Palabras en busca de sentidos
Entre la retórica y el silencio
(Galde 12, otoño 2015). Pello Gutiérrez. Pongamos que Ud. es activista de un partido nuevo que se presenta a estas elecciones. Aturdidos por la vorágine fundacional, se da cuenta de que un día antes de comenzar la campaña no tienen aún capítulo de cultura para ennoblecer el programa. Catástrofe. Pero una rápida consulta al resto de los programas electorales le calmará pronto. Verá que no es tan difícil aplicar el sentido común. Si son Uds. más bien de derechas, deberán centrarse en la Historia secular, la tradición, el idioma y el rico y variado patrimonio histórico-cultural. Si se sitúan en el atomizado panorama de las izquierdas podrán profundizar hasta donde no llegue la luz en las relaciones entre cultura, sociedad, derechos humanos y ciudadanía. Si son decididamente liberales podrán aprovechar todo aquello que les convenga para que unas pequeñas libertades no estorben la optimización capitalista. Por fin, si son de una cualquiera de estas opciones en Euskadi, pero además les emociona la misión secesionista, pueden relajarse definitivamente: éstas son elecciones al Parlamento Español, un ámbito ajeno y caduco; no es necesario presentar capítulo de cultura.
No le faltará terminología perita para justificar estas líneas estratégicas. Encontrará un rico repertorio retórico de conceptos y propuestas que resultan evocadoras sin necesidad de explicarlas demasiado. Si lo hiciera nadie leería su programa; si lo ajusta al suficiente grado de ambigüedad funcionará como los buenos himnos: uno no sabe exactamente qué situación narran, pero invocan a imaginarios posibles y deseables. Téngase en cuenta que todo votante escruta con expectación lo cultural en los programas electorales y, desde luego, no decide su voto sin aprobarlo (icono de carita guiñando el ojo).
Bien, con el capítulo de cultura ya tiene completo su programa electoral. Ahora solo necesita silenciarlo en público y confiar en que nadie saque el tema. La cultura quema en la boca de un orador político. Lustra, pero no vende. Alejada de las principales preocupaciones de un auditorio que clama¡dales caña!, es látigo de seda. El tiempo de comunicación electoral es escaso y disputado, demasiado valioso. La cultura es palabra que desaparece de los discursos políticos en vivo sino es como voz consorte para hablar de cultura agrícola, cultura empresarial, cultura de transparencia, y así.
Funcionalismo, mucho. Son tiempos utilitaristas. Toda acción humana viene obligada a responder a una función, a una necesidad,a una utilidad incluso sea trivial. Un programa electoral es un modelo categórico de ideología aplicada a función. El apartado de cultura no escapa de esta plantilla, y dentro de lo que los Estados actuales comprenden como Cultura, se reúne un epítome de medidas que bien salen al paso de la actualidad o, por el contrario, que a fuerza de no fructificar tras sucesivos gobiernos, acaban engrosando un histórico siempre en revisión.
En la pasarela de esta temporada brilla el IVA cultural: el PP mantiene el extravagante tipo del 4% de IVA para la producción editorial; C’s no se moja; Podemos (PDMS) lo rebaja sin concretar; el PSOE al 10% y al 4% en una homologación europea y UP se compromete al 4% con carácter general.
¿Mecenazgo? PP tiene ya su Ley y ahora un Plan para que sirva para algo. UP y C’s priorizan una nueva Ley. PSOE critica, modifica, reforma y hace una nueva. Y PDMS todo lo anterior, macro y micromecenazgo, patrocinio y un huevo duro -diría Chico Marx-: un Fondo Social.
El PP ampliaría su punitiva Ley de Propiedad Intelectual aprobada en minoría con la creación de una Fiscalía especializada. C’ssolo apunta ambigüedad. UP la deroga para hacer una nueva. El PSOE la reforma con el foco en la autoría y PDMS redacta nueva con atención a la ampliación de los usos gratuitos.
