Una mirada a lo que no nos deja dormir

 

(Galde 22, otoño/2018/udazkena). Marivi Freire.
Escribo sobre la relación entre cotidianeidad y dificultades económicas. Aunque luego me referiré a otros aspectos, es precisamente éste el que abre la puerta a exponer las vivencias que hay en torno a las dificultades económicas, monetarias, materiales y por ende, personales. Algo cotidiano quiere decir que está en tu día a día, que es algo normalizado para ti y lo llevas encima casi sin notar el peso, del tiempo que lleva contigo. Y esto es lo que pasa con estas machaconas dificultades cotidianas, que te acostumbras a vivir con las carencias, a que estén siempre ahí. Este atributo es lo que hace que sean más dañinas sus consecuencias. Incluso el día que no están en medio de tu cartera y de tu tarjeta se te hace raro. Sin llegar a echarlas de menos, te das cuenta de su ausencia y se te hace raro. Algo así, como recibir un golpe de dinero inesperado, un amigo que te ayuda, un familiar que te deja dinero. Se te hace raro pensar que tienes un dinero disponible para poder utilizarlo en tus querencias y no en lo que deberías comprar.

Son, además, ese tipo de cosas que siempre vuelven, que te vuelven a abordar en el último punto que te dejó. No te quieren dejar, te han cogido cariño, algo que has podido pensar de manera irónica en algún bajón anímico. Pero debajo de esa cotidianeidad, de esa normalidad, de esa facilidad con la que hablamos de las “dificultades económicas” subyace algo terrible para la persona, una auténtica enfermedad crónica. Es una lesión que se incorpora a nuestro ADN, a nuestras agendas diarias, a nuestras decisiones sobre cosas más o menos materiales, a nuestros compromisos con familiares y amistades, a nuestras opciones de decidir sobre el tiempo libre, sobre las compras. Y lo peor, afecta a nuestras ilusiones sobre el futuro, a tener tranquilidad o no a la hora de dormir. Tunea nuestra vida de tal manera, que ni nos acordamos si alguna vez fuimos libres de esa tiranía.

Soy consciente de que más allá de las carencias económicas existen otras mucho peores, como puede ser la soledad, la enfermedad. Pero me voy a ajustar al tema del artículo, sabiendo que vivimos en una perpetua red de acciones, emociones y tiempos que provocan que haya multitud de variables en nuestras vidas y, todas ellas, relacionadas. Si echamos la mirada atrás hace quince años, no muchos más, todavía no formaban parte de nuestro vocabulario cotidiano conceptos como renta de garantía de ingresos, ayudas sociales, economía social, cuidados, salario mínimo interprofesional, etc. Quién no se acuerda de cuando Lanbide asumió la gestión de la Renta de Garantía de Ingresos. Desde entonces se inició un calvario, literal, para todo aquel que la ha solicitado: malas prácticas como las repetidas peticiones de documentación cuando ésta ya ha sido presentada, que ante la mínima sospecha de irregularidad y sin ningún tipo de prueba suspendan la prestación sin dar oportunidad a presentar lo que entiende el ente Lanbide que falta. Sin olvidarnos que Lanbide suspende la RGI a mujeres víctimas de violencia de género con menores a su cargo incluso. Y a día de hoy hasta esto tiene que ser luchado para llegar a juicio o al Ararteko y que le lean la cartilla a Lanbide.

Para bien o para mal, en la actualidad tenemos todas estas historias al orden del día en cualquier medio de comunicación y de conversación de ascensor. Indico lo de para bien o para mal porque de nuevo, la cotidianeidad de estos relatos ha rebajado nuestra profundidad de conversación. Nos quedamos con el titular y muchas veces nos olvidamos de las personas que hay detrás de números y estadísticas. El instinto humano de protección y el de sálvese quien pueda ayuda a tergiversar el relato diario, nubla nuestra mirada y nuestra capacidad para discernir. Si no te suena esto, quédate con este dato para atacar eso de “los inmigrantes se llevan todas las ayudas y a los de de aquí de toda la vida no nos dan nada”. Bueno, sólo el 9,7% de las personas extranjeras residentes en la CAV reciben la RGI, que no es una ayuda, sino un derecho.

He citado solo algunos temas de los que más se han oído hablar pero hay otros muchos más cuyo eco se ha ido debilitando. No porque hayan desaparecido sino porque corresponden a eso que se llamó inicios de crisis y que resultó ser una continuación de lo que llevaba dándose durante mucho tiempo encubierto por la famosa burbuja inmobiliaria. Por ejemplo, todavía no he tocado otro tema que, realmente, nos ha modificado el ADN y puedo afirmar que nos ha convertido en seres modificados genéticamente, somos los nuevos OMG (organismos modificados genéticamente). Me refiero a la precariedad en el mundo laboral. Ya os imaginaréis que al hablar de ella, estaremos hablando de una conocida y “amiga” nuestra. Antes, el dinero tenía un valor y el empleo tenía valor. Ahora el dinero se ha convertido en un medio imprescindible sin el cual no eres nada ni puedes sobrevivir. El empleo ha llegado a ser un instrumento que te puede indignificar y un contrato laboral se puede convertir en un yugo asfixiante.

