Modelo productivo y dependencia energética fósil.

DUEcolo

(Galde 14, primavera 2016). Rodrigo Irurzun es responsable del Área de Energía de Ecologistas en Acción.
La energía es consustancial al desarrollo social y económico, es lo que mueve el mundo, la maquinaria de las fábricas, los coches y los aviones. La energía moderna, en forma de electricidad nos alisa el pelo y enciende las luces de los quirófanos, nos permite hacer un taladro en la pared o escuchar un concierto. Necesitamos energía para casi cualquier actividad en la que pensemos, desde cultivar nuestros alimentos, hasta fabricar la ropa, los muebles, o desplazarnos al trabajo. La energía permite que funcionen las redes de comunicaciones con las que hoy en día el mundo está interconectado instantáneamente, el turismo o el comercio internacional a gran escala. El fenómeno de la globalización económica y cultural no habría sido posible sin el consumo de ingentes cantidades de energía.

Pero la energía no es gratuita. Su precio, ya sea electricidad, gas o petróleo, tiene tendencia a incrementarse por encima del resto de productos en los últimos años. Aunque es verdad que en los últimos meses se han “hundido” los precios del petróleo y del gas, y no se sabe con exactitud en que momento volverán a incrementarse, la mayoría de los analistas coinciden en que lo harán, y  en que estamos viviendo momentos de gran volatilidad de los precios, ligada a la crisis económica y a las estrategias de extracción de los países productores de petróleo. El barril Brent alcanzó su máximo histórico de 140 dólares el barril en 2008 (hay economistas que citan este hecho como uno de los factores detonantes de la crisis). Los precios cayeron al año siguiente hasta los 45-50 dólares para volver a incrementarse, entre el año 2011 y 2014 en torno a los 110 dólares con continuas subidas y bajadas. En enero de 2016 cayeron hasta los 32 dólares y en el momento de escribir estas líneas, el precio mantiene una tendencia alcista hasta los 50 dólares el barril. Aunque existe una cierta euforia por los bajos precios del petróleo, nunca ha llegado al nivel de los años 90 del siglo XX -en torno a los 20 dólares- y mucho menos los precios que mantuvo a lo largo del siglo XX si exceptuamos la crisis de los años 70 (Figuras 1 y 2).

El precio de la energía genera crisis sociales y económicas, y su control guerras y tensiones geoestratégicas. Su utilización genera impactos medioambientales y sociales o residuos tóxicos que no sabemos muy bien como gestionar.   

Un repaso histórico de la energía

Si preguntamos a un físico nos dirá que la energía es la capacidad de realizar un trabajo, bien sea en forma de movimiento, de calor, de luz, etc. La actividad de los seres vivos está determinada por la cantidad de energía que son capaces de tomar del entorno y transformar para su beneficio. Todos los seres vivos extraen energía de su entorno gracias a su metabolismo (alimentación, fotosíntesis…), y la utilizan para mantener sus procesos vitales (por ejemplo la temperatura), para crecer y para modificar el entorno.

El ser humano aprendió a modificar el entorno gracias a otras criaturas o sustancias, además de mediante su propio cuerpo. La primera fuente externa que utilizó el ser humano fue probablemente la leña para calentarse, para iluminar, y más tarde para cocinar. Más tarde vendría el aprovechamiento de la fuerza de otros animales (y también de otros seres humanos en régimen de esclavitud) para moverse o transportar objetos, y a partir del neolítico, con los asentamientos humanos y el cultivo de los campos, para trabajar el terreno, tirar de los aperos, moler el grano o para sacar agua de los pozos.

El ser humano supo aprovechar pronto los flujos energéticos que le rodeaban: el sol para secar comida, para recoger la sal del agua marina, o para secar el adobe; el viento para mover los veleros, y más tarde para moler el grano; la fuerza del agua para moler el grano, para abatanar, para serrar, o para forjar. Los primeros veleros de los que hay constancia fueron construidos en el antiguo Egipto, hace unos 5.000 años, para navegar por el Nilo. En cuanto al molino de agua, no está clara la fecha de invención, pero Vitruvio ya los describía por lo que existían antes de la Era Cristiana, y eran muy populares en Europa durante toda la Edad Media. El molino de viento fue más tardío, y se utilizó no sólo para moler cereal si no para un sinfín de actividades como bombeo de agua o fabricación de papel.

