercio de los directores de cine españoles –es profesión mayoritariamente de hombres- trabaja regularmente y casi un 30% de los existentes percibe menos de 20.000 € al año, estando la media en 42.000 € brutos. Se comprende que no sea fácil conciliar los dispares intereses que van del Metaverso a la producción independiente.
Pues bien, tras muchos debates de porcentajes, cuotas y difíciles consensos sobre la preeminencia de las obras europeas y las aportaciones económicas a la producción y doblaje en lenguas cooficiales, en un último quiebro, una enmienda final divide al gobierno e incendia a la industria del cine. Simplificando, tras el quiebro, los productores independientes y los grandes grupos mediáticos entran en el mismo paquete de ayudas públicas. Algo así como mezclar lobos y ovejas en el mismo rebaño para que se repartan el pienso. Los indies, cuyas producciones (Alcarrás, 5 lobitos…) están aportando las pocas alegrías y reconocimientos al maltrecho cine español, lo consideran una traición, el preámbulo de su ruina y una entrega vergonzosa a los más poderosos.
III.- Soñamos en la superficie rayada de un cristal. Es el título de una instalación del artista cubano Carlos Garaicoa situada estos días en una calle de Bilbao y consistente en unos soportes metálicos con retrovisores de automóvil en los que poder contemplarse y leer sus mensajes impresos. En otro punto de la ciudad, la artista June Crespo ha puesto, a modo de bancos, unas esculturas de hormigón pintadas de azul, sin duda un color relajante que invita al descanso. Junto al estanque del parque, donde habrá también sesiones de yoga y meditación, el colombiano Yazmani Arboleda ha emplazado su Hospital para el espíritu junto a un hermoso magnolio. Todo ello forma parte de The wellbeing Summit, una cumbre que reúne a unas mil personas entre artistas, científicos y representantes de organizaciones civiles y religiosas del mundo. La idea es que “el bienestar interior se transmite hacia el exterior favoreciendo la innovación social y la creación”.
Posiblemente sea la respuesta institucional a un reciente estudio impulsado por Bilbao Metrópoli 30 que ha revelado que las emociones más presentes entre la población bilbaína son la incertidumbre, el agotamiento y el estrés, y concluye que hay más tristeza que alegría. ¿Soluciones? Además de más ayudas económicas, se demanda más actividad cultural.
La cumbre del bienestar se celebrará en Bilbao cada dos años. Es una pena. Debería haber una cada mes por lo menos. Queda el consuelo, mientras tanto, de relajarse viendo alguno de esos vídeos ASMR (Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma) que arrasan en Tik Tok o YouTube. Son los que muestran, por ejemplo, cómo se echan garbanzos en un bote de cristal, se araña un plástico o se pasan las hojas de un libro mientras se oyen susurros o el suave mecer de las olas del mar.