Galde 32 udaberria/2021/primavera. Andrés Fernando Herrera. Instituto Hegoa (UPV/EHU).-
El Pacto Verde Europeo (PVE), lanzado en 2019 por la Comisión Europea, es una respuesta de la Unión Europea (UE) a los desafíos de la crisis ambiental global (cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación de océanos, agotamiento de recursos naturales, entre muchos otros problemas). Su propósito es impulsarla transición de la Unión hacia una sociedad y economía más equitativa, próspera y sostenible, tanto para las generaciones presentes como para las futuras.
Emulando iniciativas como el New Deal, que el presidente Roosevelt de EE.UU.propuso para la recuperación de la crisis económica de 1929, o el New Green Deal, propuesto igualmente en ese país más recientemente en 2019, el PVE se concibe como un plan estratégico de inversiones, el mayor a nivel mundial, para llevar a cabo la transición verde en la UE con objetivos a medio y largo plazo. Además, junto con otras estrategias y políticas comunitarias, apuntalará la recuperación de las economías europeas tras la crisis generada por la Covid-19. Ello implicará la puesta en marcha de diferentes recursos e instrumentos y el despliegue de alianzas entre agentes públicos y privados, con un rol de los estados como garantes de su aplicación.
El PVE define un conjunto de 8 grandes políticas, que al mismo tiempo se convierten en áreas estratégicas de actuación para la reconversión del modelo económico, dentro de las cuales se desgranan diversas iniciativas a llevar a cabo de aquí a 2030 (o considerando el horizonte de 2050), que van de la energía y el transporte a los alimentos y la industria. El PVE también suscribe la Agenda 2030 y los ODS[1].
Considerando estos elementos, el PVE parece una apuesta clara por un cambio hacia un modelo económico y de sociedad sostenibles. Sin embargo, si miramos con algo más de detalle, hay varias cuestiones que resultan críticas y hacen dudar de la consecución de los objetivos del plan[2]. Aquí nos centramos en dos de ellas.
La primera cuestión es que, a pesar de la apuesta por el desarrollo sostenible, el plan se fundamenta de una manera nítida en el crecimiento económico -enmascarado a veces como crecimiento sostenible o crecimiento verde-, lo cual resulta ciertamente problemático frente a una naturaleza degradada y con unos equilibrios y límites naturales en riesgo. En el texto del PVE se sostiene claramente que:
“Se trata de una nueva estrategia de crecimiento destinada a transformar la UE en una sociedad equitativa y próspera, con una economía moderna, eficiente en el uso de los recursos y competitiva, en la que no habrá emisiones netas de gases de efecto invernadero en 2050 y el crecimiento económico estará disociado del uso de los recursos” (negrita en el original).
El crecimiento económico queda en un segundo plano, un poco maquillado, pero en realidad es central en la estrategia del plan.
La segunda cuestión, muy relacionada con la anterior, es que hay una clara apuesta por la reconversión de la industria en el marco de la economía circular, buscando la eficiencia en el uso y reutilización de materiales y energía en los procesos de producción, fabricación y distribución de bienes y servicios, pero no hay ninguna política explícita en el plan que ponga límites a los ya de por sí altos e insostenibles patrones de consumo en la UE, que son la otra cara de la moneda del sistema económico.
Las implicaciones a la hora de abordar estas dos cuestiones concretas dependerán del marco conceptual sobre la sostenibilidad y el desarrollo sostenible que consideremos es el fundamento del PVE. Atendiendo a estas discusiones, la perspectiva que parece dar sustento a varias de las política e iniciativas del PVE, pero sobre todo por mantener la apuesta por el crecimiento económico, sería la denominada sostenibilidad débil.
En efecto, desde este enfoque, la economía y el medio ambiente se consideran como dos esferas separadas, aunque muy relacionadas, y cada una con sus propias normas o leyes de funcionamiento[3]. No obstante, jerárquicamente, la economía domina a la naturaleza y, por tanto, los problemas ambientales y de recursos naturales pueden ser resueltos a través de los mecanismos del mercado y los precios. Con una alta confianza en la innovación y la tecnología, los límites medioambientales a la esfera económica se vuelven más difusos.
En ese sentido, el impulso al crecimiento económico (crecimiento sostenible, crecimiento verde) puede ser compatible con todas las medidas propuestas en el PVE, pues se considera que no hay ningún límite ambiental para continuar con la meta del crecimiento económico. Además, algunos/as analistas[4], advierten de los riesgos del entramado financiero que se creará por parte de las empresas para captar fondos del plan, lo que seguramente ayudará al crecimiento económico, pero no a la transición ecológica. Esto favorecería a las grandes empresas, especialmente a las financieras, permitiéndoles su lavado de cara verde. Y todo ello muy en la línea de la sostenibilidad débil de utilizar los instrumentos del mercado y los precios para abordar los problemas ambientales, pero sin solucionarlos.
