(Galde 12, otoño 2015). Rosabel Argote. La 63ª edición del Festival, del DONOSTIA ZINEMALDIA, homenajeó a los movimientos de protesta social, con la programación del último documental de Pere Joan Ventura y el Gran Wyoming sobre el post-15M y las mareas ciudadanas.
El cine ha sido históricamente un aliado de los movimientos sociales, en tanto ha contribuido en diferentes momentos a la propagación del mensaje «no estamos solos». Desde películas sobre las marchas por los derechos civiles de la población afroamericana o contra el apartheid en Estados Unidos, hasta los filmes en torno a las manifestaciones de huelguistas o pacifistas, o documentales sobre el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra o las mareas de «No a la guerra», por citar sólo unos ejemplos, han sido muchas las producciones cinematográficas que han apoyado las campañas de movilización social históricas, poniendo a disposición de éstas su capacidad como altavoces del grito ciudadano indignado.
Efectivamente el cine tiene cuatro virtudes que le convierten en uno de los altavoces más eficaces y mejor valorados por los movimientos sociales. En primer lugar, el cine propaga el mensaje, como medio de comunicación de masas que es. En segundo lugar, además de propagar el mensaje, emociona; y su poder para transmitir sentimientos, más allá de los meros pensamientos racionales, logra que el público espectador empatice y se identifique con el mensaje de una forma más íntima. En tercer lugar, el cine no sólo conmueve, sino que también mueve. Su poder agitador de conciencias ha sido explorado y explotado por las iniciativas ciudadanas de protesta social, embarcadas en la búsqueda de medios a través de los cuales movilizar a la calle. Y en cuarto lugar, el cine cohesiva: une y reúne; y fomenta ese sentimiento de pertenencia al grupo de aquellos-que-el-mundo-no-traga que todavía creen en el «sí se puede», «yes, we can», «sí podemos… porque no estamos solos».
El recientemente estrenado documental «No estamos solos», dirigido por Pere Joan Ventura y coproducido por el Gran Wyoming, cumple esas cuatro funciones. A través del retrato de diferentes activistas, informa y forma, conmueve y mueve, une y reúne las experiencias de algunos de los colectivos más militantes de la sociedad civil movilizada en el Estado español en los últimos dos años: La Columna; La Solfónica; la Plataforma en defensa del Hospital La Princesa; Flo 6×8; la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH); los Yayoflautas de Barcelona; el Institut Cartogràfic de la Revolta; la Tertulia feminista Les Comadres y Asociación Mujeres por la Igualdad en Barredos; el Movimiento Feminista de Madrid; el Tren de la Libertad; la Marea Blanca; la Marea Verde; la Compañía Teatro Ubuntu; la Corrala de La Utopía; el Comité de Trabajadores de Coca-Cola en Fuenlabrada; las y los trabajadores de Panrico en Santa Perpètua; y la Plataforma Salvem el Cabanyal-Canyameral.
Más allá de la información comunicada en esta cartografía de protestas sociales y revueltas ciudadanas, el éxito del documental radica en la emoción que irradia. Más allá de los datos y contenidos objetivos narrados, su poder consiste en mover, despertar conciencias, agitar militancias dormidas, activar utopías. Consiste en generar en cada espectadora o espectador las ganas de, al salir del cine, encender el teléfono móvil y llamar a todos los contactos para contarles que efectivamente es posible cambiar las cosas y que la ciudadanía tiene la llave del cambio en el bolsillo. Sólo es cuestión de cogerla y abrir la puerta.
El documental hace hincapié en cómo esa posibilidad de transformación social está al alcance de todas las personas de a pie. Así lo transmite desde el contenido y desde el continente, desde el fondo y desde la forma, desde el significado y desde el significante. No es casual que los retratos de cada protagonista sean primeros planos, para que sus voces (como migrantes, mujeres, jóvenes, desahuciados, mayores…) se muestren desnudas, sin trampa ni cartón, sin dobleces, por oposición a los planos más generales, más impersonales, más hieráticos, de los agentes de seguridad al principio del filme o al final, en las escenas de las intervenciones violentas de la policía. Tampoco es casual la banda sonora que a lo largo de toda la cinta pone música a las imágenes, intercalando canciones populares con los temas compuestos expresamente para las acciones de protesta, las rumbas, las batucadas, los poemas sonoros de Labordeta, las jotas con letras irreverentes y antisistema, para expresar el carácter popular de unos movimientos indignados que han dicho y siguiendo diciendo ‘no’ al poder establecido.
Siguiendo la estela de «No estamos solos», otro documental sobre una marea ciudadana de protesta social será estrenado en breve en el País Vasco. Se trata del documental «Gora Gasteiz: Izan kolore» que ha sido rodado en los últimos meses en torno a la iniciativa ciudadana del mismo nombre, Gora Gasteiz. Recuérdese que esta iniciativa nació y actuó en la capital alavesa entre noviembre del 2014 y junio del 2015 para contestar a los discursos xenófobos del que fuera alcalde de Vitoria, y para aunar la respuesta masiva ciudadana de defensa del carácter culturalmente plural y pacífico de la ciudad. Este documental, como el de Pere Joan Ventura, se unirá a la consigna de «no estamos solos», confirmando, como se ha visto en el Festival de Cine de Donostia, que el cine también puede ser herramienta de activismo y ARTivismo.
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