Durante toda la historia de la humanidad se ha continuado utilizando la leña como forma de calefacción y cocina. Incluso hoy en día, alrededor del 10% de la energía que se consume en el mundo proviene de la biomasa, gran parte de ella en forma de leña para cocinar y calentar los hogares en países empobrecidos, con gran ineficiencia y generación de humos y hollines contaminantes.

Durante siglos se utilizó brea, aceites, parafinas y carbón vegetal como forma de iluminación, o calefacción. En el siglo XVIII y XIX, con la invención de la máquina de vapor y la fabricación de acero se ha desarrollado una cultura basada en la extracción y el consumo indiscriminado de los combustibles fósiles almacenados en el subsuelo. Al principio fue el carbón, luego el petróleo, y más tarde el gas natural. Junto con la extracción de petróleo se han venido utilizando gases ligeros asociados a su refino, como el propano y el butano (que se conocen como Gases Licuados del Petróleo). En 2013 los combustibles fósiles representaban el 81,4% del consumo de energía primaria mundial (Figura 3).

De sobra son conocidas las consecuencias que este modelo energético ha tenido a lo largo de la historia, y del grave problema climático que sufrimos en la actualidad y que sufrirá la humanidad durante los próximos siglos. Al calentamiento global hay que añadir episodios más o menos puntuales en el tiempo o en el espacio de contaminación atmosférica, desde las emisiones de óxidos de azufre con episodios de smog (niebla ácida) y lluvia ácida, hasta los altísimos niveles de contaminación existentes en las grandes ciudades y derivados de la combustión en los vehículos de motor y las calefacciones, o los episodios de contaminación de diversa índole ligada a las grandes zonas industriales.

En este repaso histórico, no podemos dejar de mencionar la energía atómica. Con un recorrido de 60 años, que comenzó con el proyecto “átomos para la paz”, en el que se trataba de reconvertir y amortizar las altísimas inversiones en armamento nuclear, así como justificar el mantenimiento de una industria que había nacido para la dominación y la guerra, la industria nuclear sigue generando los que pueden ser los residuos más tóxicos y peligrosos que la humanidad ha conocido. Unos residuos altamente radiactivos que perdurarán por decenas de miles de años y para los cuales aún no existe una solución.

Nuestras sociedades son devoradoras de recursos energéticos (y no energéticos). La capacidad de transformación del entorno, gracias a la utilización de la energía, es mucho mayor que nunca en la historia. En otros momentos el entorno también se ha transformado, pensemos en paisajes como las Médulas, donde los romanos extraían oro gracias a la presión del agua. Pero lo que diferencia el momento actual es la escala de la actividad humana: los cambios que se están sucediendo lo hacen a nivel planetario. Las emisiones de gases de efecto invernadero saturan la atmósfera hasta niveles que no se habían vivido en varios millones de años, parte del dióxido de carbono se disuelve en los océanos acidificándolos y afectando a la biodiversidad marina, los cambios de temperatura y las alteraciones climáticas, junto con la actividad humana está causando extinción de especies al ritmo de las grandes exitinciones del planeta. Y todo esto, en apenas 150 años.

La utilización de la energía determina la cultura y el modelo social

Se estima que la potencia que es capaz de desarrollar el ser humano es aproximadamente de unos 100 Watios. Esta es la capacidad de modificación del entorno que tuvo el ser humano mientras contó únicamente con la fuerza de sus músculos. Mediante el aprovechamiento del fuego, la fuerza animal, y la fuerza del agua y del viento esta capacidad se fue incrementando. Pero las energías fósiles y la nuclear han supuesto un aumento exponencial. El consumo energético actual supone una capacidad de 2.500 Watios por persona (1,9 toneladas equivalentes de petróleo al año). Es como si cada ser humano en el planeta tuviese a su disposición a 25 esclavos. Y la tendencia en el consumo de energía sigue creciendo sin parar (Figura 4).