Igualmente, desde esta perspectiva, si no hay límites para la producción, tampoco los hay para el consumo. Los problemas ambientales generados por los patrones de consumo se espera que sean solucionados a través de las mejoras tecnológicas o del mecanismo de precios. Tomando como referencia el área de la movilidad sostenible, el PVE contempla impulsar la producción de coches eléctricos y desestimular la de coches que funcionan con combustibles fósiles. Sin embargo, las posibles mejoras en términos ambientales por todo este tipo de innovaciones pueden quedar en cambios pocos significativos si no hay un límite al uso/consumo de vehículos:el modelo en los países ricos de un coche (como mínimo) por familia no es sostenible y tampoco extensible a todos los países[5].
Frente a la sostenibilidad débil, en los debates en este campo encontramos la perspectiva de la sostenibilidad fuerte. Desde esta perspectiva, la economía se concibe como un sistema contenido en la naturaleza, la cual tiene unos límites. Aquí esta última es la esfera que domina y sus leyes de funcionamiento biofísicas y ecológicas deberían prevalecer sobre las leyes económicas. La naturaleza proporciona los materiales y energía necesarios para que la economía pueda funcionar, como también los servicios de absorción y sumidero de las emisiones y residuos generados en los procesos de producción y consumo (metabolismo socioeconómico)[6].
Desde esta perspectiva, se viene insistiendo en que el tamaño de la economía en términos del uso de recursos materiales y energéticos ha sobrepasado los límites biofísicos y ecológicos de la naturaleza. En este sentido, el PVE hace explícita esta preocupación por el elevado nivel de materiales y energía que demanda de la naturaleza el modelo económico europeo. No obstante, si bien el plan propone medidas para el uso eficiente de los recursos considerando los principios de la economía circular, no hace una apuesta clara y explícita por una reducción de los recursos materiales y energéticos hasta un nivel que respete los límites naturales. Según datos del Panel Internacional de Recursos[7], Europa ha tenido un consumo material por persona (huella material) de 21 toneladas en promedio entre 2000 y 2015, sin una tendencia a reducirse, cuando expertos/as sugieren 8 toneladas como valor máximo sostenible[8].
Unido a lo anterior, la latencia del crecimiento económico y de un consumo desatendido en el PVE pueden llevar a que dichas innovaciones tecnológicas y digitales, la eficiencia en el uso de los recursos o la reconversión de algunos sectores generen simplemente un cambio en las fuentes de materiales y energía, sin una reducción material o energética sustancial a nivel global. Volviendo a los coches eléctricos, si continúa la promoción del uso del automóvil para que cada persona tenga un coche y el impulso porque el sector esté siempre en crecimiento, sencillamente podrá ocurrir que se siga usando la misma cantidad de recursos, pero de otras fuentes, siendo estas incluso más críticas (como las tierras raras para la producción de baterías eléctricas).
Para concluir, en el PVE parecen entremezclarse las dos visiones de la sostenibilidad, y la inclusión de una manera soterrada, pero muy marcada, del crecimiento económico y del consumo sin restricciones en el plan, no invitan a pensar que el modelo social y económico de la UE cambiará radicalmente hacia una sostenibilidad fuerte, enfoque que creemos hace un diagnóstico más certero de la problemática ambiental y, por tanto, puede tener un impacto más decisivo en conservar las condiciones que posibilitan la vida en el planeta.
NOTAS:
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Véase Sachs, J. (2019): El Pacto Verde de Europa (elPeriodico.es) ↑
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Un análisis crítico detallado se puede encontrar en el reciente libro de Pérez, A. (2021): Pactos verdes en tiempos de pandemias. El futuro se disputa ahora. ↑
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Véase Bermejo, R. et al. (2010): Menos es más: del desarrollo sostenible al decrecimiento sostenible, Cuadernos de Trabajo de Hegoa, nº 52. ↑
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Véase Gabor, D. (2020): The European Green Deal will bypass the poor and go straight to the rich, The Guardian. O Varoufakis, J. and Adler, D. (2020): The EU’s green deal is a colossal exercise in greenwashing, The Guardian. ↑
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Véase Roca-Jusmet, J. (2021): El Green New Deal, la Covid-19 y el Poscrecimiento, Dossieres EsF, No. 40, pp. 13-17. ↑
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Ver referencia de nota ii. ↑
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International Resource Panel (Global Material Flows Database): https://www.resourcepanel.org/global-material-flows-database ↑
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Siendo el valor máximo que se maneja en la literatura. Véase O’neill, D., Fanning, A., Lamb, W. y Steinberger, J. (2018): A good life for all within planetary boundaries, Nature Sustainability, 88 (1), pp. 88-95. ↑