Galde 35 negua 2022 invierno. Josu Santamarina Otaola[1]
Es recurrente identificar la memoria con una «herida». En el momento actual, cuando se debaten las leyes de memoria histórica o de memoria democrática en el Parlamento Vasco y en el Congreso de los Diputados respectivamente, vemos que tanto portavoces de partidos como medios de comunicación no dejan de invocar -nuevamente- ese tropos de la memoria en tanto que herida. Hay que «cerrar heridas». Hay que evitar «abrir heridas»…
También se suele recurrir a la idea de la memoria como «cicatriz». Esta metáfora es interesante porque una herida, cuando cicatriza, no da lugar a la «recuperación» o «reposición» de la piel perdida, sino que genera un tipo de piel diferente: el tejido cicatricial. En materia de memoria tampoco se da nunca una «recuperación» o una «reposición» de un estado «anterior», sino que siempre se genera un nuevo tipo de discurso o un nuevo relato.
Las heridas, las cicatrices, las marcas y las huellas han acabado formando parte del campo semántico de la «memoria». Son préstamos del campo biomédico, pero las hemos interiorizado al hablar del recuerdo y del olvido. Yendo más allá, en diversas manifestaciones culturales y políticas sobre la memoria, también hay lugar para los cuerpos mutilados y las prótesis.
Como señala Luisa Elena Delgado en su libro La nación singular, en varias obras del periodo democrático reciente se pueden encontrar referencias significativas a «órganos amputados, […] partes del cuerpo perdidas sin las cuales se tiene que aprender a funcionar pero que de todas formas están de alguna forma presentes» (2014: 189). Las referencias a la mutilación, hechas por parte de escritores pertenecientes a «literaturas periféricas» en el Estado no estarían sino indicando la «amputación» que se lleva a cabo por parte del sistema hegemónico de cara a crear un «cuerpo nacional normalizado». Es algo que Delgado ha hecho notar, por ejemplo, en el cuento Vida familiar de Quim Monzó (2012), en La mano del emigrante de Manuel Rivas (2001), y sobre todo, en la novela breve Gudari zaharraren gerra galdua, de Ramon Saizarbitoria (2000).
En el relato de Saizarbitoria, viajamos a la década de 1980, cuando el Gobierno socialista acababa de aprobar una ley por la cual los mutilados ex-combatientes de la República podían acceder a una pensión de guerra. En ese contexto, un viejo gudari debe acudir a Burgos, con documentación que acredite tanto su participación en el conflicto, como los daños sufridos a raíz de los combates en el frente de Elgeta (Gipuzkoa). La mutilación que sufre es tanto física -le falta una pierna- como emocional -el resultado de décadas de silencio y humillación. Finalmente el anciano renuncia a presentarse ante el notario y tener que mostrar sus heridas. En lugar de ello, regresa a Elgeta y allí, en pleno campo de batalla, utilizando su pierna ortopédica de madera como si fuese una pala, excava y trata de «recuperar» su extremidad amputada décadas atrás. El viejo gudari muere llevando a cabo esta particular «exhumación». Una exhumación en la cual la «prótesis» es la que ayuda a recuperar la parte «mutilada».
En 1995 Alison Landsberg acuñó el término «Prosthetic Memory» o «memoria-prótesis». Para dibujar este nuevo concepto, Landsberg tomaba como punto de partida las películas Total Recall de Paul Verhoeven (1990) y Blade Runner de Ridley Scott (1982). Ambas películas son adaptaciones de relatos de Phillip K. Dick y ambas recogen una posibilidad y una temática muy propias de la ciencia ficción: la posibilidad de «construir» e «implantar» recuerdos de manera artificial. El protagonista de Total Recall acude a una agencia especializada para que le implanten los recuerdos de un viaje a Marte que nunca ha hecho -o, al menos, eso cree él. En Blade Runner, la empresa productora de replicantes, Tyrell Corporation, implanta recuerdos de forma artificial con el objetivo de asignar a las y los replicantes determinados rasgos cognitivos y emocionales y así poder controlar y predecir mejor su comportamiento.