El efecto del elevado consumo de energía actual no es sólo la cantidad de acciones que el ser humano realiza, sino también la velocidad a la que es capaz de realizarlas. El comercio internacional, el turismo, el metabolismo de las ciudades, los centros de ocio y de consumo, la iluminación de amplias zonas, la fabricación de objetos de consumo de usar y tirar, la obsolescencia programada…

El consumo de energía fósil ha creado en el ser humano una percepción de omnipotencia: Hasta tal punto ha incrementado su capacidad de manipulación del entorno que se ha instaurado la falsa creencia de su superioridad sobre el medio, obviando que las personas somos, ante todo, parte de un sistema interconectado y que necesitamos de ese medio para nuestra propia salud y supervivencia. Las ciudades modernas en las que ya vive más de la mitad de la población mundial nos alejan de la tierra de la que dependemos. Nos encontramos tan aislados de la realidad que muchas personas confían ciegamente en que se encontrarán atajos tecnológicos que permitirán solventar la situación. Lo que no se tiene en cuenta es que por una parte el nivel de extracción de recursos energéticos declinará en pocas décadas debido al agotamiento de los yacimientos y de que habrá otros factores ambientales que afectarán a la capacidad de supervivencia de las sociedades modernas y que no dependerán del consumo energético, como pueden ser la pérdida de biodiversidad, o los cambios que hemos efectuado sobre ciclos naturales como el del carbono (causante del cambio climático), el fósforo, o el nitrógeno.

El papel de la energía en el Mundo

En el último siglo, el modelo de desarrollo económico se ha basado en la utilización masiva de combustibles fósiles. El capitalismo globalizado tal y como lo conocemos no sería posible sin ellos. El sistema necesita petróleo, carbón y gas para la fabricación y transporte pero también para la producción de alimentos. Como muchas veces se dice, comemos petróleo. Las empresas del sector energético se han convertido en las mayores empresas a nivel mundial. En el ranking de empresas por volumen de facturación nos encontramos que entre las 12 primeras, 9 son petroleras, una de generación eléctrica, y 2 de ellas del sector de la automoción. Sólo una, Walmart, que ocupa la primera posición, no pertenece a uno de estos dos sectores (Tabla 1). La facturación de las primeras empresas globales es superior al PIB de Austria, 436.888 millones de dólares en 2014, y que ocupa el puesto 27 según su PIB. Sólamente el PIB de 4 países (EEUU, China, Japón y Alemania) supera la facturación conjunta de estas empresas.

En el estado español, la situación es parecida: 7 de las 10 mayores empresas por facturación están directamente ligadas al sector de la energía. Entre las 100 primeras, 37 son energéticas, y su facturación es superior al 20% del PIB del estado. Además, 12 son del sector de la automoción y 5 de la aviación (Tabla 2).

Lo que haga falta por el control de los recursos que dan de comer a las multinacionales de la energía y a nuestras sociedades petrodependientes. La extracción a cualquier precio, ya sea en parajes devastados o en vidas humanas. Muchas de las guerras del último siglo han sido causadas directamente por el control de los recursos energéticos. También los minerales y materiales necesarios para mantener la maquinaria del crecimiento perpétuo. Como cualquiera puede pensar, el planeta tiene unos límites, y como algunas organizaciones y científicos apuntan, los hemos superado hace tiempo. Los recursos escasean, sobre todo aquellos de mejor calidad. Allí donde las tiranías gobiernan, son aliadas si cooperan con quienes marcan las reglas del juego (un ejemplo muy patente es la dictadura saudita). Los combustibles convencionales, aquellos de fácil extracción, comenzaron a reducir su ritmo de extracción hace tiempo. Los nuevos yacimientos no son suficientes para compensar el agotamiento de los existentes. En una loca carrera, las todopoderosas empresas extractivistas se han volcado en horadar las últimas fronteras del subsuelo, en aguas profundas y ultraprofundas, en aguas polares, o mediante las técnicas que permiten la fragmentación de rocas porosas para extraer una parte de los hidrocarburos incrustados en ellas – mediante la técnica conocida como fracking o fracturación hidráulica, altamente contaminante.

La necesidad de una utilización racional y eficiente de la energía

Nos enfrentamos al reto de realizar un uso inteligente de la energía. Para entender esto debemos conocer varios conceptos básicos. Las fuentes energéticas se dividen en dos grandes grupos: renovables y no renovables. Las primeras son aquellas que la naturaleza es capaz de regenerar al ritmo que las utilizamos y aquellas que consisten en flujos de energía de los cuales podemos extraer una parte de la misma. Un ejemplo del primer subgrupo sería la bioenergía – leña, residuos orgánicos, biogás o biocombustibles- gestionada de forma sostenible, mientras que ejemplos del segundo subgrupo son la energía del Sol, el viento o el agua, siempre y cuando su aprovechamiento se realice también de forma sostenible. Por otro lado las fuentes no renovables  se han generado a lo largo de miles o millones de años y la Tierra no es capaz de regenerarlas al ritmo de extracción actual. Son las fuentes fósiles -petróleo, gas y carbón- y el uranio. Los combustibles fósiles, la biomasa o el biogás contienen energía en sus enlaces químicos, de forma que al quemarlos liberan energía que podemos aprovechar. Sin embargo, parte de esa energía se pierde en el entorno, en el proceso de transformación -por ejemplo en el refino del petróleo o en la generación de electricidad- o en el transporte hasta el uso final.

