Galde 35 negua 2022 invierno. Ander Delgado.-
Las conmemoraciones, desde las de índole nacional hasta locales que recuerdan algún acontecimiento del pasado, o los monumentos que rememoran sucesos o personajes históricos, son formas en las que el pasado histórico se materializa en el presente. Pero ese pasado no suele ser interpretado de la misma forma y, con frecuencia, diferentes sectores sociales pugnan por imponer su interpretación de la historia.
En las sociedades democráticas es habitual que se produzcan debates también sobre el pasado. En algunos lugares las discusiones surgen en torno a cómo se entiende el origen y el desarrollo de la nación de la que forman parte y si debe modificarse para adaptarse a una sociedad cambiante y plural. Las controversias más intensas se producen cuando en un mismo país coexisten personas y colectivos que asumen identidades y narrativas nacionales contrapuestas. El pasado colonial tampoco está exento de debates. Las relaciones de los colonizadores con los pueblos originarios, no solo a su llegada sino también en la política racial posterior, o el papel de las minorías étnicas que emigraron a la metrópoli desde territorios colonizados, no son aspectos fáciles de integrar en una narrativa de la nación que pueda ser “confortable” y “reconfortante” para todos y todas. Destacar el papel jugado por estos colectivos sociales en el pasado de la nación supone presentar el racismo y la discriminación de la etapa colonial, que en muchos casos tiene continuidad hasta la actualidad. Más complejo aún resulta cuando en una sociedad existen diferentes formas de interpretar un pasado violento. España es un ejemplo, con la controversia sobre la Guerra Civil, la represión franquista y la recuperación de la memoria histórica. Otro muy evidente, cercano y doloroso es el del terrorismo y las diferentes formas de violencia política.
No es fácil lograr un consenso en estas discusiones. Tan habitual como esta falta de acuerdo es conferir al sistema educativo la responsabilidad de resolver estas controversias que como sociedad no se consiguen solucionar. Se comprende, por tanto, que cuando se reforma la legislación educativa el tema que más discusión suscita sea la definición de la historia enseñada a los y las jóvenes escolarizados obligatoriamente hasta los 16-18 años. Se considera que la historia escolar, además de posicionarse ante esas visiones contrapuestas sobre el pasado, puede tener consecuencias identitarias entre el alumnado. Dada la intensidad del enfrentamiento político y la importancia de lo que para muchos está en juego, se ha acuñado el concepto History Wars para definir estos debates. Las exigencias al sector educativo no solo afectan a la organización de la enseñanza y el modelo de escuela. Influye directamente en los y las docentes de Historia que deben tratar con el alumnado temas objeto de discusión y confrontación social y política. Se les pasa una “patata caliente” que crea una situación de incomodidad porque en un clima de debate público —muchas veces polarizado— se extiende una suerte de sospecha general sobre el trabajo docente. Parece considerarse al profesorado poco competente para abordar temas tan complejos. En el peor de los casos, puede extenderse una acusación genérica de parcialidad, por no decir manipulación o adoctrinamiento, en su trabajo.
Trataremos de aportar algunas ideas sobre educación histórica que pueden servir para preparar mejor al alumnado para participar e intervenir de forma rigurosa en los debates sobre el pasado. Para ello, mejor que limitarse a la transmisión de una “historia” sobre esos temas discutidos y controvertidos, se propone trabajar “herramientas” y criterios que les ayuden a interpretar y formarse una opinión propia —no de cualquier tipo— y una perspectiva crítica sobre cualquier pasado, que les sirva para tomar decisiones en su vida diaria y en el futuro.
La Historia enseñada en el aula no es un mero resumen de lo que la ciencia histórica ha analizado y estudiado. No es una traslación directa de la investigación histórica. Deben tomarse en consideración otros aspectos para una adecuada comprensión de la Historia escolar. En primer lugar, el currículum oficial puede representar una relación de poder social y político determinada que busca mantener y extender unos planteamientos hegemónicos en esa sociedad. El proceso de redacción de las reformas educativas y los currículos puede ser el momento en que diferentes visiones sobre la organización de la sociedad se pueden manifestar y se busca extenderlas a través de la educación. En el caso de la enseñanza de la Historia la elección de los contenidos puede estar más cercana a la promoción de una memoria o narrativa específica desde el Estado que de la voluntad de reflejar lo más fielmente posible la historia académica. También es habitual que sectores socio-políticos disconformes —por las razones que sean— con la visión del pasado promovida desde la administración critiquen el currículum aprobado. En segundo lugar, el profesorado interpreta ese currículum “oficial” y lo convierte en el “real”, el que llega al alumnado. Los y las docentes tienen la capacidad de interpretar, modificar y materializar los elementos que figuran en él, al tomar decisiones sobre su labor en el aula. Por tanto, los objetivos y orientaciones de las autoridades educativas se ven mediatizados por la intervención y capacidad de decisión de los y las docentes, más amplia o limitada según los casos y la capacidad de inspección de su labor. Por último, pero no menos importante, la definición de la Historia enseñada en el aula no se limita a establecer el “qué” se pretende hacer llegar al alumnado. Casi más importante es la definición del “para qué” o finalidad que se pretende con la enseñanza de la Historia. Va más allá del mero conocimiento de informaciones, eventos y datos históricos, y se preocupa más por lo relacionado con la educación en valores y el desarrollo de competencias cívicas a través de la educación histórica.
