Galde 33 uda/2021/verano. Cándido. R. Álvarez Oneca.-
Todos quisiéramos vivir en ciudades limpias y seguras, con unos servicios públicos eficientes, que fueran la cuna de una economía dinámica, que proporcionasen estímulos culturales y ayudasen a paliar la divisiones sociales de raza, clase y etnia. Las ciudades donde vivimos no son así[1].
Aristóteles escribió en su Política que «una ciudad está formada por diferentes tipos de personas; gentes semejantes no pueden dar existencia a una ciudad». La ciudad es un lugar complejo, lleno de contradicciones y ambigüedades. La complejidad enriquece la experiencia; la claridad la empobrece[2]. Esta realidad choca directamente con la interminable creación de guetos, que absorbe comunidades, etnias venidas de otros lugares, o de personas con un nivel de renta más bajo. Una cosa es el medio construido y otra muy distinta la relación que mantienen con él las personas que lo habitan. La ciudad va más allá de la construcción del espacio físico, es en sí misma, un modo de conciencia colectiva. Así pues, la ciudad no puede ser saludable ni promover la salud sin la complicidad de sus habitantes. Este hecho no ha sido siempre tenido en cuenta, a tenor de los resultados de muchas de las ciudades que conocemos.
El urbanismo, como área del conocimiento multidisciplinar, aparece como reacción crítica a las situaciones insostenibles generadas en las ciudades construidas durante la revolución industrial. En Liverpool, en 1840, el promedio de vida era de 35 años para las clases superiores, de 22 años para los hombres de negocios y los artesanos acomodados, y de 15 años, solamente, para los jornaleros y domésticos en general. En Manchester, más del 57% de los hijos de obreros muere antes de haber cumplido la edad de 5 años, mientras que entre los niños de las clases burguesas la proporción de los decesos no es más que del 20%.[3] El 31 de agosto de 1848, se promulgó en Gran Bretaña, la primera ley de salud pública; desde entonces la configuración de la ciudad y la distribución en favor de sus diferentes usos han estado permanentemente relacionados con las posibilidades de ganar o perder salud.
Hoy, la COVID-19, nos ha dejado una serie de evidencias sobre las desigualdades y su efecto en la salud que persisten en nuestras ciudades. La generación de bolsas de pobreza, la densificación, la contaminación atmosférica y la falta de de zonas verdes, han mostrado una clara correlación con el incremento de casos. En los primeros meses, muchos de nosotros confiamos en que quizás al salir del primer confinamiento, la retirada obligada de los coches de nuestro espacio público podría significar una oportunidad para rebajar su permanente tiranía respecto el peatón u otros sistemas de movilidad más saludables y sostenibles. Sin embargo el coche ha vuelto al lugar del que salió, mostrando que estos cambios necesitan más tiempo y convicción. La COVID19 ha mostrado que las áreas de la ciudad con menos ingresos fueron las más afectadas[4].
Disponemos de datos irrefutables de la dependencia de los determinantes sociales respecto a la salud. Los centros de atención primaria de salud identifican que gran parte de las patologías que se atienden no tienen una causa genética o biológica y que su causa está ligada a las condiciones socioeconómicas del paciente. Aquellos con relaciones sociales adecuadas tienen la mitad de riesgo de mortalidad que aquellos con relaciones sociales insuficientes,[5] el exceso de mortalidad invernal debida a vivienda fría supone el 30% del exceso de mortalidad invernal total[6], la pobreza energética es un factor de riesgo que se estima supondría en el caso de España unas 4.800 muertes anuales[7], diferencias en prevalencia de diabetes en función de la formación que va de 2.9% de diabetes para personas con estudios superiores a 10.1% de diabetes en personas con estudios básicos; en un estudio de impacto en salud realizado en Barcelona se estima que 2.904 (es decir, casi el 20%) de todas las muertes naturales anuales podrían prevenirse si siguieran las recomendaciones internacionales para la realización de actividad física, de exposición a la contaminación del aire, el ruido y el calor; y el acceso a espacios verdes.[8] Desplazar a los vehículos motorizados, en favor de las bicicletas y los peatones, y ampliar la disponibilidad de espacios públicos para el juego y la práctica de actividad física son unas medidas urgentes que trabajan en favor de la salud.
Rediseñar el entorno para facilitar la cohesión, la interacción social y la prevención de la soledad no deseada. Realizar actuaciones dirigidas a la mejora de los edificios antiguos, sin ascensor y con deterioros evidentes del paso del tiempo. Aumentar la disponibilidad de lavabos públicos, impulsar modelos de transporte público amables, en el trato y la conducción, o impulsar medidas de participación son una parte fundamental del tan ansiado envejecimiento activo, básico en la agenda de la salud local.
