(Galde 21 primavera/2018). Fernando Golvano.
Revolución, revuelta, contestación radical… son denominaciones que describen el último gran acontecimiento subversivo que ha conocido la historia de Europa. Cincuenta años, el tiempo de tres generaciones, han transcurrido desde 1968 y no han cesado de emerger querellas y controversias sobre la significación de aquella revuelta. En realidad ese conflicto de interpretaciones ha contribuido a mistificar y a la vez a oscurecer el legado dispar de aquel movimiento que convulsionó París y otras ciudades francesas. La controversia sobre su legado continúa la pugna entre versiones de lo que representó el mayo del 68.
Jacques Ranciére ha postulado en su ensayo Momentos políticos (2010) que, sobre todo,«Mayo del 68 fue la revelación de un secreto inquietante: el orden de nuestras sociedades y de nuestros Estados, (….) podía derrumbarse en pocas semanas. En mayo de 1968 en Francia, en casi todos los sectores se cuestionaron las estructuras jerárquicas que organizaban la actividad intelectual, económica y social, como si de pronto se revelara que la política no tenía otro fundamento que la ilegitimidad última de todas las formas de dominación». Pero, ese horizonte liberador y hedonista, que incluía también una impugnación del ascetismo comunista, tuvo una consistencia efímera. Otros análisis como el de Kristin Ros, Mayo del 68 y sus vidas posteriores (2008), enfatizan, de modo hiperbólico, que se dio el desbordamiento revolucionario de algunas convenciones sociales y también del capitalismo, el imperialismo y el gaullismo a través de la acción de estudiantes, trabajadores e intelectuales. Cornelius Castoriadis, figura principal del colectivo-revista Socialismo o barbarie que se había disuelto un año antes de la revuelta pero que inspiraría algunas de las ideas libertarias de un sector del movimiento, refirió que el movimiento de mayo de 1968 era una reacción contra la privatización de la experiencia, la relación maestro–alumno así como la relación de la enseñanza con la vida social (Una sociedad a la deriva, 1988). Por otro lado, Toni Negri y Félix Guattari, percibieron que la fuerza esencial de aquel acontecimiento residió en que, por primera vez, “su objetivo no fue una simple emancipación sino una verdadera liberación que expresaría una consciencia más plena”, y sostendrían la tesis de que el 68 marcaría “la reapertura del ciclo revolucionario (… ) a través de una redefinición del comunismo como enriquecimiento, diversificación de la consciencia y de la comunidad” (Las verdades nómadas. Por nuevos espacios de libertad, 1996). Mientras que para Michael Löwy, en su artículo «El romanticismo revolucionario de Mayo del 68» (RUTH, 2008), el espíritu del 68 fue un coctel explosivo compuesto de ingredientes diversos en el que destacaría un imaginario que define como “romanticismo revolucionario” dado que asociaba subjetividad, deseo y utopía en su protesta contra los fundamentos de la civilización industrial/capitalista moderna.
El movimiento 22 de marzo, los comités de acción que integraban estudiantes y escritores (M. Blanchot o M. Duras y otras personalidades), la asambleas en universidades, plazas, teatros o plazas fueron un laboratorio de autogestión y experimentación creativa, una colosal toma de palabra colectiva (presidida por el lema «la imaginación al poder»). Sin embargo, de aquel magma disidente al orden vigente, a la racionalidad capitalista que impregnaba y dominaba la existencia social, se ha ido destilando un conjunto de valoraciones que lo reducen a las historias de algunos liderazgos estudiantiles, obreros o a determinados intelectuales. Así, el propio Cohn- Bendit contribuiría, de modo paradójico, a ese sesgo con la publicación de sus memorias. La mitificación carismática de algunos lideres o la exaltación de las dimensiones vitalistas y liberadoras contribuyeron a minusvalorar otros aspectos como, por ejemplo, la vinculación con anteriores dinámicas opositoras a la guerra en Argelia, o con las luchas obreras y la emergencia de una cultura política vinculada al marxismo revolucionario.