Teniendo esto en cuenta, cualquier propuesta que se realice sobre la Historia escolar se debe iniciar proponiendo, lógicamente, que la información que se acerque al alumnado en las clases de Historia sea veraz y acorde con el conocimiento que ha ido estableciendo la ciencia histórica a lo largo de los años. Sin embargo, con esta afirmación se dice todo y nada a la vez. Nada puede ser mentira y falso en ese conocimiento que se acerca al alumnado, pero, ¿con esa afirmación resolvemos todos nuestros problemas? El conocimiento histórico científico se va ampliando continuamente a medida que las investigaciones analizan nuevos temas desde otras perspectivas, utilizan nuevas fuentes o aplican metodologías diferentes. Ese conocimiento tan amplio se debe seleccionar —todo no se puede trabajar en el aula, tampoco es el objetivo de esta asignatura—, organizar y adaptar a la edad del alumnado destinatario.
La enseñanza de la Historia no puede limitarse a transmitir un conocimiento determinado al alumnado. No pretendemos negar la importancia de esta labor ni entrar en los debates educativos en torno a las competencias básicas. ¿Puede aportar esta asignatura al alumnado algo que vaya más allá de un determinado conocimiento del pasado y le pueda resultar de utilidad en su vida diaria? En el ámbito de la didáctica de la Historia es generalmente aceptado que sí puede contribuir si se utilizan en el aula otras actividades más allá de la exclusiva transmisión de contenidos; sin negar la importancia de esta labor. La enseñanza de la Historia debe ayudar a desarrollar lo que se ha venido a denominar como pensamiento histórico. Cuando los historiadores crean el conocimiento utilizan conceptos básicos —también denominados de segundo orden—, como la noción de causa y consecuencia, cambio y continuidad, la mayor o menor relevancia de los diversos hechos y procesos históricos, la búsqueda de evidencias o pruebas de lo acontecido, la dimensión ética o la empatía histórica. Aspectos que, junto con unos contenidos históricos básicos, pueden servir para que los estudiantes comprendan, interpreten y realicen un acercamiento crítico al pasado, así como a su propia identidad apoyada en ese pasado. Con ello se busca que el alumnado se apropie de esa información desarrollando una conciencia histórica que le permita explicar y dar sentido a los efectos que ese pasado tiene en el presente y en las situaciones que vive en su vida diaria. El objetivo no es crear “pequeños historiadores”, sino permitirles conocer la influencia de ese pasado para explicar el presente y aportar herramientas útiles para un acercamiento crítico al contexto social en que desarrolla su vida. Un acercamiento crítico y fundamentado, basado en fuentes de información fiables, sobre acontecimientos y procesos que inciden en su entorno, y sobre los efectos de ese pasado en la memoria histórica, en las identidades y en las narrativas nacionales que pueden coexistir en la sociedad.
Se puede proponer otro elemento que otorgue a la enseñanza de la Historia un valor añadido más, relacionado con su dimensión ética. Se considera importante que cuando el alumnado se acerca —especialmente cuando es por primera vez— a un periodo histórico o a un acontecimiento, más si es controvertido, lo debe hacer contando con una base firme en educación en valores y de ciudadanía democrática. Es importante que esta labor se realice de forma general en el sistema educativo para que cuando se acerque al pasado, su análisis e interpretación se realice tomando como base los derechos universales, libertad, igualdad, justicia, etc. o planteamientos basados en el respeto del diferente y la empatía, que con ese prisma interprete el pasado histórico y se forme su opinión sobre los debates ya señalados. Y que no participe de un relato de la Historia que pueda ayudar a cimentar visiones excluyentes sobre el pasado y sirva para justificar actitudes antidemocráticas, intolerantes, violentas o contrarias a los derechos humanos.