Conversación escuchada en la vida real en una residencia y que con palabras de andar por casa transmite una mensaje profundo. Una señora que está perpetrada con sus pinturas y su libro de mandalas en una mesa contesta a la pregunta de un señor que pasaba por allí: “Señor, yo estoy pintando”. A lo que el señor le comenta: “Pintar, pintar aquí…”. Y va y le apostilla la señora: “Sí, señor, aquí no pintamos nada”. No sé si me impresionó más el comentario puro y duro o el haberlo recogido en una residencia para personas mayores. Pero el caso es que contenía mucha verdad. Esto es lo que siente mucha gente. Detrás de cada persona hay un curriculum vitae con el cual fliparía un ser de otro mundo. ¡Tanta formación, tantos empleos concentrados en una sola persona y en tan pocos años! Pero es conocido que eso no te protege contra un mundo laboral cada vez más inhumano y más canalla.

Antes creíamos que no tener contrato y trabajar era lo peor que te podía pasar. Pero es que ahora ese papel llamado contrato laboral puede ser tan demoledor como no tener contrato. Algo así como: “¿Tu hija trabaja?”. “Ahora sí, pero está con un contrato de 12 horas al mes”. “Bueno, bueno, que no se queje, lo importante es que está trabajando y está cotizando a la Seguridad Social”. ¿Os suena esta conversación tipo?. Creíamos que exigir y disponer en un papel de la fecha de inicio del contrato, su duración, etc. nos protegía contra cualquier mal que nos acechara. Pero ya ha quedado claro que se puede hacer, legalmente hablando, contratos de incluso dos horas al mes. Por no hablar del lado contrario del proceso, de despedir. Se puede despedir, legalmente hablando, si la empresa asume la improcedencia del despido. Que no es ético, te dicen, pero sí legal. Y es a donde quiero llegar con estas batallitas de la precariedad en el mundo laboral. Bajo unas leyes que desamparan al trabajador y trabajadora se permite realizar cosas muy sucias y feas, por no poner otros adjetivos malsonantes. La justicia y la eticidad no tienen ningún papel aquí. ¿El sistema está pervertido o se pervierte? ¿La precariedad “sólo” mata o también se labora?

Con la lesión genética ya instaurada dentro de nuestro sistema económico es inevitable pensar cuán bien lo hace este sistema económico-social que nos ha llevado a pensar que ha venido para quedarse, que es por culpa nuestra, que antes otros sabían plantar batallas, luchar por sus derechos pero que ahora somos taaaan egoístas que nadie mueve un dedo por el otro. Pero voy a dejar atrás estos párrafos grises porque también han surgido otras luces. No creo que tengamos que pensar mucho para recordar los nombres de quienes a nuestro alrededor están sufriendo o malviviendo con carencias. Conceptos como amistad, cuidados, acompañamiento son sólo algunos ejemplos de esas luces que han surgido pese al recrudecimiento de las condiciones de vida. Se ha reivindicado su vuelta porque “antes” eso era lo más normal. Curiosamente, la percepción de que antes también se vivía con problemas viene siempre acompañada de que “antes” la cosa era distinta. El nivel medio había sido siempre medio y no se echaban de menos otros tiempos, a lo sumo los anhelabas.

Otras de esas luces que han surgido han sido el reconocimiento de los cuidados. Los humanos, como seres ecodependientes e interdependientes, no podemos sobrevivir sin el cuidado de nuestro entorno ni sin cosas tan sencillas como un plato de comida caliente ni sin esos amigos siempre dispuestos a que te puedas desahogar. En un ecosistema como el nuestro de hierro, cemento y ciudad de servicios, la cooperación, las relaciones sociales, y sobre todo, los cuidados son imprescindibles para el sostenimiento de la vida. El reconocimiento de los cuidados, como tareas realizadas clásicamente por mujeres, demuestra que el sistema capitalista y neoliberal en el que nos quieren ver inmersos, ha encauzado estos trabajos como secundarios e irreconocibles y no de importancia capital para subsistir.

Ya para acabar, espero que esperes y que esperes para bien. Porque está en juego nuestra capacidad de anhelar el cambio, de sorprendernos, de tener ilusión, de sentirnos vivos y con energía, se decide nuestra capacidad de comprobar que todo está interrelacionado y que las mejoras económicas si no son también sociales y medioambientales no aportarán nada para que a nuestro alrededor se viva un proyecto digno. Ya es hora de quitarnos la venda de los ojos y de sacudirnos toda esa basura precaria e indigna. Puñetera cotidianeidad. Argi zure burua!

Categorized | Dossier, Política

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