Como velar por la disponibilidad de una oferta de alimentos saludables, fruta y verdura de cercanía, incentivando las economías locales, facilitando que este tipo de productos no sean como es ahora, una alternativa más cara que la oferta de alimentos precocinados e hipercalóricos, con alto contenido en grasas, sal o azúcares.
Realizar campañas dirigidas a evitar o retrasar el inicio de consumo de substancias, prestando especial atención en el alcohol y el tabaco. La epidemia de tabaquismo es una de las mayores amenazas para la salud pública que ha tenido que afrontar el mundo. Mata a más de 8 millones de personas al año[9], por su parte el alcohol tiene una mortalidad mundial atribuida 3 millones. Des-alcoholizar el espacio festivo, dotar de una amplia oferta de actividades de ocio dirigida a la población más joven, que impulse valores como la creatividad, solidaridad, equidad, el espíritu crítico, el empoderamiento, y facilite la emancipación es otra de las actividades que un municipio saludable debe de impulsar con mucha más decisión que la actual.
La escuela es importante para formar o cambiar el comportamiento en salud. Cuatro años más de escolaridad reducen las tasas de mortalidad en un 16%[10]. Promover desde el nivel local iniciativas donde se extiende la educación más allá de los centros escolares, como son las experiencias de las Ciudades Educadoras, o iniciativas más recientes como Edu360[11], colaboran sin lugar a dudas a mejorar la salud y aumentar la esperanza de vida. Crear espacios seguros para poder ir a la escuela caminando, destinar de nuevo el espacio público para el juego y relación de la infancia, son iniciativas fáciles de aplicar que van en el mismo sentido.
Incorporar la Evaluación de Impacto en Salud, como herramienta predictiva, que nos permita determinar los puntos fuertes de cada proyecto político de importancia a nivel local, a fin de corregir en fase de proyecto todas aquellas posibles afectaciones negativas. La Ley General de Salud Pública 33/2011, de 4 de octubre, en su artículo 35 propone que “Las Administraciones públicas deberán someter a evaluación del impacto en salud, las normas, planes, programas y proyectos que seleccionen por tener un impacto significativo en la salud, en los términos previstos en esta ley”. Son muy pocos los municipios que así lo hacen.
Es necesario disponer de un Sistema de Información en Salud a nivel local, como condición básica para la mejora en el proceso de la toma de decisiones y el modelo de gobernanza en el desarrollo de una ciudad saludable. La digitalización de los procesos de protección y promoción de la salud y el desarrollo de sistemas de información geográfica y de análisis, generan información de calidad que posibilitan los procesos de participación comunitaria. Un buen ejemplo de esto es el espacio web de Infodistritos de Barcelona[12].
Estas, entre otras muchas iniciativas ampliamente debatidas que la evidencia hace tiempo nos muestra, nos indican que nuestro problema a resolver no es solo el “Saber”. La pregunta que aquí subyace es ¿Si sabemos que hay que hacer, por qué no lo hacemos? ¿Acaso hay intereses superiores a la salud?
Cándido R. Álvarez Oneca.
Dr, en Bioquímica, coordinador de Salud Pública del Ayuntamiento de Reus.
NOTAS.-
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Richard Sennett, (2014) L’espai públic. Un sistema obert, un procés inacabat, Ed Arcadia ↑
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Robert Venturi, (1966) Complexity and Contradiction in Architecture, Nueva York, Museum of Modern Art, ↑
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Friedrich Engels (1845) La situación de la clase obrera en Inglaterra ↑
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Marí-Dell’Olmo, M.; Gotsens, M.; Pasarín, MI.; Rodríguez-Sanz, M.; Artazcoz, L.; … Borrell, C. (2021) Socioeconomic Inequalities in COVID-19 in a European Urban Area: Two Waves, Two Patterns. Int. J. Environ. Res. Public Health ↑
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Holt-Lunstad J, Smith TB, Layton JB (2010) Social Relationships and Mortality Risk: A Meta-analytic Review ↑
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Braubach M, Jacobs DE, Ormandy D. (2011) Environmental burden of disease associated with inadequate housing. Geneva: World Health Organization. ↑
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Javier Segura del Pozo: Impacto de la pobreza energética en la salud (2015). Blog Salud Pública y otras dudas ↑
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Natalie Mueller, David Rojas-Rueda, Xavier Basagaña, Marta Cirach, Tom Cole-Hunter, Payam Dadvand, … Mark Nieuwenhuijsen (2017) Urban and Transport Planning Related Exposures and Mortality: A Health Impact Assessment for Cities. Environ Health Perspect. Jan; 125(1) ↑
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https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/tobacco ↑
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David M. Cutler & Adriana Lleras-Muney (2006); Education and Health: Evaluating Theories and Evidence NBER WORKING PAPER SERIES ↑