La oscarizada película Nomadland visibiliza la invisible realidad de miles de mujeres y hombres house-less (sin casa) pero no “home-less” (sin hogar)
Galde 33 uda/2021/verano. Rosabel Argote.-
Fern es una mujer viuda, de 60 años, que ha perdido su trabajo. No llega a fin de mes. Ha quebrado la empresa de extracción minera de yeso que durante años ha empleado a prácticamente todo su pueblo, incluida ella. Mientras ve cómo se vacían las calles y casas de sus vecinas y vecinos que están emigrando, ella busca trabajo en localidades cercanas. “No estoy segura de para qué te pueden contratar”, le dicen en la oficina de empleo. Entonces Fern decide marcharse también. Decide convertir su furgoneta en su nuevo hogar y se convierte así en una nómada obligada, buscando trabajos temporales aquí y allá.
Que esta historia de Fern haya sido cinematografiada (por la directora Chloé Zhao, en la película Nomadland, Tierra de nómadas, EEUU, 2020) ha contribuido a visibilizar la realidad invisible de todas esas personas que viven en roulettes o furgonetas, no solo como opción de vida, sino porque es su única opción. El que el filme haya sido oscarizado (con los premios a la mejor película, mejor dirección, mejor actriz) también ha multiplicado el eco de la reivindicación de mayor dignidad para un sector de la población que ha sido muchas veces objeto de prejuicios por parte de la ciudadanía de a pie. De hecho, el nomadismo se ha equiparado a menudo como indigencia (en algunos países más que en otros). Y las personas residentes en hogares sobre ruedas han sido minusvaloradas y despreciadas en nuestro imaginario colectivo durante décadas. En ese sentido Nomadland ha logrado poner rostro y humanizar a estas personas, agitando los viejos esquemas en el público espectador, que gracias al filme se cuestiona que vivir en una casa de ladrillo no tiene por qué ser más digno que vivir en una casa sobre ruedas.
Ese mismo ejercicio de adaptación a las opciones vitales de nomadismo, se pide en la actualidad a las instituciones y a los organismos públicos del ámbito social de nuestro Estado de bienestar. Vivimos en un momento de incremento de separaciones conyugales (que obligan a miembros de la pareja a abandonar el domicilio), elevadísimos precios de alquileres de viviendas (no siempre asumibles por familias con dificultades económicas), muchas pérdidas de empleo como consecuencia de la crisis… Estos y otros factores abocan a algunas personas a la opción de mudarse a su furgoneta o a su bungalow móvil del camping de verano. Pero ¿están los mecanismos de protección social suficientemente adaptados a este nuevo perfil de ciudadanía que reinventa la vieja frase “¿En tu casa o en la mía?” como “¿En tu caravana o en la mía?”?
Pensemos por ejemplo en el empadronamiento, llave para acceder a derechos sociales (asistencia sanitaria, prestaciones sociales…) o políticos (participación en las elecciones…). Afortunadamente es posible empadronarse en una caravana, una roulotte o una furgoneta. Los Ayuntamientos tienen la obligación de inscribir en su Padrón municipal a toda persona que viva en su municipio, e inscribirle en su domicilio real, sea este un banco del parque o una cueva debajo de un puente (así se recoge en una normativa de 2015 actualizada en mayo de 2020). Desafortunadamente, los empadronamientos en las caravanas, dentro del Padrón, entran en la categoría de infraviviendas (como las chabolas), lo cual no contribuye a la dignificación arriba comentada. Chapeau a Nomadland por hacérnoslo ver, desde su pensamiento crítico traducido imágenes.
Pero es verdad que no todo han sido aplausos para Nomadland. Las alabanzas por su dignificación del nomadismo han estado acompañadas de fuertes críticas por las escenas en las que Fern aparece alegre trabajando en Amazon. También aparece contenta viviendo en uno de los parkings que Amazon habilita junto a sus almacenes, para su mano de obra “barata” que vive en caravanas o roulottes. Lejos de cuestionar esta realidad, pareciera como si la película estuviese “publicitando” este programa Camper Force de la compañía de Jeff Bezos. Concretamente la escena que muestra a la protagonista sonriendo y conversando amigablemente con su supervisor (mientras este le muestra unos tatuajes), tiene poco que ver con esa misma escena descrita en el libro en el que está basada la película. El libro denuncia que las y los empleados en un almacén de Amazon en Pensilvania recorren, bajo mucha presión, entre 15 y 30 kilómetros diarios por unas instalaciones de 85.000 metros cuadrados.
Que la adaptación cinematográfica de Nomadland no denuncie las fuerzas económicas capitalistas, que en realidad son las responsables del colapso de personajes como Fern, ¿es un precio muy alto que paga la película para que se oiga su reivindicación de que las personas que viven en caravanas no son “homeless” sino “house-less”: personas sin techo, no sin hogar, cuyo hogar está allí donde aparcan sus cuatro ruedas?