Incorporar la perspectiva de género a la transición justa
Galde 24, (udaberria/2019/primavera). Cristina Monge.-
Los dos principales desafíos que tiene la humanidad, – el cambio climático y la lucha feminista por la igualdad de la mujer -, tienen muchas cosas en común. La primera, y quizá la más importante, que ambos hacen énfasis en el ser humano como criatura dependiente: Del planeta, nos dice el ecologismo. Y del conjunto de las personas entre sí, subraya el feminismo.
Cada día tenemos más evidencias de cómo el cambio climático se ceba especialmente con las mujeres, y de manera más cruel con las mujeres más pobres. Algunos de los datos más significativos: según Naciones Unidas “las mujeres (y los niños) son hasta 14 veces más vulnerables a los efectos del cambio climático que los varones adultos” debido a múltiples causas de carácter social, económico, etc. Un primer aspecto hace referencia a la salud. En el informe Género, cambio climático y salud, publicado por la Organización Mundial de la Salud en 2016, se cita textualmente: “Muchos de los riesgos para la salud a los que podría afectar el actual cambio climático varían en función del sexo. A nivel mundial, desastres naturales como las sequías, las inundaciones y las tormentas se cobran la vida de un número mayor de mujeres que de hombres, sobre todo de chicas jóvenes. Esos efectos también dependen del tipo de fenómeno y la condición social. Las diferencias entre hombres y mujeres con relación a los efectos en la esperanza de vida suelen ser mayores en las catástrofes graves y en lugares donde la situación socioeconómica de las mujeres es especialmente mala. Otras consecuencias para la salud en las que influye el clima, como la desnutrición y el paludismo, también difieren considerablemente en función del sexo”.
Algo parecido ocurre si prestamos atención uno de los fenómenos que más van a condicionar la geopolítica en los próximos años: las migraciones. Según el informe Gender equality and climate change: the review of the implementation of the Beijing Platform for Action in the EU, del European Institute for GenderEquality, “Las mujeres serán mayoría entre los 50-200 millones de refugiados climáticos (80 % de mujeres y niños) que, hasta 2050, se prevé que intentarán escapar de los impactos del cambio climático en su entorno”, a lo que hay que sumar que durante los fenómenos climáticos extremos se incrementa la carga de trabajo de las mujeres, ya que ejercen de cuidadoras de más personas dependientes.
De entre todos los factores que inciden en la decisión de migrar, uno de los más determinantes tiene que ver con el acceso a agua segura. Los estudios de ONU Mujeres alertan de que en 25 países africanos subsaharianos las mujeres invierten 16 millones de horas en buscar agua cada día, frente a los 6 millones de horas invertidas por hombres. Además, la falta de acceso a agua de calidad provoca que las mujeres prioricen el agua para el uso doméstico –fundamentalmente cocinar– en lugar de para su higiene personal, lo que puede ocasionar infecciones urinarias y del aparato reproductivo.
En el mismo sentido, el aumento de las temperaturas y la sequía afecta al acceso de las mujeres a los alimentos, por lo que nos encontramos con que la desnutrición ya es un problema importante para las que viven en los países en vías de desarrollo, dado que ellas no pueden comer hasta que los hombres y los niños de la familia lo hayan hecho.
Si centramos el análisis en España, comprobaremos que las mujeres son especialmente castigadas por fenómenos como la pobreza energética. Según datos del INE, el 9% de los hogares españoles están formados por una mujer sola con menores a su cargo, y la incidencia de la pobreza energética en esta tipología de familias es especialmente sensible, ya que el porcentaje de hogares monomarentales que sufren este problema es mayor que el de la población media en España. En Ecodes, a través del trabajo que realizamos con familias en el proyecto Ni un hogar sin energía, hemos comprobado cómo un 30% corresponde a mujeres solas con menores a su cargo.
Este conjunto de afecciones, especialmente graves en las mujeres, se vuelven, si cabe, más acuciantes si tenemos en cuenta que estamos fuera de los principales centros de toma de decisiones al respecto. En el último informe del IPCC, tan sólo un 20% de los trabajos eran firmados por mujeres. La cifra es alarmante, aunque habrá quien se consuele pensando que en el informe de 1990 sólo participaron un 2%. En España en la comisión de expertos creada para asesorar la elaboración de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética con el Gobierno de Rajoy, no participó una sola mujer. Y algo similar ocurre si miramos el porcentaje de mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas más involucradas en temas ambientales, fundamentalmente energéticas.
La desigualdad de género no ha estado hasta el momento presente con el protagonismo necesario en las políticas ambientales. Esto explica que en la transición energética ya iniciada, sigamos encontrando desigualdades clamorosas. Las mujeres solo representan el 32% del total de los empleos del sector de las energías limpias, lo que, si bien supera su participación en la industria del gas y el petróleo donde apenas alcanzan el 22% de los empleos, está muy por debajo del 48% de la participación en el mercado laboral global. Pero no sólo eso. Como señala Ana Belén Sánchez, experta en empleos verdes para Latinoamérica y El Caribe de la OIT, en el artículo, El empleo verde para las mujeres publicado en la sección de transición energética de Agenda Pública – El País, «la desigualdad entre hombres y mujeres en el sector de la producción de energías limpias no solo se da en términos cuantitativos, también cualitativos. Casi la mitad de las mujeres trabajadoras del sector tiene puestos administrativos, mientras que únicamente un 28% del total se desarrolla en puestos de trabajo que requieren de formación en ciencias, tecnologías, ingeniería o matemáticas. Estos últimos son los que, generalmente, disfrutan de mejores salarios y condiciones de trabajo. Las mujeres son minoría también en los puestos de gerencia y de toma de decisiones, lo que implica que sus voces y perspectivas no son consideradas».
Como puede comprobarse, la estrecha relación entre mujer y cambio climático es evidente. Tanto, que en la Cumbre del Clima celebrada el pasado noviembre en Bonn, se aprobó un Plan de Género que tiene como objetivo, entre otros, incrementar la presencia de mujeres en los órganos de estas cumbres y trabajar en materia de construcción de capacidades, intercambio de conocimiento y comunicación. Es un primer paso, importante sin dudas, para incorporar la perspectiva de género en la idea de transición justa con la que se ha de abordar el desafío climático.