Galde 38, udazkena 2022 otoño. Jasón & Argonautas.-
I.- Fue Pascal quien dijo que “todas las desdichas del ser humano se deben a su incapacidad para permanecer en reposo en una habitación”. El aturdimiento de la diversión, según él, nos evita pensar en nosotros mismos. La explosión festiva de este verano demuestra que ya poco interesan las reflexiones del estoico pensador francés.
Tras más de dos años de paro forzado -1.051.200 minutos contó la actriz Itziar Lazkano en su pregón bilbaíno-, las fiestas han llegado puntuales a su cita. Las grandes y multitudinarias (Sanfermines, La Blanca, Semana Grande, Aste Nagusia…), y también las más pequeñas celebrando todo el santoral en barrios y pueblos de Euskal Herria. Cada chupín, una explosión festiva, y las multitudes, lanzadas como por un resorte que ha estado mucho tiempo comprimido y una vez liberado se dispara incontrolable. Tras el máster en paciencia, que también decía la pregonera bilbaína, han estallado las emociones, los abrazos, el deseo irrefrenable de liberarse de las angustias acumuladas y recuperar para la alegría el tiempo perdido.
Volvemos a estar donde estábamos, incluso más lejos. El consumo del ocio, como se dice del espectáculo, debe continuar. Está claro que la normalidad que se ansiaba era esto: saltar, bailar, sudar, salir, viajar y para los más jóvenes, sentir la emoción del roce en lugares atestados de gentes, vislumbrar la posibilidad de encuentros y experiencias inolvidables. En definitiva, el río de la vida discurriendo por su cauce nuevamente.
Un balance provisional indicaría que la catarsis veraniega se ha producido de manera satisfactoria, aunque la gaupasa festiva también nubla la razón y produce sus propios monstruos. Son los que señalan quién puede bailar en su txosna y quién no, o los que salen cada noche en busca de mujeres que pinchar, como Drácula sale a beber su sangre en las películas de terror. Hay una diferencia: la ficción tiene hasta su morbo erótico y ofrece la vida eterna como recompensa de la agresión. La cruda realidad, en cambio, solo muestra prepotencia machista y un dañino y estúpido afán de notoriedad.
II.- Aunque no lo parezca, el calendario festivo popular tiene huecos. Son las fechas delos grandes conciertos. Un sinvivir. Un día el gran Fito llena San Mamés, otro, Rosalía -esa artista tiktokera que tan bien sabe encumbrarse en las redes-, canta despechá, y ya hay canción del verano. Llega Coldplay y lo nunca visto: 200.000 fans llenan el Estadio Olímpico de Barcelona tres días consecutivos. Pero sobre todo, en verano reinan los festivales. En España, entre grandes y pequeños, rondan los mil, con unos siete millones de espectadores. Este año habrán sido más.
Los números abruman: Primavera Sound, en Barcelona, 500.000 espectadores de 140 países; Mad Cool, en Madrid, 310.000; Bilbao BBK Live, 115.000… Parece que la consigna fuera: “nadie sin su pulsera de festival en la muñeca”. La competencia entre festivales que se solapan es feroz. Mientras los grandes crecen, algunos pequeños mueren ahogados, otros perecen antes de nacer. Es la implacable ley del capitalismo musical.
Se habla de una burbuja festivalera que estallará en algún momento. Existe una ruta de festivales y un público tan fiel que finalizada una edición se abona a la siguiente sin conocer el programa. Hay una conexión emocional que une a estos militantes adictos al disfrute colectivo, aunque sus críticos lo juzguen un modelo de consumo banal, una forma de paracaidismo cultural orientado al turismo extranjero donde lo musical es secundario. Sin embargo, el modelo se está volviendo hegemónico y las instituciones y las marcas comerciales lo saben. De hecho, los grandes festivales están ya en manos de fondos de inversión. Es lejana la época en que respondían al afán cultural de promotores vocacionales.
El apoyo financiero institucional se justifica con el argumento de poner la ciudad en el mapa, atraer visitantes y apoyar el comercio local. El Gobierno de Andalucía ha sido quien más ruido ha provocado este año al invertir 4,3 millones de euros (Un 80% procedentes de fondos europeos FEDER) en promover el Andalucía Big Festival en una playa malagueña. Mucha ingeniería cultural y contable será necesaria para justificarlo en Bruselas como inversión en desarrollo sostenible.
Diluirse en la multitud, fundir los cuerpos al ritmo del estruendo de la música tiene algo de sanador. Sin embargo, algunas preguntas quedan al aire sin respuesta: ¿Debe el dinero público pagar grandes eventos comerciales? ¿En qué medida se hace en detrimento de lo que en sentido estricto se llamaría cultura? ¿Preocupa a alguien la huella ecológica de todo este trasvase de gentes y materiales?
III.-El propio Pascal reconocía que “nuestra naturaleza está en movimiento” y que “el reposo absoluto es la muerte”. La fiesta en todos los tiempos ha sido una descarga necesaria de energía que alivia las tensiones y el dolor de la existencia humana. La duda es si hoy no es otro más de los tiempos regulados y mercantilizados entre los que transcurre nuestra agitada vida. Tras el verano vendrá el otoño y volveremos a nuestras disciplinadas ocupaciones. Dice el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han (La sociedad del cansancio) que en el mundo occidental, las personas deciden voluntariamente explotarse a sí mismos hasta la extenuación, lo que produce individuos agotados, fracasados y depresivos. “La edad de la prisa -dice- no tiene acceso a la belleza ni a la verdad. Solo en la contemplación prolongada, incluso en una restricción ascética, las cosas revelan su belleza, su esencia fragante”.
El actor José Sacristán sintetizaba esta misma idea en una reciente entrevista (El País 15/08/2022) al decir: “La prisa es una mierda”.