Lo cierto es que el desvanecimiento de la herencia de Mayo del 68 fue temprana y se aceleró en 1981 con la llegada al poder del Partido Socialista y se llevó a cabo sobre todo por una constelación de intelectuales de izquierda y de nuevos filósofos. La promesa inscrita en el célebre lema “seamos realistas, pidamos lo imposible” se actualiza como deseo de un entusiamo colectivo, como potencia performativa y transformadora de una acción que se orienta hacia una promesa de futuro. Esto puede combinarse con la permanente invención democrática de formas más libres e igualitarias. Toda mirada retrospectiva de signo crítico conlleva cierta melancolía activa que indaga en las promesas de futuro desvanecidas. Aquella frustrada tentativa emancipadora, desvelaría, una vez más, la ciega esperanza de una revolución plena, que aspiraría —propósito que Marx trazaría en sus tesis sobre Feuerbach— a cambiar la vida y transformar el mundo mediante la acción. ¿Qué queda entonces de aquel convulso acontecimiento? Tal vez nada. Tal vez el deseo de “ser-juntos” como postulara Blanchot, para inventar otra formas de emancipación y de comunidad. En cualquier caso, el despliegue de una nueva cultura política y de nuevas subjetividades críticas (el feminismo, el ecologismo, como ejemplos más destacados), y la conciencia de una crisis de representación política así como de la forma-partido convencional propia de las diversas expresiones de la izquierda transformadoras tienen su origen en aquellas revueltas sesentayochistas.
Otros hitos relevantes del contexto de 1968 fueron la revolución democrática en Praga, la revuelta estudiantil en Méjico que concluyó con la matanza en la Plaza de las Tres Culturas, la disidencia cultural y estudiantil en Berkeley o en Berlín, y la contestación extendida por varios paísesa la guerra de Vietnam. En todos ellos encontramos aspectos de renovación democrática frente a las estructuras de mediación o dominación política y económica a la vez que un impulso reflexivo novedoso. Pero, parece evidente que la idea de revolución en su forma clásica y marxista como en la forma que tomó en los acontecimientos del Mayo francés, es decir como tentativa de subversión del orden vigente e institución de uno nuevo, ha devenido en una noción anacrónica y problemática. El capitalismo ha mostrado su capacidad de absorberlo todo en su “racionalidad” y en su funcionamiento, y aparece casi como el único horizonte posible en el actual contexto crecientemente glocal (definido por las dinámicas modernizadoras y capitalistas transnacionales que se imbrican simultáneamente en el ámbito local y global).
No se trata tanto de afirmar una melancolía de izquierda, como propone Enzo Traverso, a saber: retomar una memoria crítica de las revoluciones fracasadas, de las promesas incumplidas, para actualizar esperanzas de futuro, sino que, antes bien, sorteando un bucle nostálgico, una melancolía activa nos hace más conscientessobre la ausencia de continuidad con el pasado. Hay ruptura y apertura, invención de nuevas formas y acciones críticas con lo existente, sin olvidar que cualquier proyecto de emancipación porta una dimensión trágica, pues no puede evitar sus amenazas y paradojas. La teleología marxista ha devenido falaz. Sabido es que no hay un sujeto colectivo que porte una dimensión universalizadora que avizore un horizonte de igualdad, libertad y fraternidad. La revolución pendiente, de tomar una forma contemporánea diríase que quizá no puede ir más allá de cuidar el jardín imperfecto que constituye un proyecto de democracia radical donde la igualdad y la libertad se impliquen mutuamente. El proyecto de autonomía individual y colectiva necesita renovarse sin cesar, mediante memorias, afectos, hábitos, discursos emancipadores e instituciones más democráticas. Sin certezas en el horizonte queda el compromiso a favor de un proyecto democrático. ¿Cómo instituir un pueblo de ciudadanos y ciudadanas, como una singularidad de pluralidades que actualice un ethos polémico, una praxis renovadora hecha y por hacer, evitando la tentación de la teleología marxista o la deriva populista?