Galde 39, negua 2023 invierno. Evgeny Morotov.-
El retorno del Estado, el eclipse del neoliberalismo, la rehabilitación de la soberanía… Según los principales medios de comunicación, una verdadera revolución está en marcha desde la pandemia. Este texto resume un debate organizado por Le Vent Se Lève en París donde el autor analiza los cambios del sistema económico dominante y la manera en que las tecnologías se engarzan con el neoliberalismo.
Evgeny Morozov, editor y fundador de The Syllabus.
Creo que muchas de las historias sobre la muerte del neoliberalismo han sido exageradas. Los análisis políticos han llenado los medios para afirmar que la pandemia ha debilitado este proyecto, pero en mi opinión ha ocurrido todo lo contrario. Sin embargo, creo que es importante comprender las razones que llevan a tantas personas a la idea errónea de que los cimientos del neoliberalismo se están debilitando. Y ello tiene que ver con la estrecha definición que a veces manejamos sobre el neoliberalismo, con aspectos estrechamente relacionados con el rol del Estado. Por ejemplo, ¿acaso los indicadores económicos, como el gasto público, dan cuenta de toda la ideología neoliberal? En muchos casos, el aumento en la inversión de los gobiernos provocada durante la pandemia gracias a los fondos europeos Next Generation ha provocado esta mirada equivocada hacia el neoliberalismo.
En primer lugar, si queremos entender el neoliberalismo y el predominio que aun tiene en nuestras vidas creo que deberíamos concebir el proyecto neoliberal más en términos de construir una civilización más que a través de las políticas fiscales o sociales que algunos gobiernos impulsan. En la definición alternativa que propongo trato de tener en cuenta de manera más amplia los aspectos civilizatorios. Entiendo el neoliberalismo de manera particular, como una ideología que gira en torno a la idea de que el mercado es el único medio de coordinación social a gran escala, aquel mecanismo que permite el progreso y el desarrollo humano. Bajo esta definición, para resolver los problemas sociales, para gestionar la complejidad social, para generar cambios a gran escala, para posibilitar la innovación, el mercado no es sólo la infraestructura ideal, sino también la única posible.
Si estudiamos la genealogía en torno al debate sobre el cálculo socialista, observamos que, a partir de la década de 1970, los defensores del neoliberalismo dejaron de alabar los beneficios del mercado por ser simplemente el método más eficiente para la asignación de recursos. Al contrario, los neoliberales argumentaban que el mercado es la forma más elevada de la historia, de gestionar nuestras sociedades porque permite que la civilización avance, exprese su creatividad, desarrolle nuevas prácticas, técnicas e instituciones. James M. Buchanan, considerado el máximo representante de la teoría de la elección pública, destaca el mercado como la infraestructura para llegar a ser. Esa es exactamente la palabra que usó.
Como vemos, este planteamiento está muy lejos del debate original sobre cómo asignar recursos escasos para mejorar la producción industrial que domina el imaginario de muchos socialistas. Estas posiciones resultan aún más interesantes si entendemos que, aún a principios de la década de 1990, Buchanan admitía que los ordenadores del momento –a día de hoy uno podría hablar fácilmente de Big Data– podrían ser de gran ayuda para los objetivos del socialismo, como la planificación central o la resolución de los desafíos en la asignación de recursos. Pero incluso si lo hiciera, continuaba el intelectual neoliberal, la tecnología no bastará por sí misma para que los planificadores centrales resuelvan el problema de la creatividad, el llegar a ser o el devenir de cada individuo. Esta es la esencia del argumento neoliberal y la razón que explica su hegemonía en la presente sociedad postpandemia.
No obstante, resulta difícil negar que la ideología neoliberal se remonta hasta la Guerra Fría y al conflicto maniqueo entre el sistema de precios, representado por el mercado, y la planificación central, representada por el gobierno. Si uno asume la validez contemporánea de la economía política de este proyecto, el papel del estado se reduce a lo siguiente: debe servir principalmente, aunque no exclusivamente, como vehículo para difundir el evangelio del mercado. Según esta ideología, el Estado debe garantizar que el único medio de innovación y solución a los problemas sociales sean las lógicas mercantiles. En este sentido, afirma la validez de la dicotomía presente en la Guerra Fría y posicionarse del lado de la planificación central no es un proyecto muy entusiasta para la izquierda contemporánea.
Ello es, aún si cabe, más importante a la hora de entender que incluso los neoliberales declarados, aquellos que acuden al Foro Económico de Davos, pueden reconocer perfectamente los problemas existentes en nuestra sociedad, como el cambio climático, la desigualdad, etc. Y están felices de hacerlo porque saben que incluso si estos problemas son reconocidos como problemas políticos que requieren la intervención del estado democrático, serán tratados principalmente a través del único medio disponible: el sistema de precios, fijado por el mercado. No creo que la pandemia haya tenido un impacto contrario o haya impulsado una agenda distinta a la del mercado. Mientras que la idea de una respuesta centralizada a la crisis sanitaria ha rehabilitado la idea de que existen vías de coordinación social no mercantiles, por ejemplo, a través de la burocracia estatal, la pandemia ha dejado claro que esta debía ser una situación excepcional, una opción que se dejará de lado cuando pase la pandemia, y los problemas de salud se solucionarán mediante la intervención del Estado, pero solo para escoger la opción del mercado más adelante.