Landsberg defendía en 1995 que las «memorias-prótesis» son aquellas «memorias que no proceden de la experiencia vivida de una persona en sentido estricto» (1995: 175). Son las memorias adquiridas mediante la producción y reproducción de imágenes y relatos a través de los medios de masas. Un ejemplo: si bien ya casi no queda nadie que haya vivido directamente la Primera Guerra Mundial, existe una memoria colectiva importante sobre a la misma, construida en gran medida gracias al cine. Desde Adiós a las armas (Frank Borzage, 1932), hasta 1917 (Sam Mendes, 2019), pasando por Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957). La de la Primera Guerra Mundial es una memoria adquirida a través de su representación mediática y no tanto mediante una experiencia directa. En el siglo XXI, es una memoria ante todo «cinematográfica».
Alison Landsberg acuñó el término «memoria-prótesis» con el objetivo de explorar la historia de la memoria contemporánea en tanto que historia de los medios de masas. Además, en la línea del pensamiento posmoderno de Braudillard, Landsberg se preguntaba por los memoriales de tipo «experiencial» -aquellos que pretenden que «vivamos» la experiencia pasada- y sobre si no estaban acaso ofreciéndonos poco más que un «simulacro» de memoria: un producto que pretende parecerse a «lo real» sin serlo. Una ficción aproximativa al trauma. Un sucedáneo de pasado en el presente.
Más allá de este tipo de debates, la idea de «memoria-prótesis» de Landsberg nos puede resultar útil de cara a comprender esa noción de la memoria -y del olvido- como «herida» o como «mutilación». Las prótesis esconden una paradoja importante. Suelen ser dispositivos tecnológicos mediante los cuales afrontar las secuelas de determinado trauma para intentar llevar una vida «normal». Pero también operan como dispositivos del recuerdo de ese mismo trauma, como enunciados materiales que no dejan de señalar la mutilación. Al menos, ése es uno de los significados que adjudicamos a un objeto ortopédico cuando lo vemos: nos recuerda aquello que falta, aquello que no opera de forma «adecuada», aquello que ha sido destruido.
Son muchos los dispositivos protésicos mediante los cuales puede operar una memoria. Homenajes, placas, monumentos, fechas señaladas, espacios, objetos de diverso tipo, etc. Cuando llevamos a cabo un proceso de memorialización, de fijación material e inmaterial del recuerdo en un contexto concreto, aplicamos cierta «ortopedia memorial». Desarrollamos dispositivos mediante los cuales pretendemos superar la «cojera» que arrastramos con nuestro pasado reciente.
Y sin embargo, cabe preguntarse: ¿realmente son útiles de cara a afrontar el trauma? ¿Son capaces de darnos un punto de apoyo firme y seguro? O, volviendo a la definición original de Landsberg de «memoria-prótesis», ¿simplemente son recursos que nos permiten dar forma y divulgar determinadas memorias, es decir, generar memorias colectivas no vividas de forma directa? Al fin y al cabo, la ortopedia no supone «solucionar» la dolencia. No la hace desaparecer. Sólo tiene un efecto paliativo y práctico, siempre sujeto a posibles cambios y a nuevas tendencias.
Los conflictos sobre la memoria son aquellos que precisamente no se solucionan en clave de memoria. En los memoriales sobre el Holocausto la denuncia contra el antisemitismo puede considerarse ridículamente efectiva, sobre todo porque apenas tiene importancia esa forma específica de discriminación en la Europa actual. La victoria total sobre el III Reich y la creación del Estado de Israel fueron dos procesos mucho más decisivos en ese sentido que la «efectividad» de Auschwitz como museo-memorial. De forma similar, en 2010 se inauguró el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Santiago, pero ello no ha ocultado el hecho de que la Constitución vigente en Chile hasta el día de hoy sigue siendo la impuesta por la Dictadura de Pinochet en 1980.
De poco sirve la ortopedia memorial cuando la dolencia se enquista y la herida supura. Por ello, las prótesis parecen ser más útiles para la producción y la expansión de narrativas que para la «sanación» efectiva de heridas y traumas. De hecho, como le pasa al viejo gudari en la novela de Saizarbitoria: no es posible empezar a utilizar una pierna protésica hasta que el muñón se ha curado hasta cierto punto, hasta que la cicatriz no madura lo suficiente.
Bibliografía
Delgado, L. E. (2014): La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011), Madrid: Siglo XXI.
Landsberg, A. (1995): «Prosthetic Memory: Total Recall and Blade Runner«, Body & Society, 1(3-4): 175-189.
Notas:
- Arqueólogo. Investigador predoctoral en el Grupo de Investigación en Patrimonio Construido (GPAC, UPV-EHU). ↑