I.- Tiros y lanzas. Al pobre Rompesuelas lo finiquitaron a lanzadas en un polvoriento descampado a las afueras de Tordesillas, allí donde España y Portugal se repartieron un día el nuevo mundo. Lo peor de todo es que fue una agonía sin provecho ni honor; lo ajusticiaron a traición, tras un pino y por la espalda, sin citarlo de frente como mandan los cánones de la tradición y la virilidad. No hubo disfrute en la sangre derramada y no habrá ni premio ni trofeos. Mejor suerte tuvo su colega de suplicio Guapetón, que fue abatido de un certero disparo de escopeta en plena vía pública de Coria, rodeado por el vecindario y con la aprobación de la autoridad que certificó que “el festejo se celebró con total normalidad, según recogen las ordenanzas y con todas las autorizaciones correspondientes”. Nunca sabremos si el infeliz Guapetónsupo apreciar la pericia de su verdugo, que se situó frente a él a tan solo unos pocos metros para asegurarse de que la cosa fuese rápida y el sufrimiento mínimo. Quizás no pensó en nada, porque, ¿en qué ha de pensar un toro?
Son los extremos de un espectáculo carpetovetónico; casos en los que buscar alguna justificación resulta imposible. Solo una barbarie prolongada a través de los siglos. Sí lo intentan, en cambio, por diversos medios los defensores de la lidia. Hay quienes ponen por delante los 3.500 millones de euros que el negocio movió el pasado año en España; y eso a pesar de que los festejos taurinos van de capa caída. Otros recurren a la poesía épica. “Soy torero y no un asesino”, clamaba Morante de la Puebla frente a un grupo de manifestantes antitaurinos de Ronda, y lo remataba diciendo: “los toros son la poesía de España, un bien cultural y un acto de heroísmo, porque quedan pocas creaciones artísticas donde uno exponga su vida”.
II.- Cuchillos y bombas.El poeta y dramaturgo francés AntoninArtaud, padre de lo que se ha llamado el Teatro de la Crueldad, pensaba que este arte debía provocar una catarsis traumática en los espectadores, para lo cual llegó al delirio de imaginar que las ejecuciones públicas podrían llegar a incorporarse a las puestas en escena del nuevo teatro que soñaba. Añoraba, quizás, los tiempos de la Revolución Francesa en que las sesiones de guillotina eran el entretenimiento de las tricoteuses parisinas.
No sabemos si los ejecutores de presos y rehenes del llamado Estado Islámico han leído a Artaud, pero sus siniestras coreografías dan muestras de un elevado sentido de la puesta en escena: largas hileras de buzos naranja, capuchas negras, esmerada uniformidad de los verdugos y un gran sentido del espacio escénico. “Un teatro, como los sueños, sanguinario e inhumano que manifiesta y planta inolvidablemente en nosotros la idea de un conflicto perpetuo y un espasmo donde la vida se interrumpe continuamente”, como decía Artaud, con la diferencia de que él no pasó de los desvaríos de una mente fecunda pero necesitada de cuidados y sobreestimulada por sus adicciones.
¿Tenemos derecho a derramar lágrimas por la destrucción del templo de Baal en las ruinas de Palmira? Creemos que sí, sin que estas sofoquen otras muchas que se pueden derramar por los cientos de miles de refugiados vagando por Europa o los inocentes muertos en la discoteca Bataclán o en las terrazas de París. Esas viejas piedras grecorromanas, que fueron testigo del paso de las caravanas de la Ruta de la Seda y que son, -eran-, una obra maestra de la arquitectura antigua, excitan nuestra imaginación, y junto al derecho a escuchar la música o leer lo que se quiera, ver el cine que apetezca, aunque sea malo, y apreciar el arte que interese a cada quien, forman parte de eso que llamamos cultura.
¡Qué tiempos estos de éxodos y holocaustos en los que reivindicar que las mujeres tengan derecho a tocar en la Orquesta Sinfónica de Teherán, o que se pueda oír rock en algunas regiones islamistas de África, o tomar una cerveza en una terraza de París, se convierten en actos revolucionarios!
III.- Armas contra el fatalismo.No vamos a dar en este periscopio con el antídoto que cura las perversiones de las mentes y las almas que llevan al fanatismo, los totalitarismos y a las matanzas como método para resolver las discrepancias. Esta sección de Galde, que mira la realidad a vista de pájaro y tan solo se posa en alguna rama, no puede sino aportar alguna que otra recomendación bienintencionada y culturalista que nos aleje del desánimo estéril. Al igual que algunas dolencias dicen que se curan viajando, otras se enderezan con la lectura. En un país que está expulsando las humanidades de las aulas, quizás nos sirva la reflexión del filósofo Nuccio Ordini en su manifiesto La utilidad de lo inútil: “No tenemos conciencia de que la literatura, las humanidades, la cultura y la educación constituyen el líquido amniótico ideal en el que las ideas de democracia, de libertad, de justicia, de laicidad, de igualdad, de derecho a la crítica, de tolerancia, de solidaridad y de bien común pueden encontrar un desarrollo vigoroso”.
Jasón & Argonautas