Por estos motivos, considero que la izquierda necesita prestar más atención a los mecanismos e infraestructuras de coordinación social que existen entre los grupos sociales y actores individuales. Si entendemos los mecanismos de legitimación que permiten a los neoliberales implantar su ideología, centrados en confinar al mercado la solución de los problemas sociales, entonces tal vez la agenda progresista estuviera en una posición mucho más adecuada para combatir el neoliberalismo. Esta es la única manera de que el mercado sea desterrado como una herramienta eficaz para la cohesión social y la innovación, es decir, reducir a nivel de perogrullada el debate sobre los méritos del mercado.
Los neoliberales se han vuelto vulnerables a este hecho de una manera que la izquierda no ha podido explotar debido a su incapacidad para pensar más allá de la dicotomía de planificación versus mercado. La historia nos enseña que el mercado no ha sido siempre la manera de fomentar la coordinación social y solucionar los problemas existentes. El derecho, pero también la tecnología y otros entes similares han jugado papeles fundamentales en esta dirección. Solo hace falta entender el rol que han tenido las bibliotecas, librerías o cualquier otra institución pública a la hora de organizar el conocimiento. Este es el ejemplo que tenemos que poner si queremos politizar el Big Data y la inteligencia artificial, no la manera en que estas tecnologías pueden transformar la planificación y mejorar los mecanismos centrales del Estado.
Se trata de entender que hemos de desarrollar infraestructura para la resolución creativa de problemas y lo que Buchanan denominaba convertirse o llegar a ser otras personas. Esto no significa que algunas ideas de la caja de herramientas socialista no puedan hacer su contribución a una utopía alternativas. Si partimos de la premisa de que una perspectiva post-neoliberal deberá permitir que tengamos a nuestra disposición una pluralidad de medios de coordinación social distintos, tal vez el mercado y la planificación del Estado solo sean algunos de ellos.
Por tanto, si realmente queremos desarrollar un concepto de soberanía digital y tecnológica alternativo al neoliberal, entonces tenemos que dejar de hablar de start-ups, de empresas de nueva creación. Tenemos que recuperar y desarrollar tecnologías que nos permitan llevar a cabo descubrimientos a una escala distinta a la del mercado, y redescubrir, quizás, las lecciones que tienen para nosotros en América Latina. Me refiero a todo el cuerpo teórico sobre la dependencia, sobre la división entre el centro y la periferia, sobre la manera de llegar a industrializarse sin recurrir a las máquinas de Estados Unidos. Lo digital introduce una dimensión nueva para pensar en esta hazaña.
En mi opinión, si no experimentamos con estas formas alternativas, acabaremos asumiendo la ideología que presenta Google en Davos, una conferencia donde la ideología neoliberal se une a lo digital para ofrecernos nuevas soluciones a los viejos problemas que estos capitalistas han creado. Podemos pagar varios miles de dólares por teléfonos Apple que respetan la privacidad, pero creo que no es la solución ideal y tenemos que resistir los cantos de sirena solucionistas que llegan de Silicon Valley. ¿Queremos dispositivos seguros pero producidos a costa de la explotación del Sur global? Debemos seguir experimentando con la infraestructura tecnológica y quizá ofrecer otra visión de nuestro mundo que no esté completamente dominada por el mercado.
Para mí, con todos sus límites democráticos, China es quizás el único país que ha entendido esta situación lo suficientemente bien como para desplegar una política digital diferente. Se las han arreglado para crear una industria tecnológica fuerte, establecer la presencia del Estado en el sector, y financiar los avances en inteligencia artificial y otras técnicas para impulsar su manufactura. También es cierto que han pagado un precio muy alto, como muestran las sanciones de Estados Unidos, pero hemos de entender que estas fueron provocadas por haber desafiado a su hegemonía digital, especialmente en el sector 5G.
A estas alturas, no creo que sea posible crear una industria como la de China. Este sería un trabajo que requeriría de diez o quince años como mínimo. Ahora bien, cabría preguntarse si podemos hacer todo lo posible para diversificar la composición de nuestra infraestructura. Si es así, y podemos negociar con China para reducir nuestra fuerte dependencia sobre los servicios de Estados Unidos, tal vez también seamos capaces de imaginar arreglos institucionales y democráticos distintos a los del mercado. Creo que esta es la batalla política, que ya es digital, más importante de nuestro tiempo.