La energía contenida en los combustibles se denomina energía primaria, mientras que la energía que se utiliza en el punto de consumo se denomina energía final. La energía final es siempre menor que la energía primaria necesaria para obtenerla, y la proporción depende de los procesos de transformación y transporte que se utilicen. Por ejemplo, si quemamos carbón, petróleo o biomasa para generar energía eléctrica en una central térmica, la energía que obtendremos será entre el 25% y el 30% de la energía que contenían los combustibles. Mientras que si quemamos esos mismos combustibles para generar calor en el punto de consumo (por ejemplo en una caldera), podemos aprovechar entre el 85% y el 95% de la energía que contenían, o incluso algo más.

Otro concepto importante es el de la Tasa de Retorno Energético de un proceso (TRE). La TRE es la cantidad de energía que obtenemos del proceso en relación a la cantidad de energía que debemos suministrar al mismo. En los mejores pozos petrolíferos del primer tercio del siglo XX, para extraer 100 barriles de petróleo había que utilizar la energía equivalente a 1 barril de ese mismo petróleo (la TRE era de 100 a 1). A medida que el petróleo de más fácil extracción se fue acabando, la exploración de nuevos yacimientos, la mayor profundidad de estos, o la necesidad de utilizar una tecnología más sofisticada, para extraer los mismos 100 barriles de petróleo ha sido necesario ir incrementando la energía utilizada, de forma que en la actualidad es necesaria la energía equivalente a entre 5 y 10 barriles (TRE entre 10 y 20), e incluso mucho menor si se utilizan técnicas de fracturación hidráulica, se extrae de zonas ultraprofundas (cientos o miles de metros bajo el lecho marino a miles de metros) o de arenas bituminosas.

En algunos casos no es energéticamente rentable extraer ciertos recursos -necesitamos invertir más energía de la que extraemos-, pero se sigue realizando por varios motivos: por una parte el proceso puede ser económicamente rentable si utilizamos combustibles o fuentes energéticas más baratas en el mercado que aquellas que extraemos. Por otra parte, las empresas que controlan el sector de la energía, que como hemos visto no son pequeñas, basan su negocio en el control del proceso extractivo y de transformación. El modelo fósil y nuclear es perfecto para ellas, puesto que requiere de enormes inversiones y poder.

El Mundo en la encrucijada

Las sociedades en que vivimos se basan en relaciones de dominación y poder, y en concreto las empresas energéticas dominan de una forma apabullante el panorama político y económico. Su posición de poder ha sido forjada a lo largo del siglo XX, y los gobiernos, democráticos o no, de todos los países del mundo han participado de una u otra manera, ya sea en forma de chantajistas o chantajeados, como gobiernos títeres o como gobiernos corruptos, como amigos o como vasallos.

El modelo fósil se agota, pero muere matando, aniquilando las condiciones que hacen posible la vida en el planeta tal y como lo conocemos. Al mismo tiempo asistimos a la irrupción de tecnologías capaces de aprovechar las fuentes renovables, pero estas, al contrario que las fósiles, están repartidas de forma mucho más extensa, y su aprovechamiento puede ser asequible a comunidades más pequeñas, y con tecnologías mucho más sencillas. Este hecho abre la puerta a la democratización de la energía, o como podemos llamarle, a la soberanía energética. La sencillez tecnológica, además, implica una mayor capacidad de resiliencia en los tiempos difíciles que nos tocará vivir. Depende de las personas el tomar las riendas de sus vidas, dejar de alimentar a las multinacionales, y llevar a cabo esa revolución energética que ya está en marcha. En nuestras manos queda que las energías renovables se desarrollen al amparo de las grandes empresas o que se desarrollen en manos de la gente común.

Categorized | Dossier, Economía, Política

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