Las industrias culturales -la cinematografía y el sector editorial siempre en el pensamiento-reciben expresos reconocimientos como motor cultural y numerosas propuestas, leyes y planes de desarrollo. Para el PP merecen una Ley de Economía creativa; para UP, diferentes Leyes sectoriales; PSOE propone una Estrategia de Desarrollo. C’s apenas supera la mera redacción declarativa,y quedan fuera de la preocupación expresa de PDMS.
Unanimidad en regular el ámbito laboral y fiscal de los y las profesionales de la cultura. Con diferentes acepciones (Estatuto del Creador, del Artista, del Artista y el Creador, de los trabajadores, del artista y profesionales…), todos los partidos incluyen Estatutos con mayor o menor grado de concreción destacando por su detalle los programas de UP y PDMS.
El acceso a la cultura dispersa los programas de los cinco principales. C’s no contempla tal necesidad. UP se queda en el mero acceso físico al patrimonio cultural. PP aprovecha el viaje para elevar su fiebre recentralizadoragracias a una Red Integrada de Administraciones Públicas. PSOE sitúa bien el acceso dentro del ámbito del derecho subjetivo al proponer una Ley de Acceso a la Cultura y PDMS, además de un Pacto por la Cultura, despliega una batería de Planes Operativos de Acceso y Disfrute, Inclusión Social, Igualdad, Audiencia Activa y un Plan de Ciudadanía Lectora para el fomento de la lectura, preocupación que expresan también propuestas de UP y PSOE.
Por cierto, solo PSOE y PDMS expresan que recuperarían el Ministerio de Cultura, en el que este último incluiría en su estructura una Asamblea de Profesionales y un Observatorio Ciudadano de ojo atento a la actuación administrativa.Verán si no es novedad.
No puedo acabar este repaso superficial sin una información de servicio público. De no remediarlo las urnas, el PP declarará el 2016 como Año Internacional del Español, eje fundamental de la Marca España. No les digo más, pónganse a cubierto.
Complejidad,arrinconada. En su propiedad funcionalista, obligado a llegar a un electorado habituado al consumo de información rápida, un programa electoral deberá evitar la complejidad, omitir las preguntas que problematicen los mensajes. Éstas preguntas cuestionadoras de lo que se da por obvio, críticas con la cultura contemporánea, necesarias para dotar de significación humanística y civilizadora a las políticas culturales, son las grandes ausentes de sus textos.
Es de mal estilo citar a quien cita, así que lo haré. El admirado Manuel Rivas recuerda una fábula de Foster Wallace. Dos peces jóvenes se cruzan con un adulto en sentido contrario. –Buenos días, chicos, ¿cómo está el agua? Un poco más adelante, uno de ellos se vuelve hacia el otro: -¿Qué demonios es eso del agua?
Tenemos un abigarrado panorama marino: corales de leyes por hacer, abismos de planes operativos, arenales de derechos, nubes de plancton de dinero público (aún) y bancos de las más variadas especies de agentes culturales multicolores… ¿pero dónde está el agua? ¿Cuál es la relación que el Estado debe de plantear con la cultura en la contemporaneidad? ¿Qué cabe esperarse de la función social de una cultura inserta en mercados de consumo para los que crea continuamente nuevas necesidades a satisfacer, condicionada por la globalización en un mundo intercultural hiperconectado, interrogada por la tensión identidad – nacionalidad? A lo largo de la historia universal la cultura ha recibido desde el poder misiones definidas para transformar su sociedad e individuos: ¿qué planes tenemos hoy para ella, o realmente no debe tener misión, o qué poder define a la cultura? ¿Cuál el papel de las artes, de las bellas e inútiles artes, en la sociedad acelerada de nuestros días? ¿Qué actitud debe adoptar realmente lo público ante una cultura de masas voraz, alimentada por las llamadas industrias culturales?
La lluvia de preguntas no escampa y empapa el pensamiento teórico de nuestros días. Pero apenas se trasladan a las políticas culturales. Pareciera como si vivieran en mundos paralelos. No hay mensajes. Los programas electorales se convierten así en palabras (muchas) en busca de sentidos.